ENTREVISTA. MAYA GODED, LA PLAZA DE LA SOLEDAD

Por Joyce García

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«Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea.

Es el calor de las otras mujeres,

de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible,

luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero».

Alejandra Pizarnik

Madrina de bodas, compañera, amiga y cómplice. Muchos años tuvieron que pasar para que lo que inició como instantes aislados se hiciera movimiento y generara palabra. Con un aire familiar, cercano, intimista, Maya Goded se mete a las cocinas, los lechos de amor, las familias, las lágrimas y las historias de Ester, Raquel, Lupe, Carmen, Lety y Ángeles, trabajadoras sexuales de La Merced, en la zona centro de la Ciudad de México.

Hace 20 años comenzó un trabajo fotográfico sobre ellas. Este culminó en 2015 con su primera película documental –ahora en cines– titulada «Plaza de la Soledad». En aquellos primeros años, Maya estaba por convertirse en madre, y con aquella curiosidad inició un recorrido por calles, esquinas, plazas, habitaciones, territorios e imaginarios.

Tenía las imágenes pero Maya sintió que le faltaba la palabra hablada, el diálogo, la historia que queda vedada a los ojos de un instante decisivo, como lo es la fotografía. «Lo que me dio el video es la posibilidad de realmente entablar una conversación, que ellas participaran más».

Con una cámara siempre cercana, sin pretensiones, libre de la pulcritud de la ficción, Maya se aleja de la clásica postura de reportaje, del amarillismo, del morbo y de las cifras. Al contrario, con su cercanía nos sentimos comprometidos, nos ponemos en el lugar más humano, aquel que se involucra con el otro.

«Cuando tomo fotos juego mucho con la gente, yo soy presente y no me borro, con la foto es más una relación de la gente fotografiada conmigo y yo con ellos, y hago evidente yo como soy, yo me meto, modifico las cosas, no me quiero ocultar. Eso sí lo siento más forzado: estar ocultándome».

En cuanto al proceso de realización del documental, la transición no es cosa fácil: «Cuando estás tomando fotos ves todo, ves que está pasando algo acá, das la vuelta y lo tomas; pero en vídeo debes decir: no, esta es la situación que estás grabando. No me podía ir hacia otra cosa, tenía que acabar de grabar. Me costó muchísimo. No puedes ser tantos pedacitos, necesitas tener un guión, saber más claro qué quieres; la foto te permite perderte, lo cual es sabrosísimo».

Las sorpresas de la cotidianeidad se vuelven regalos para una cámara que mira paciente: «La magia que pasa en el momento, tienes que dejar que la vida pase, fijarte en esos detallitos que hacen la vida sabrosa».

Horas de material y la reconstitución del discurso a través del montaje, además de un compromiso de no dejar a nadie fuera se convierten en retos también. «Hubo varios momentos de crisis cuando se editaba porque era, ¡¿qué voy a decir de ellas?! ¿qué voy a sacar? Ellas tienen vidas muy complicadas, tienen muchas personalidades […] ¿cómo mezclas todo eso, que tenga coherencia en un guión, en una película? Luego no sabes si te están diciendo una mentira, o es una fantasía tan grande porque la realidad es tan dura que se tienen que armar una fantasía para poder sobrevivir a esa rudeza». Son realidades en que la fantasía se vuelve importante, tanto como la mentira.

Maya construyó un relato que pone sobre la mesa temas urgentes en las agendas tanto de políticas públicas como de conciencias privadas, ya que profundiza en mujeres reales con problemas reales que nos atañen a todos como sociedad: «Cuando yo me acerqué a este tema, fue de una forma más triste y todavía no valoraba la sobrevivencia y el poder que tenían estas mujeres, el poder que se tiene para haber vivido tantos años, ser una sobreviviente y todavía seguir con sentido del humor, y con ganas del amor. Yo no me había dado cuenta al principio de eso, yo las veía más como víctimas».

Para su autora, el propósito de este trabajo es que el espectador logre acercarse a este tema desde una posición «más humana». No se trata de una apología de la prostitución, pero tampoco condena moralmente: nos adentra a un complejo mundo donde lo que sí podemos tejer es una relación muy cercana con las protagonistas, un empoderamiento de ellas como mujeres, en donde, como dice Nina Simone, no se tiene nada pero se tiene vida, se tiene un cuerpo, un alma, unos ojos, una voz, una historia y sobretodo una fuerza y un valor para sobrevivir a las peores circunstancias, en las que, pese a todo, se tienen a ellas mismas y a sus compañeras, que nunca renuncian a su valor ni a empoderarse, porque nadie nunca les dirá que no son dignas de ser amadas.

El documental «Plaza de la Soledad», de Maya Goded, forma parte de la gira de documentales del Festival Ambulante. Puedes consultar las fechas en que se proyectará dando click aquí

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