Plática con Enrique Metinides
Nota roja, sin rojo
Al salir del metro en la mañana, lo primero que uno se encuentra es la foto de un accidente automovilístico. Atravesando con medio cuerpo el parabrisas, el exánime conductor yace bocabajo sobre el cofre, entre un reguero de sangre y sesos. Enormes letras amarillas coronan el morboso cuadro: ¡CRUDA MORTAL! Nada que ver con las imágenes que el fotógrafo de nota roja Enrique Metinides compartió anoche en el Gimnasio del Arte. Entre risas y anécdotas, Metinides conversó con el curador Armando Cristeto sobre el oficio de la nota roja y sus experiencias como fotógrafo.
Haciendo gala de una sencillez y una modestia tan naturales como elogiables, el fotógrafo sacó de su portafolios foto tras foto, contándole al público la historia detrás de cada una como quien platica con un desconocido en la pulquería (muy agradable).
Para sorpresa de muchos, Metinides relató cómo empezó a publicar en el periódico La Prensa cuando tenía sólo once años, que sacando cuentas, tuvo que ser alrededor del 45. Y entretejiendo sus fotografías de primera plana con sus historias, hizo una invitación implícita (y probablemente inconciente) a reflexionar sobre el actual periodismo en contraposición con aquel de su ventana al pasado.
Resulta extraño mirar esas fotografías donde no sólo no hay sangre, sino tampoco cadáveres. Como la del perico ocupando todo el cuadro, cuyo encabezado fue “El testigo del crimen”; o la del acercamiento a una abeja tras el ataque de un enjambre: “La abeja asesina”. Se mostraron muchas fotografías de los mirones, mientras Metinides contaba cómo los vendedores de helado se acercaban al lugar del siniestro para venderle a los curiosos. Pero sobre todo, resaltan todas las fotografías que por su fuerza, su composición y su técnica, muchos consideran artísticas. Incluso expuestas como tal en varios de los más importantes museos y colecciones del mundo. Al preguntarle al fotógrafo si él mismo las considera arte, éste contesta sencillamente: “yo no sé, yo acabo de llegar…”, presuroso a cambiar el tema.
Habló de la transición del blanco y negro al color, con la desconcertante declaración de cómo los editores advertían a los fotógrafos que no se podía mostrar sangre, y de cómo había un dibujante encargado de retocar las fotos para tales efectos. No sangre y no encuerados. Según lo que contó Metinides, a estos últimos les pintaban la ropa.
Dicen que el periodismo debe ser objetivo, y que hay que decir la verdad, mostrar al público lo que pasó. Pero, ¿dónde está la línea entre querer conocer la verdad y el ser simplemente morboso? El trabajo que Metinides ha acumulado durante décadas, muestra que puede ser una franja tan evidente como una muralla. Y aunque él atribuye sus espectaculares imágenes a la pura fortuna, el regocijado público se quedó atónito con cada nuevo cuadro que salía del portafolios. Es difícil creer que se trate tan sólo de una especie de “arte incidental”, o eso que Cristeto llamó “un ojo privilegiado”.
Al escuchar los recuerdos reflotados del fotógrafo, uno se da cuenta de que en algún momento algo cambió en el periodismo, o quizás en nuestra sociedad. Sea como sea, Enrique Metinides sigue opinando que no hay necesidad de los despedazados.