PAULINA LAVISTA: MEDALLA MÉRITO FOTOGRÁFICO

OTORGAN A PAULINA LAVISTA MEDALLA AL MÉRITO FOTOGRÁFICO
Junto con la Fototeca “Nacho López de la CDI y el fotógrafo Rubén Pax, será galardonada en el 14º Encuentro Nacional de Fototecas, en Pachuca, Hidalgo
“La foto nunca la voy a dejar. Por eso volví a renovar mi cuarto oscuro, pienso morirme con las botas puestas, es decir, haciendo mis fotos”, expresa.
Paulina Lavista quedó prendada de la fotografía cuando vio levitar a un bailarín. A partir de ese instante, mientras hojeaba un libro de ballet y a sus escasos seis años, decidió que viviría de y para ese acto mágico. Esta entrega y pasión a su oficio, es la razón por la que recibirá la Medalla al Mérito Fotográfico, el jueves 7 de noviembre.
El primero de noviembre, Día de todos los Santos, Paulina Lavista festeja 71 años de vida, 40 de los cuales ha ejercido la fotografía de una forma diletante y humilde, acompañada de su “nena”, una cámara Hasselblad 6×6 y el leit motiv sigue siendo el mismo: “el amor que le tengo a este oficio y al cuarto oscuro”, expresa la artista que será galardonada por el Sistema Nacional de Fototecas (Sinafo), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
En el estado ideal en que ahora se encuentra, vivir de su trabajo como videoasta y mantenerse como amante de la fotografía, Paulina Lavista considera un halago el reconocimiento que le será entregado en el marco del 14º Encuentro Nacional de Fototecas, en Pachuca, Hidalgo, en el que también se premiará a la Fototeca “Nacho López” de la CDI y al fotógrafo Rubén Pax.
“La foto nunca la voy a dejar. Por eso volví a renovar mi cuarto oscuro, pienso morirme con las botas puestas, es decir, haciendo mis fotos”, dice con tono resuelto.
En la casa de Coyoacán, donde vivió con el escritor Salvador Elizondo, de quien fue su mujer “durante 37 años, tres meses y veintinueve días” —como ella ha expresado—, Lavista recuerda los gratos días en que recibían a gente de la intelectualidad mexicana, a quienes tuvo la oportunidad de hacer íntimos retratos que aún hoy le solicitan los periódicos.
Aunque esas imágenes la han clasificado como una retratista de personajes de la vida cultural (logró revelar el talante de Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Jorge Ibargüengoitia, Ofelia Medina, Juan José Gurrola, Manuel Álvarez Bravo, Francisco Toledo, Rufino Tamayo…), Paulina Lavista sale de todo cartabón.
“Desde mi primera juventud y hasta ahora, en mi vejez, he intentado expresar lo que encuentro. Lo mismo me asombra la luz celestial, que un viejito bajando la escalera. He querido capturar al ser humano en su contexto y eso no puede variar, porque el ser humano es siempre igual. Tienes amor, odio, tristeza, melancolía, alegría, niñez, juventud, vejez. Son las etapas del hombre, los estados y los estadios del hombre”.
A Paulina Lavista le gusta la palabra listo. Ese carácter resuelto la llevó a la fotografía. Nunca dudó de su vocación. Quedó impresionada de una fotógrafa judeo-alemana, Úrsula Bernard, “que parecía una valquiria”, ella le había hecho retratos a su padre, el músico Raúl Lavista, y acudió a sus quince años para tomarle algunas fotos. “Mi foto era muy bonita, y me pareció que sí, que yo seguiría ese camino”.
La crisis de su padre como compositor de música para cine orilló a Paulina Lavista a buscar trabajo siendo joven y lo encontró en el estudio de Antonio Reynoso y Rafael Corkidi, ellos la acercaron a las técnicas fotográficas. Al mismo tiempo estudió en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, “donde tuve maestros muy buenos, y por mi carácter y mi minifalda me empecé a familiarizar.
“Con mi sueldo me compré mi primera cámara, una Nikon, en 1967. Fui gerente de la película y de los cortometrajes de las Olimpiadas, tenía mucha responsabilidad, me encargaba de los negativos, y de 35 camarógrafos ingleses y 35 mexicanos. Entonces entendí que el cine era muy complicado y por lo regular falla un engrane, además las películas son efímeras, son puestas en escena, mientras la foto es la realidad pura.
“El cine me gustó, lo aprendí porque trabajé como productora, pero implicaba inmiscuirme en todo. Muy al principio fui modelo, pero siempre pensé que tenía que pasarme del otro lado. De la fotografía me gusta todo, menos la publicidad, mi principio fue nunca hacer publicidad”.
En esos años, la década de los 60 —recuerda— los espacios para la fotografía eran prácticamente inexistentes. “Hubo una exposición muy importante de Manuel Álvarez Bravo en Bellas Artes. Fui a ver a una galería la muestra The Family of Man, y Héctor García tuvo su primera exposición en Excélsior, sus fotos estaban pegadas con chinches en una gran pared. No había un gusto por la fotografía.
“Salvador y yo, de alguna manera, abrimos los lugares de exhibición, aunque algunos no lo reconozcan, le voy a decir porqué. Salvador había hecho la revista S.nob a inicios de los 60, en la cual incluyó un ensayo fotográfico de Kati Horna, entonces la fotografía entró a esa revista como una pieza de arte. Él (Salvador Elizondo) fue el primero que creyó en mí, me pidió unos retratos para su libro Farabeuf, donde todo gira en torno a una fotografía”.
A pesar de la falta de galerías, Paulina Lavista se convirtió en la primera artista joven en exponer en el Palacio de Bellas Artes en 1970 (ahí mostró imágenes que cree no haber superado); y fue invitada a formar parte del Salón de la Plástica Mexicana. Esa época la dedicó a realizar “safaris fotográficos” por la ciudad y a elaborar foto-textos, pensados como ideogramas chinos.
También se alejó del Salón de la Plástica Mexicana, donde “todo era como de cartón” y se unió a un grupo de artistas rebeldes —entre quienes se encontraban Fiona Alexander, Tomás Parra y Carmen Parra— que, como “un acto de juventud”, formaron el Foro de Arte Contemporáneo, donde la consigna era la unión de disciplinas.
Paulina Lavista mantiene ese espíritu indócil y sigue creyendo que la vida (aún más la de un fotógrafo) está determinada por momentos dados.
“Creo que el fotógrafo tiene la técnica, la sensibilidad, el conocimiento, pero también cuenta el azar. Cuando ese momento se pone enfrente, uno debe aprovecharlo. Mi acervo es como un diccionario, hay muchos temas. Me fascina ver mis contactos porque a través de lo que guardo, repaso mi propia experiencia”.
(Información cortesía INAH)

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