Tomás Méndez: “Soy un tren sin pasajeros”

Carlos Monsiváis

© Jesús Miguel Sánchez Insunza, "El cielo y yo lloramos",   Inspirada en cucurrucucu paloma  Nuevo León
© Jesús Miguel Sánchez Insunza, "El cielo y yo lloramos", Inspirada en "Cucurrucucú paloma", Nuevo León

Tomás Méndez es un gran compositor popular y, más específicamente, es un devoto de la canción ranchera como épica de masas. El ejemplo irrebatible es “Cucurrucucú paloma” que en las versiones de Harry Belafonte o de Caetano Veloso, difundida por Almodóvar, es extraordinaria pero se aleja de las intenciones de Méndez tal y como las precisa en su momento Lola Beltrán. En la versión de Lola, la letra de “Cucurrucucú” es importante, pero lo esencial es la transformación de un canto de amor en un himno de guerra. Casi lo mismo sucede con otras canciones de Méndez: “Golondrina presumida”, desde luego “Paloma negra”, “Tres días”, “Puñalada trapera” y “Bala perdida”. Son desafíos, exhortaciones, proclamas, intimaciones a la rendición.
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La vida de Tomás Méndez es la novela de un joven pobre, la trayectoria humilde y tímidamente triunfal, la fábula que se vuelve realidad. Los datos biográficos son clásicos: nace el 25 de julio de 1926 en Fresnillo, Zacatecas. La familia es muy pobre, el padre es minero (muere de tuberculosis) y sus siete hijos,  conforme crecen se colocan en diferentes casas a trabajar. Tomás es mozo y mandadero y entre sus once y doce años, lleva canastas con comida a la salida de una de la mina Buenos Aires. Él silba sus primeras composiciones y compone a la luz de las costumbres lugareñas. Más tipicidad: un día tocan algunas de sus canciones en el burdel local y él asiste de vez en cuando a oírlas.
Más datos del arquetipo del que la va a hacer: viaja a Ciudad Juárez en pos de oportunidades y lava platos en un puesto callejero. Luego, en el D.F. invade el cuarto de su tío Felipe, portero de un edificio. Se traslada después con su tío Clemente Sosa, donde una tía le pide que la acompañe a la Basílica de Guadalupe a la que reza pidiéndole que lo haga compositor, y quiere sobornarla ofreciéndole una canción el siguiente año. No falta, desde entonces, a su cita anual del 12 de diciembre. Pronto consigue empleo en la XEW incitando a los aplausos. El primer año del cumplimiento de la serenata compone una canción a la Guadalupana y Lola Beltrán interpreta durante varios años.
Más jornadas estereotípicas: ayudante de producción en Cinebox Company, compaginador de guiones, navegante de los pasillos de la XEW. Allí conoce a Los Tres Diamantes, y los acompaña como maestro de ceremonias y secretario del trío en sus giras por Estados Unidos y Cuba. Conoce al “alma” de la RCA Víctor de México, Mariano Rivera Conde. Desencantado, piensa regresar a Fresnillo pero, lo clásico siempre lo es, le contratan algunas canciones para los discos de Miguel Aceves Mejía. Poco después, se vuelve indispensable en el repertorio de Lola Beltrán, y “Cucurrucucú” lo sitúa en primerísimo lugar.
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¿Por qué, con el altísimo de popularidad que ha tenido y conserva, no se reconoce debidamente a Tomás Méndez? No sólo, y ni siquiera principalmente por el fenómeno de José Alfredo Jiménez, sino por la producción escasa y por la intensidad que requiere. Méndez escribe para voces potentes y para temperamentos que a lo largo de tres minutos se desgarran y se recomponen. Son proclamas o edictos amorosos: “Tres días sin verte, mujer/ tres días llorando tu amor/ tres días que miro el amanecer”. La voz no puede quebrantarse, el sentimentalismo tiene que mostrar su poderío, las debilidades del alma no se incorporan a las actitudes que la voz difunde. En “Bala perdida”, otra canción ranchera donde al sentimentalismo lo domeña la exhibición de la fuerza, la melodía trasmite el disgusto que es parte de una expedición de conquista: “La cruz no pesa/ lo que calan/ son los filos, cariño santo, cariño santo”. Sí, Tomás Méndez es un compositor romántico, pero su romanticismo no es el de José Alfredo o el de Chucho Monje o el de Manuel Esperón, es un romanticismo que desafía y que vuelve himnos de guerra a las solicitudes de perdón, como en otra de sus obras maestras “Paloma negra”, se despliega victoriosamente. A él, el protagonista de la canción, le entusiasma que ella pueda ser tan autodestructiva como él:
Ya me canso de llorar y no amanece,
ya no sé si maldecirte o por ti rezar.
Tengo miedo de buscarte y de encontrarte
donde me aseguran mis amigos que te vas.
Hay momentos en que quisiera mejor rajarme…
Luego de que el personaje fracasa en su intento de convocar el amanecer con lágrimas, se rinde a la evidencia: ella se ha “masculinizado” para que él sienta que ni siquiera en el despeñadero alcohólico puede sentirse superior:
Ya agarraste por tu cuenta la parranda,
paloma negra, paloma negra ¿dónde andarás?
ya no juegues con mi honra, parrandera,
si tus caricias deben ser mías, de nadie más.
Tomás Méndez es un gran compositor popular y su repertorio ya es irrenunciable.

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Un comentario

  1. Extraordinaria semblanza de la vida y trayectoria de éste gran compositor cuya obra, alusiva a sentimientos universales, ha transcendido las fronteras de México.

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