EL VIAJE ENTRE LA VIOLENCIA, LA VIDA Y LA MUERTE

Por David Polo

Las vías del tren pasan junto a la parte trasera del albergue Hermanos en el Camino, en donde se encuentra una puerta inmensa de tubos y malla de alambre coronada de púas, como el resto de los muros del albergue. Un pasillo amplio conecta la entrada principal con la trasera, en la que un hombre yace recargado mirando hacia las vías y el pequeño monte que se asoma a varios miles de metros en la distancia.

A lo lejos resuena una locomotora. El estruendo que provoca a medida que se aproxima asemeja los bufidos de un animal encabritado. Al tren le llaman La Bestia; hasta mediados del 2014 era el principal medio de transporte para miles de personas en su búsqueda del sueño americano. En aquel entonces la enorme puerta del albergue se abría y decenas de migrantes salían a montarse sobre su lomo. Hoy cada vez son menos los que se aventuran.

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El cielo de Ixtepec nunca se está quieto. Las corrientes de viento que cruzan de lado a lado el Istmo de Tehuantepec se entretienen descuartizando nubes día y noche. Abajo, por las puertas del albergue cruzan cada día decenas de migrantes. Los más afortunados son aquellos que sólo traen los pies deshechos, pues a menudo las vidas y las ilusiones son las que llegan convertidas en hinojos.

Las políticas migratorias del Programa Frontera Sur se alejan abismalmente de los efectos anunciados con bombo y platillo por Peña Nieto en 2014. En los hechos no ha ocurrido sino lo contrario. La violencia, corrupción e impunidad en el sureste mexicano sólo han incrementado mientras los fenómenos de migración forzada y socioeconómica se van mezclando.

Desde que treparse al tren se convirtió en la manera más insegura -e incierta- de desplazarse, los casi 400 kilómetros que separan la frontera mexicana de Ixtepec son recorridos en la mayoría de los casos a pie. Los tiempos se dilatan, los cuerpos se revientan y el peligro crece exponencialmente.

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En los últimos años, alrededor del cincuenta por ciento de las personas que llegan al albergue huyen de la violencia y las amenazas de muerte. Un diagnóstico realizado en 2012 por el Centro Internacional para los Derechos Humanos de los Migrantes (CIDEHUM) señala que la falta de mecanismos efectivos de protección ante los desplazamientos forzados por la violencia en Centroamérica ha sido el factor que inclina a esta población a confundirse con aquellos que migran por motivos socioeconómicos, así como abstenerse de solicitar refugio por el temor a ser identificados por el crimen organizado o sus sectores afines.

El hecho de que los grupos en desplazamiento con mayor vulnerabilidad sean las mujeres, niños, adolescentes y personas con preferencias sexuales distintas es sintomático de un fenómeno que aprovecha la invisibilidad jurídica de los migrantes para actuar con total impunidad.

Con el tiempo Hermanos en el Camino se ha convertido en un lugar neutral en medio de una región dominada por la corrupción, el narcotráfico y el crimen organizado. El albergue es como una gran licuadora donde migrantes, coyotes, traficantes y halcones se mezclan se mezclan entre sí y cualquier palabra de más puede truncar el viaje kilómetros adelante, más aún cuando un gran porcentaje de los que huyen son perseguidos por las maras. Muchos cambian de nombre, historia y proyecto de un día para otro. Hoy pueden decir que escapan de la violencia, mañana que son pobres y cuando adquieren confianza admitir una larga lista de crímenes y que son prófugos. Al final, las tres historias resultan ser reales.

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Lo cierto es que el albergue representa para muchos un verdadero oasis donde se puede estar protegido y sanar las heridas del viaje, cualesquiera que sean. Las actividades de Hermanos en el camino van más allá de ofrecer un lugar seguro para sanar las ampollas de los pies y reponer fuerzas. Brinda refugio, apoyo legal y atención médica y psicológica sin excepción a los que lo requieran en medio de un ambiente de gran adversidad.

Las rutas, como las condiciones, no son las mismas que antes de 2014. El sentir entre los migrantes en Oaxaca es que para pasar hoy por México la meta es llegar primero a la capital, a 600 km de distancia partiendo de Ixtepec, un recorrido hecho a pie en gran cantidad de casos. Alcanzar la Ciudad de México representa a la distancia poder partir con relativa seguridad hacia el norte del país y cruzar a los Estados Unidos.

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