Haití, 15 días en medio del desastre


Una ciudad derruida desde hace tiempo por la corrupción, la miseria, las deudas impagables, el autoritarismo de su policía y la indolencia de sus propios habitantes fue destrozada literalmente por un terremoto de 7.1 grados en la escala de Richter, el 12 de enero, a las 16:53, hora local.

Ivan Stephens e Isaac Esquivel, fotógrafos de la agencia Cuartoscuro llegaron el 15 de enero a la nación más pobre de América Latina y, por paradoja, la primera nación liberada del yugo colonizador. Desde entonces realizaron una crónica visual del desastre en Puerto Príncipe, calificado como el peor en lo que va del siglo.

Decir “dolor” con imágenes parecería sencillo, decir esto “valió madre”, “no hay dios”, “no hay misericordia”, también. No fue así. Las imágenes fueron crueles. Las etiquetas peores. Las acciones por la sobrevivencia fueron calificadas como “saqueo” y “pillaje”. Como si el rescate de un alimento caduco entre los escombros, pudiera salvar a un haitiano que lo ha perdido todo, por supuesto también la esperanza.

A dos semanas la cotidianidad es más cruenta. Luego de los incontables cadáveres —hoy se acepta la cifra que va de 150 mil 200 mil muertos—, los días son aderezados por rezos urgentes en créole cuando sale el sol y cuando anochece. La gente emigra al campo, donde construye con palos y cartones improvisados hogares, donde la calidez es la gran ausente. Las actividades más privadas e íntimas, como bañarse o ir a defecar, se han vuelto públicas. En los hospitales no hay enfermo no mutilado. Y los camiones, mejor conocidos como tap tap, suelen viajar atestados.

Con el pasar de los días se han conformado grupos de “seguridad” de ex policías haitianos que ofrecen seguridad a la prensa por mil 500 dólares. Como un agregado al recorrido de los reporteros, el presidente René Préval ofrece conferencias de prensa a cinco minutos del aeropuerto.

Mientras, los marines toman en sus manos la distribución de ayuda a los sobrevivientes, el control del aeropuerto y el país mismo.

Y a pesar de las pilas de cadáveres incinerados aún permanecen al aire libre cuerpos en plena descomposición ante la indiferencia de los sobrevivientes. Los panteones no son solución, pues ahí mismo la tierra se abrió para vomitar los restos de cadáveres que yacían antes del terremoto.

Las fotografías revelan tal destrucción material y humana que aterroriza, pero inexplicablemente son insuficientes para mover los hilos de la humanidad hacia otra dirección.

El desastre conmueve por instantes, pero parece no cambiar nada. Sólo así se explica que un pueblo que visualizó la liberación en el siglo XIX, hoy siga siendo esclavo. Las prisiones cambian, el horror de las cadenas permanece.

(Con información de Saúl López, Iván Stephens e Isaac Esquivel)

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