RETRATO DE LA DISCRIMINACIÓN
Retrato de la discriminación: “Escuelas de cartón”
María José Martínez
Cuando Rashide Frías, corresponsal de Cuartoscuro en Culiacán, se enteró que había ganado el premio de la novena edición del Concurso Rostros de la Discriminación por su fotoensayo Escuelas de cartón publicado en el número 120 de nuestra revista, lo primero que quiso hacer fue compartirlo con la escuela, presumirlo con la maestra y mostrarlo a los niños.
Se dirigió rumbo a la colonia Bicentenario, situada al sur de la ciudad. Afuera, unos 45 grados centígrados escaldaban. De pronto, un macabro imprevisto: una descompostura en su vehículo.
No le quedó más que bajarse del carro y empezar a caminar cuesta arriba, porque la colonia Bicentenario –que el gobierno del estado empezó a construir como plan del festejo de los 200 años del movimiento de Independencia– además de lejana y de estar situada al margen de la ciudad, tiene una subida cardiaca antes de llegar.
Llegó sudando, mareado, pero lo que importaba en ese momento era tomar las fotos del primer día de clases en la escuela. “Si yo estaba allí sufriendo por el calor ellos lo hacen diario, todos los días suben esa empinadita para llegar al salón”, dice, mientras describe con un “tic, tic, tic” la onomatopeya de la gota de sudor cayendo por la frente de los niños. “Cómo pueden dormir, en el cuartito que comparten con otras 3 ó 4 personas, si no tienen aire acondicionado”.
Lo entiende porque ya son muchos años desde que comenzó a ir a la colonia, donde vislumbró el robusto asunto de discriminación en el que están inmersos: sabe que los habitantes son desplazados, porque antes vivían en un terreno que no era de ellos y de donde “los sacaron a punta de golpes”.
Sabe que la mayoría trabaja en el depósito basurero, que las condiciones de trabajo son difíciles, que los padres tienen que dejar solos a sus “morritos” y que éstos tampoco tienen la culpa de eso.
Conoce a la maestra de la escuela, a los papás, a los niños –“que son bien desmadrosos, ves cómo van creciendo y cómo van cambiando”–, sabe del problema de la violencia, de la relación peligrosa de los niños con el narcotráfico, cuenta que algunos de los niños quieren ser policías, otros militares y otros sicarios.
“Es un problema de educación y de discriminación, porque otros tienen y ellos no, porque las condiciones en las que toman clases los mantienen en la marginalidad, separados del resto de la sociedad”.
Mientras algunos prefieren mantener la distancia, el alejamiento y la premura, a él, como confiesa, le gusta mucho relacionarse con la gente, siempre lleva su gradabora. “Tengo una relación con ellos, siempre me pregunto ‘¿quién eres?’, hago lo mío con respeto porque como fotógrafo puedes manipular una situación desde el encuadre; tienes que aprender a esperar el momento justo”.
A él, como explica, la fotografía lo afecta positivamente porque “he empezado a valorar algo tan simple como tener aire acondicionado… con el pinche calor es un lujo. Me digo ‘no seas llorón, de qué chingados te estás quejando’; apreciar lo que tengo me hace más fuerte, mejor persona”.
Los inicios
Aunque de origen chilango, con su acento norteño de culichi, Rashide narra su historia.
“Tenía 23 cuando empecé, estaba en el ‘estira y afloja’ de no saber qué hacer, entre el DF y Culiacán, y pensaba ‘pues esto es lo que me late y soy bueno’. Lo chido de la fotografía es darte cuenta de que vas creciendo, es un proceso que empecé desde abajo”.
Llegó al periódico El Noroeste con “unas fotillos” y sabía que “necesitaba la chamba, un trabajo macizo”. Se la dieron, y según cuenta, supo que esto era lo que iba a hacer toda la vida “porque me llena, aunque a veces se torne cansado”. Aclara que si la chamba de un fotoperiodista está desvalorizada es porque “nosotros lo hacemos así; es bien fácil ir a tomar la foto sin preguntarte qué pasa y cómo les afecta”.
De “chiquillo”, cuando visitaba la casa de su abuela, tomaba los álbumes y se sorprendía de la cantidad de lugares a donde ella había viajado. Dice que ella siempre traía una cámara y que probablemente haya tomado más fotos de él y sus hermanos, que sus papás de sus propios hijos.
“Creo que inconscientemente se me fue quedando esa parte, cuando se ponía a tomar fotos; algo me mueve el recuerdo y puede ser que ahí la fotografía se haya impreso en mí de tal forma que mi carrera como músico de reggae no despegó porque sentía que no era lo mío”.
Cuenta que si hiciera una fotografía imaginaria de su niñez, él estaría sentado en un campo abierto, de noche, observando.
Rashide: un “cuartoscurence”
“Ya cumplo 3 años en la agencia y me siento muy satisfecho, agradezco al maestro Pedro Valtierra porque me ha enseñado muchas cosas, me gusta que me vean por mi trabajo y en Cuartoscuro he podido probar que doy más, porque me gusta darlo”, revela.
El aprendizaje puede encontrarse también en las críticas, “en las fallas… y que sepan quién soy por mis fotos. Más que el reconocimiento, tener la satisfacción de saber que identifican mi trabajo. Poner en alto el nombre de la agencia; que la gente sepa que en Cuartoscuro lo que se hace es con calidad”.
Se refiere a sí mismo como “talachero” y “bien pila”. Él es Rashide, ganador del Premio Rostros de la Discriminación, pero ante todo, él es sus fotografías, sus fotografías son ellos y ellos… son sus propias historias.
“Cualquiera puede hacer un registro hasta con la cámara de su celular, pero eso no es una fotografía, es pensar, es sentir y observar, olerla desde antes de que vaya a pasar, no frustrarte, ser constante, regresar, sacrificar; se vuelve un pretexto para recorrer lugares, un diario de imágenes con personas e historias nuevas. Cuando te das cuenta de que ya sabes lo que quieres hacer en la vida, arremángate y hazlo”.
El Premio Rostros de la Discriminación “Gilberto Rincón Gallardo” se otorga anualmente a periodistas, comunicólogos y fotógrafos que se esfuerzan, de mano de su labor informativa, por motivar una cultura de igualdad, de inclusión y de no discriminación en México.