NADJA MASSÜN, DE ENCUENTROS AFORTUNADOS
Por Ricardo Beowulf
“Que no vean mi caída, muerta por dentro, pero de pie como un árbol”. La frase de Alejandro Casona renace en la vida de Nadja Massün, quien nos dejó días antes de la inauguración de su exposición Encuentros Afortunados este jueves en el Museo Archivo de la Fotografía (MAF) de la Ciudad de México.
Estuvo de pie hasta el final, y aunque padecía una enfermedad que minaba su salud y poco a poco atrofiaba su cuerpo y su voz, que sonaba apagada y entrecortada, hizo esfuerzos monumentales para conceder esta entrevista a CUARTOSCURO.
“Todavía no quiero dejar de tomar fotos, me falta tomar más, me mueve la satisfacción de saber que dejo algo a la gente. A veces me pregunto qué ven ellos en cada una de mis imágenes”, agregó Nadja mientras, con ayuda o no, iba y venía de la cocina sosteniéndose en momentos de los muebles, las paredes o los amigos.
“Mi satisfacción es ver mi trabajo, logrado en el sentido de la comunicación. No le pongo una etiqueta de bueno o malo, eso lo verán los curadores y el mismo tiempo”.
Nacida en el Congo Belga en 1963, de padre francés y madre húngara, llegó a México en 1983. Conoció al pintor oaxaqueño Guillermo Olguín, de quien se enamoró y con quien tuvo a su primera hija, Bakuza, y, después, a Justine, en Oaxaca. Antes vivió en Bogotá, en Medellín, Lima, Ginebra, Costa Rica y Francia, debido al trabajo de su padre en la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Su carrera fotográfica inició realmente en Oaxaca, donde se rodeó siempre de artistas, y su formación comenzó de manera profesional en 1999, en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, fundado en 1996 por Francisco Toledo, con maestros de talle internacional.
Entre sus entrañables amigos estaban los pintores Raúl Herrera y María Rosa Astorga. Nadja también mencionó su eterno agradecimiento a las fotógrafas Marcela Taboada y Marie Ellen Mark.
Dentro de su amplísimo repertorio, fotografió la vida rural de su amada Transilvania y en general países del este europeo. Dedicada al retrato en gran cuantía, no le interesaban los paisajes a menos de que éstos tuvieran reminiscencias humanas, antiguas y desgastadas; los caballos pastando en un circo abandonado.
“Lo increíble de la fotografía es el encuentro con el otro o la otra, el viaje simbólico. Hay lugares que pueden ser muy bellos y no me dicen nada, no me inspiran. Las ciudades europeas de occidente me cuesta mucho trabajo fotografiarlas, no tienen esa chispa de vida, de caos, de sorpresa. Me encantan los lugares donde parece que aún no llegó el Wifi, donde la gente todavía vive la calle, habla fuerte y comunica, donde hay vida humana, eso se ve cada vez menos, ahora todo es por internet, ya no hablan con la marchanta, van a un gigantesco mall o supermarché, son lugares donde yo simplemente no cuajo”.
Pero, sin duda, sus hijas Bakuza y Justine fueron, hasta el día de su partida, sus musas, su mayor inspiración, a quienes fotografió incontables veces dejando un valioso acervo para la fotografía mexicana.
“De repente hablo como francesita, yo no hablaba así antes”, dijo a tono de risa, bromeando sobre la dificultad que tenía en sus últimos días para hablar.
Ahora las palabras no son necesarias, querida Nadja, las imágenes que has dejado lo hacen por sí mismas.
Descansa en paz.
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La muestra que se inaugura hoy en el MAF contiene 50 imágenes de la autora, realizadas a lo largo de más de dos décadas de viajes y exploraciones fotográficas.
En esta exposición el público se va a encontrar con el universo íntimo y familiar de la autora, sus pinceladas de viajes en países tan diversos como Cuba, Marruecos, Estados Unidos, Bélgica y diversas regiones del sur de México. La fotografía de Nadja no es documental ni tampoco es “fotografía de viaje”; a Nadja le gusta crear imágenes a partir de sus emociones e instintos, por lo que se aprecia un filtro onírico y surrealista en muchas de sus piezas.
Otro rasgo que caracteriza su obra es que captura realidades que parecieran estar detenidas en el tiempo, como las imágenes de los músicos gitanos en Transilvania o las de la Danza de los Diablos, en la Costa Chica de Guerrero.
Nadja tiene una mirada generosa, humana, que busca reflejar los encuentros (y
desencuentros) que ha tenido en su largo andar por los pueblos del mundo. Según Rafael Segovia: “Su trabajo de años en entornos comunitarios, le permite percibir y entender, por encima de diferencias culturales, geográficas, lingüísticas, la intimidad, los anhelos no dichos, la tristeza contenida y la alegría de las personas”.
El público podrá disfrutar la exposición del 13 de mayo al 7 de agosto del presente año. Los horarios de atención son de martes a viernes de 11 a 16 horas y sábado y domingo de 10 a 18 horas. La entrada es libre.