
Arenas de esperanza
Publicado en mayo de 1982 en la revista Por Esto! y unomásuno
Portafolio publicado en la revista CUARTOSCURO 184 (marzo-mayo 2025)
En marzo de 1982, el Frente Polisario, a través del embajador Ahmed Bujari, me invitó a realizar un reportaje para unomásuno, periódico en el que trabajaba. Durante un desayuno con Mario Menéndez Rodríguez, director de la revista Por Esto!, me dijo: “Me sumo, y nosotros también financiamos el viaje”.
Entre Madrid, Argelia y el Sáhara —y luego un poco de Francia— fueron dos meses en total. Durante más de uno, cargué una bolsa negra con unos 40 rollos de Tri-X en blanco y negro, que pasaron por los controles de seguridad de los aeropuertos. Me identificaba como fotógrafo de prensa para evitar que los sometieran a los rayos X. Ya en México, un domingo, revelé los rollos. Primero hice una prueba con uno. Tenía a mi lado una botella de Flor de Caña añejo; en Nicaragua aprendí a tomarlo solo, sin Coca-Cola. “Es mejor”, decían quienes me enseñaron.
Cuando vi que el primer rollo había salido bien, sentí una enorme emoción. Celebré en solitario, en el cuarto oscuro, con un trago de ron, mientras sonaba Un hombre se levanta, de Silvio Rodríguez.

Después de todo lo vivido, de las aventuras, los días en Francia, el metro, y los momentos en que me pidieron revisar esa bolsa negra con los rollos… Nervioso, mostraba mi credencial y decían: “Ah, correcto”. Llevaba dos meses con ellos encima. Es una emoción que sólo entienden los fotógrafos.
Todas las fotos son importantes, cada una en su contexto. Pero en ese entonces, los fotógrafos mexicanos no iban a África. De hecho, casi no había fotógrafos mexicanos trabajando en el extranjero; sólo camarógrafos. Hoy muchos quieren salir y presentarse en otros países, pero en ese momento no era así.
Por Esto! publicó primero las fotos, luego lo hizo unomásuno. Ganaron la segunda Bienal de Fotografía del INBA en 1984 y más tarde se exhibieron en la muestra Arenas de esperanza, que ha recorrido muchos espacios. Pero hasta ahora no se habían presentado como parte de un reportaje. Sólo se había corregido el estilo del texto. Quedó así para los historiadores, sobre todo para los jóvenes, que deben comprender que la historia del periodismo está en lo que se ha publicado.
Publicado en mayo de 1982 en la revista Por Esto!
Guerra de guerrillas en el desierto
Texto y fotos de Pedro Valtierra, enviado especial de Por Esto!
Lucha por la independencia contra las tropas colonialistas del rey Hassan II de Marruecos
República Árabe Saharaui Democrática, 9 de mayo. – Este joven país de 286 mil kilómetros cuadrados, con cerca de un millón de habitantes y de religión islámica, ubicado en el noroeste de África, sostiene una lucha de descolonización. Primero contra España, que llegó en 1884 y se retiró en 1975 mediante un acuerdo —calificado por los saharauis como “la traición más sucia que la humanidad recuerde”— por el cual España cedía “todos sus derechos” a Marruecos y Mauritania, a cambio del 30 por ciento de las ganancias y del derecho indefinido a pescar en sus mil 200 kilómetros de costas.
Marruecos y Mauritania tomaron posesión del territorio con un número indeterminado de soldados —se habla de hasta cien mil—, ocuparon las principales ciudades y se preparaban para explotar sus recursos: el Sáhara es el primer productor mundial de fosfatos, con reservas estimadas para 150 años, además de contar con hierro, uranio, gas natural, zinc, petróleo y abundante pesca. El rey Hassan II celebraba: había logrado su sueño de apropiarse de estos recursos.
En ese contexto de asedio imperialista y neocolonial, el pueblo saharaui, representado por el Frente Polisario —fundado el 10 de mayo de 1973—, proclamó el 27 de febrero de 1976 la República Árabe Saharaui Democrática como expresión de su lucha y existencia como nación.
Hassan II, educado en París, “de voz suave y refinada, hábil político de escuela occidental”, fue calificado por los saharauis como “el más grande traidor”. Obtuvo el respaldo de los partidos políticos, incluso de izquierda, en su empeño por “recuperar el Sáhara, que pertenece a nuestro reino”.
Antes de que España abandonara el territorio, Hassan había reconocido públicamente el derecho del pueblo saharaui a ser libre. Sin embargo, el 16 de octubre de 1975 convocó a la Marcha Verde, en la que participaron 350 mil marroquíes —35 mil de ellos mujeres— con el propósito de “recuperar el desierto que el profeta nos dio”. La marcha costó 300 millones de dólares, financiados por Estados Unidos.
Mientras el rey disfrutaba en Rabat, los 35 mil atravesaban el desierto con la esperanza de obtener tierras. Se estima que el 80 % de los marroquíes es analfabeta y que la mitad de la población vive en el campo. Según el sociólogo Abdallah Ibrahim, el 87 % de las familias campesinas posee sólo el 35 % de la tierra más pobre, mientras que el 3 % concentra el 33 % de las tierras más fértiles.

Poco antes del retiro español, se invirtieron grandes sumas en la creación del Partido de Unión Nacional Saharaui (PUNS), afín a los intereses de España. Su secretario general se declaró admirador de Hassan II, lo que evidenció sus intenciones. Hoy vive en Marruecos bajo el amparo del rey.
En 1975, la ONU había reconocido el derecho del pueblo saharaui a decidir su futuro. Una comisión del Comité Especial para la Descolonización, integrada por representantes de Costa de Marfil, Cuba e Irán, visitó la región durante dos semanas y emitió un informe con puntos clave:
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El pueblo saharaui apoya mayoritariamente la independencia.
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El Polisario es la fuerza dominante.
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La paz requiere el consenso de todas las partes.
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Se recomienda la intervención de la Asamblea General de la ONU.
Sin embargo, un mes después, se firmó el acuerdo tripartita entre España, Marruecos y Mauritania, ignorando también la opinión de la Corte Internacional de Justicia, que reconocía el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación.

© Pedro Valtierra
Mahbes, República Árabe Saharaui Democrática, mayo de 1982. – Restos de unos cincuenta soldados muertos en el combate del 14 de octubre de 1979 permanecen en el lugar donde cayeron, en la periferia de la ciudad y dentro del cuartel. “Algunos fueron enterrados en fosas comunes —me dicen—, pero el siroco y los animales los desenterraron”. Aún llevan sus uniformes azules de la Real Fuerza Armada de Marruecos. En sus ropas se leen etiquetas de origen estadounidense y francés. Murieron disparando hasta la última bala, quizá sin saber por qué estaban ahí. Pensaban que combatían a “mercenarios” cubanos, argelinos o libios.
Mientras recorremos la ciudad junto a diputados mexicanos que han venido a comprobar la legitimidad de la lucha saharaui, Said Mohamed, miembro del cuerpo diplomático, rememora el fragor de la batalla. Viajamos en tres Land Rover desde los campamentos de refugiados ubicados en territorio argelino.
Información completa en la revista CUARTOSCURO 184
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