VENDEDORES DE ILUSIONES

Por Carolina Romero
La fotografía sorprendió a Carlos Mendoza bajo un árbol de Navidad. Apenas era un niño y entre los regalos que había pedido se encontraba una cámara Kodak 110 «cameo». Como cualquier otro juguete en las manos de un pequeño, aquel artefacto le regaló horas… días y años de diversión que, con el paso del tiempo, lo impulsaron a explorar el mundo de las artes visuales.
Siempre de la mano de la fotografía, durante sus estudios universitarios en Baja California Sur registró las historias de las personas y los sitios que conocía en sus viajes de prácticas de campo en los pueblos y ranchos del estado.
El carnaval sudcaliforniano, una de las fiestas más tradicionales de la ciudad de La Paz, llamó su atención de manera particular desde su infancia, pues ahí, entre los festejos y la gente, quedó deslumbrado por los colores, la tonalidad de la luz diurna y cómo, posteriormente, el negro de la noche caía sobre el carnaval y lo inundaba completamente.
«En cuanto tuve mi primera cámara profesional empecé a practicar haciendo fotos de aquellos festejos. Se me hizo muy interesante la diversidad social que fluye durante esta celebración y la emoción y algarabía que se sienten y contagian», comenta en entrevista con CUARTOSCURO.

A través de su serie Vendedores de ilusiones, en la cual ha trabajado por nueve años, Carlos busca descubrir la relación intrínseca que existe entre los vendedores y los asistentes del carnaval.
Intrigado por esa relación maniqueísta, en la que no se sabe distinguir la ilusión de la realidad, el fotógrafo aborda el vínculo que se crea entre los ilusionistas y los espectadores que forman parte del carnaval.
«He tenido la oportunidad de conocer a algunos personajes que forman parte de estas caravanas que viajan por todo el país, de fiesta en fiesta y de ciudad en ciudad, vendiendo sus ilusiones al mejor postor», añade.
Ese contacto con las personas que retrata en sus imágenes, asegura el fotógrafo, se dio de forma natural desde un inicio.
«La dinámica es sencilla. La semana que dura cada año el carnaval me la pasaba en el malecón de la ciudad. Cargaba mis baterías, preparaba mi cámara y mis lentes. Aunque algunos años he usado el 35 milímetros, mi favorito es el 50 mm. Después de eso me dedicaba a caminar desde el mediodía hasta la madrugada por todo el carnaval buscando mi ‘instante decisivo'», narra.
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