Waldemaro Concha
El tiempo en un cristal
Jimmy Montañez
Albert Einstein creó la teoría de la relatividad del tiempo: el espacio y el tiempo están estrechamente ligados en un continuo de cuatro dimensiones: las tres dimensiones espaciales y una cuarta dimensión temporal. Waldemaro Concha acucioso investigador de la fotografía parece jugar con este concepto al desarrollar un proyecto que es sumamente interesante desde varios puntos de vista.
En primer lugar Waldemaro hace un rescate histórico de una técnica del siglo XIX llamada “colodión húmedo”, que en su versión positiva, que es la que él desarrolla se conoce como ambrotipo.
Esta técnica fue patentada por James Ambrose Cutting en 1854. El ambrotipo es un negativo subexpuesto a propósito que al colocarle en el reverso una tela de pana o betún de judea invierte los tonos y proporciona una imagen positiva.
En segundo lugar, una muy buena investigación bibliográfica del proceso lo llevó a restaurar cámaras fotográficas de la época en distintos formatos y con distintos lentes, experimentar con las fórmulas usadas en Yucatán por Claude Désiré Charnay en su primer viaje en 1859, Le Plongeon en 1873 y de otros fotógrafos de ese siglo, para preparar su propia fórmula y poder sensibilizar el vidrio que se usa como soporte y que se transforma en cristal, no por una reacción química, sino por la belleza que alcanzan ya con la imagen, convirtiéndose Waldemaro en un verdadero alquimista.
Técnicamente su trabajo de interpretación de la luz para conseguir una rica gama tonal con esos materiales, lo ha llevado a filtrar la luz en el espacio de su estudio, para lograr esa sensación de volumen en un plano como lo es la fotografía y por lo tanto tres dimensiones.
En cuanto a la cuarta dimensión, Waldemaro nos propone en su primer trabajo, imágenes de las antiguas y derruidas haciendas henequeneras yucatecas, el mismo concepto fotográfico paisajista con que seguramente fueron registradas cuando surgían esplendorosas como maicero o ganaderas, usando, sin duda, esta técnica del colodion húmedo. Este sutil juego con el tiempo podría pasar desapercibido si uno se queda sólo en la contemplación de las finas imágenes.
Una sonrisa de satisfacción se percibe en el rostro de Waldemaro al observar los resultados de la trampa que es su segundo trabajo. En éste, Waldemaro envuelve la atmósfera de su estudio usando un fondo pintado a la usanza de los estudios fotográficos decimonónicos, tantas veces visto en las placas del archivo “Pedro Guerra” de la Universidad Autónoma de Yucatán, donde labora.
Viste a sus modelos con trajes de la época en que esta técnica estuvo en auge (1856-1870. Para una cronología más precisa consultar a Valdez Marín, 1997) y sólo a través de una inspección detallada podríamos encontrar algún indicio de que fueron producidas en 2000. Este trabajo nos interna más en el concepto de tiempo y permite tanto al modelo como al fotógrafo experimentar la sensación de la pose, tal y como en el siglo XIX; para imprimir estas imágenes se necesitan tiempos prolongados de exposición.
He podido observar y disfrutar esa sensación del “no se mueva, por favor hasta que yo le indique” (pero con un lenguaje menos apegado al de la época de la técnica y con mucha camaradería por supuesto).
Como espectador, te involucras en ese “tempo” para no distraer al modelo. De la misma forma me permitió tener la experiencia de sentir cómo el avance tecnológico cambia la idea que tenemos de posar para una fotografía, a ciento cuarenta y seis años, estamos acostumbrados a realizar este acto sólo por fracciones de segundo, muy diferente a la actitud que adoptamos ante los cuatro minutos del colodión húmedo o los 15 minutos que se requerían con los últimos daguerrotipos.
No conozco imágenes de zonas arqueológicas de Waldemaro, pero por los dos temas anteriores parese seguir los pasos de Charnay, ya que en su segundo viaje (1881–1882) “realizó, además de vistas de monumentos, retratos etnológicos (de frente y de perfil) de indígenas, toma vistas de aldeas, panoramas de algunas ciudades (Mérida, Valladolid, Campeche) y escenas costumbristas…” (Olivier Debroise, 1994).
Ojalá en el futuro Waldemaro nos deleite con una yuxtaposición temporal más evidente entre la técnica fotográfica del siglo XIX y, por ejemplo, el retrato de un rasta, punk o chavo banda del siglo XXI, ¿por qué no? Alquimista del tiempo, al fin y al cabo.