Mujeres fotógrafas
Haz pedazos tu espejo
Lolita Castelán
Quizá porque nos deben muchos años de exclusión en el ámbito de la creación, quizá porque la creatividad reprimida aflora con el ímpetu de lo surtidores. Quizá porque tuvo que pasar mucho tiempo antes de tener la libertad para asir una cámara fotográfica, y luego otro tanto para asirse a ésta como herramienta de expresión artística. Quizá porque más que brujas, adivinas, musas y todo lo demás, poseemos el don del pensamiento y la creación. Quizá porque simplemente al verlas reunidas tome sentido la reflexión.
Mujeres, doce. Fotógrafas, cuyo lenguaje no pertenece a una tradición explícita, cuya búsqueda ahonda en la intimidad y lo cotidiano. En las que existe —independientemente de sus intereses artísticos particulares, y de las propuestas bastante específicas a las que pertenecen las fotografías seleccionadas—, un punto de cruce en el que la coincidencia revela exploraciones comunes en el terreno creativo.
En esa coincidencia se descubre una resignificación de los espacios íntimos, una deconstrucción de lo cotidiano, la reinstalación de la pesadilla y lo surreal como herramienta creativa, pero con una intención totalmente controlada, una malicia artística, por llamarla de un modo.
La exploración de los espacios íntimos va desde lo tangible hasta lo onírico. Hay una reapropiación de los espacios y actividades que generalmente se asocian a la mujer: desde la sala de un hogar, pasando por el tendedero y las hornillas, hasta el comedor y la habitación; desde ir al pan hasta llorar o sufrir persecución.
Y si los espacios son determinantes, lo son también los objetos, que se vuelven indispensables, cuando no protagonistas dentro de las propuestas, a tal grado que son estos los que cuentan la historia en ausencia del personaje.
Así pues, los símbolos aprendidos se resignifican: el hogar no representa sumisión o reclusión, sino un espacio en el que se desarrolla el ejercicio de la libertad en el ámbito creativo, y un entorno que permite criticar, parodiar, denunciar, relatar, exorcizar. Los utensilios de cocina, se vuelven poderosos cascos de protección de las ideas, y la inocencia de una niña pende de un árbol como fruto de tentación.
En otro plano, hallamos coexistencia en la propuesta estética de las fotógrafas aquí presentes: la luz, el color, los contrastes, la saturación, denotan esa forma distintiva, casi generacional —con sus excepciones— que aun en los casos del documentalismo persisten.
En esta línea, lo sugerido cobra mayor intensidad. Lo mínimo revela mucho más que lo explícito, y se torna bello y macabro al mismo tiempo.
La ficción también se resignifica. Los cuentos infantiles son estructura que se reapropia para presentar un discurso artístico nuevo, donde los símbolos hayan una interpretación singular.
El imaginario femenino apenas despunta, y queda latente que la mujer, inventada y contada durante mucho tiempo por los hombres: escritores, pintores, fotógrafos; ahora representada por sí misma, interpretada y relatada desde su punto de vista, se percibe como un ser de mayor complejidad y potencialidad, y con la capacidad de ver en su entorno y los problemas que a éste le aquejan fases no convencionales.
Si bien en muchos casos las temáticas que estas fotógrafas abordan giran en torno a lo femenino, no se limitan a esto, tienen que ver con temáticas que a todos nos tocan: violencia, migración, transculturización, comportamientos de clase, contradicción como condición humana, así como lo efímero o perecedero.
Cada una de ellas sigue su propia exploración creativa, y sus propuestas difieren por los propios procesos de creación. Pero aquí la coincidencia, quizá sólo momentánea, que permite ser pretexto para aportar a la divulgación de su trabajo, y el reconocimiento a su talento.
No están todas porque ahora, por fortuna, son muchas, pero las que están aquí son el pretexto para explorar más la creatividad femenina en el ámbito fotográfico de nuestros días. Aquí sólo un mínimo de la punta del iceberg que sin duda es monumental.