
Que baile quien viva
Portafolio publicado en la revista CUARTOSCURO 184 (marzo-mayo 2025)
Baila quien vive y quien siente. Baila quien guarda en su cuerpo la felicidad de estar, de compartir, de buscar el amor o la simple compañía. Baila quien no tiene nada más que ofrecer que su movimiento. Incluso quien no siente, o no sabe qué siente, a veces también baila.
“Yo sólo bailo cuando estoy borracho”, dice alguien entre risas. Pero esas palabras esconden algo más. Bailar, para algunos, es un acto de vulnerabilidad, una ventana abierta a emociones que desbordan. Un gusto culposo, una vergüenza escondida, como si el movimiento fuera un lenguaje demasiado honesto, demasiado crudo. Abrirse así, frente al mundo, parece requerir excusas. Pero que se esconda quien miente, quien roba, quien lastima. No quien se muestra con euforia, con ese deseo sencillo de existir plenamente. Bailar no debería ser un acto de oscuridad o represión. Bailar es luz.
Acompañar a Sandra Hordóñez en su trabajo fotográfico es, precisamente, seguir esa luz. Una luz que se encuentra en los movimientos de cuerpos que se liberan, se entregan, se transforman en poesía cinética. Sandra combina su pasión por la fotografía y el baile de manera única, capturando en cada imagen un instante de esa danza vital que une, que conecta. Para ella, el baile no es sólo una forma de expresión, sino un espacio de encuentro donde las historias se revelan, donde las emociones se dan cita sin palabras. Cada género, desde el reguetón hasta el danzón, pasando por el ska y la cumbia, tiene un lugar en su cámara. Para Sandra, no hay jerarquías en la danza: cada movimiento es legítimo, cada paso cuenta.
En su labor documental, no se limita a observar; se adentra en esos mundos, se conecta con los bailarines, establece un vínculo que trasciende la cámara. Al bajar la lente, sonreír, esperar la reacción de los demás, Sandra crea un puente entre lo que está viendo y lo que está sintiendo. A veces, se integra al entorno, se convierte en parte del instante. Así, la fotografía no es sólo una captura, sino una manera de estar, de ser, de compartir la energía que fluye en el baile.

De la serie documental “Cuerpos en movimiento, la danza como ritual urbano”.
La Plaza de la Ciudadela ha sido testigo de la evolución de diversas manifestaciones dancísticas, convirtiéndose en un símbolo de identidad entre quienes habitan este espacio público.
Un pachuco reviviendo la época dorada del swing, un homenaje a la juventud rebelde de los años 40.
La fotografía de Sandra va más allá de ser un simple registro del baile; se convierte en una extensión de ese acto efímero, una manera de capturar la esencia de lo que únicamente existe en el movimiento. El reto que enfrenta Sandra con su cámara es fascinante: traducir la danza, un arte en constante flujo, en algo fijo, una imagen que, a pesar de su quietud, transmite la energía vibrante del instante. La danza es un proceso continuo, un movimiento que escapa antes de ser comprendido por completo. Sin embargo, la fotografía tiene el poder de inmortalizar un fragmento de ese flujo, un momento que parece siempre estar en tránsito, pero que la cámara logra detener, aunque sólo sea por un breve lapso.
Capturar el movimiento no se reduce a presionar un botón. En las imágenes de Sandra, no hay un intento de detener la danza, sino de abrazarla. La cámara no interrumpe el flujo, sino que lo preserva, manteniendo viva la esencia del momento detenido en el tiempo. Cada fotografía es una reinterpretación del movimiento, donde la luz, las sombras, las posturas, los gestos y las expresiones se combinan para reflejar la transformación del cuerpo en poesía visual. La cámara, lejos de ser un obstáculo, se convierte en un puente que conecta a la fotógrafa con la esencia misma de la danza.
Las dinámicas que captura son tan diversas como los bailarines. A veces, las parejas permanecen juntas toda la noche; otras, el baile se convierte en un juego de intercambios. Jóvenes y mayores, altos y bajos, todos comparten un espacio donde las diferencias desaparecen, y el único lenguaje es el movimiento. En comunidades como la de los pachucos, el baile se transforma en un acto profundamente social, donde la hermandad y el apoyo mutuo se refuerzan con cada paso. Para Sandra, esta es el alma de la danza: la capacidad de unir a las personas, de crear momentos que se sienten eternos.
En cada espacio que habita con su cámara, Sandra se funde con la luz, las sombras y los cuerpos en movimiento. Allí, donde el espacio personal desaparece, la cámara encuentra su lugar, capturando el ajetreo, la complicidad, la risa, el gozo. El baile se convierte en un escenario, y la fotografía en un reflector que revela lo que, de otro modo, quedaría escondido.
La unión entre baile y fotografía no es dependencia, sino complemento. Dos lenguajes artísticos que no necesitan del otro, pero que juntos forman una conjugación perfecta, un diálogo entre el movimiento y la memoria. Porque si el baile es vida efímera, la fotografía es la promesa de que esa vida no será olvidada.
En una ocasión, le pregunté a Sandra por qué cree que hay gente que no baila. Entre risas, respondió:
“Porque no les gusta la vida o porque la quieren desperdiciar”.
Quizás tenga razón. Porque bailar, al final, es decirle al mundo que estamos vivos. Y mirar, a través de su cámara, es un acto de guardar esa vida, de encapsular su energía en un instante eterno.
Información completa en la revista CUARTOSCURO 184
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