Nacho López: la eterna lucha por documentar la realidad
Texto: Pedro Valtierra
Nacho López y yo quedamos de vernos en un bar de la esquina de la calles de Teotihuacán y Ámsterdam, cuyo nombre no recuerdo. Me había marcado al unomásuno, de donde salí apresurado. Cuando llegué, me sorprendió mucho encontrar ahí sentado, junto a Nacho, a Juan Rulfo. Yo estaba en esos días leyendo por segunda vez el libro Pedro Páramo… ¡no podía creer que era Rulfo en persona!
–Mira, él es Pedro Valtierra, fotógrafo de unomásuno –, le dijo.
Yo traía dos cámaras colgadas y las guardé en la mochila mientras pensaba: “en un rato le tomaré una foto”. Estaba nervioso pues no cesaba de pensar en la frase esa de “sube o baja, según se va o se viene”. Imaginaba Comala y a los espíritus hablar.
Rulfo no platicaba ni tomaba, sólo escuchaba y asentía con la cabeza. Me sudaban las manos y decía en mi mente “ahora le tomo una foto…” De pronto el escritor se paró y se fue. No le tomé la foto y nunca más lo volví a ver.
A Nacho lo había “descubierto” desde antes, por ahí de 1974, cuando escuchaba las pláticas entre Manuel Madrigal y Manuel Montes de Oca, fotógrafos de Presidencia que habían estado en medios y eran sus amigos. Hablaban de él con respeto y admiración, cosa no muy común entre el gremio en aquellos años ni en la actualidad. Creo que le tenían aprecio a su trabajo.
Nacho no era un diarista. Hacía reportajes muy bien planeados y es que, en aquellos años no se decía, por lo menos en México, si eras fotógrafo documental o periodista. Tampoco se usaba la palabra “ensayo” para definir el trabajo; se decía simplemente“reportaje” al trabajo que llevaba tiempo realizar. Nacho hizo cine y participó en varias películas, pero su trabajo fue básicamente para la revista Hoy, Mañana y Siempre!, aunque también otros medios como Impacto y publicaciones internacionales incluyeron sus reportajes, porque tenía un ojo muy educado y una gran disciplina con la que otros fotógrafos de su época no contaban.
Muy conocidos son sus originales trabajos, como La venus se va de juerga, en la que sigue el periplo de una dama maniquí en diversos escenarios –desde el camión hasta la cantina– o una serie de imágenes que hizo al seguir a la actriz Maty Huitrón mientras caminaba por la calle, ante la evidente admiración del público improvisado, en un trabajo que tituló Cuando una mujer guapa parte plaza por Madero.
Puede verse que sus encuadres son precisos y su trabajo no es improvisado. Yo pensaba en aquellos años que era una persona sabia y con una gran creatividad poco comprendida y aprovechada.
Cuando recién regresé de la guerra de Nicaragua, en agosto de 1979, me invitó a comer a su casa, allá por el sur, por la salida a Cuernavaca. Me regaló un ejemplar del libro del periodista norteamericano John Reed, Los diez días que conmovieron el mundo, acerca de la revolución rusa y me lo dedicó. “A Pedro Valtierra, que tendrá que aprender mucho porque el camino es largo…”
Fumaba cigarros Delicados o faros, le gustaba el ron Bacardí y sus conversaciones eran siempre un aprendizaje de política y cultura. Esa tarde comimos, bebimos y fumamos mientras él me platicaba sin parar de la fotografía, de la importancia de la imagen y del compromiso que implica, pero también acerca de los temas sociales.
Nacho y yo éramos compañeros en el unomásuno. Él era articulista de la sección de cultura. No sé quién lo invitó, si Rodolfo Rojas Zea, Fernando Benítez o el propio director, Manuel Becerra Acosta. Sus artículos sobre fotografía se publicaban allí y eran polémicos entre el gremio porque eran agudos y críticos, con buenos argumentos. Recuerdo por ejemplo un artículo en el que hizo duras observaciones a su colega y gran amigo en una mesa redonda en la que participé como moderador y que llevaba por título «El tema fotográfico de Héctor García». Se debatieron cinco interrogantes: ¿Es suficiente 100 fotos en una retrospectiva?, ¿por qué H. G. exhibe las mismas fotografías de otras exposiciones y no nos brinda lo último de su exposición?, ¿por qué H.G. exhibe fotos rasgadas y sucias como si las hubiera sacado del cesto de la basura?, ¿suple la penetración del ojo de H.G. de su concepción fotográfica, el descuido en la presentación de su material?, ¿cuáles son las concurrentes en los temas de H.G. como denominadores comunes?”
Me permito reproducir un párrafo de los cuestionamientos de Nacho sobre la exposición de García:
Pero, ¿está H.G. en la cúspide del templo de los inmarcesibles para desdeñar críticas y autocríticas? El que expone está expuesto a recibir elogios tanto como indiferencias y censuras públicas. Para defenderse, basta la honestidad y la humildad bien entendida aunque, las más de las veces, se salga perdedor en algunas batallas.
Si el contenido de la obra es primordial, el oficio –o sea el método para hacer bien las cosas– no lo es menos porque va indisolublemente unido al primero. Si por exigencias periodísticas no hubo tiempo de limpiar los negativos, el celo por la pulcritud debiera ser compromiso del autor consigo mismo y con su público. De otra manera no me imagino a Álvarez Bravo, Ansel Adams o a Eugene Smith. Quedó en el aire lo medular; el análisis en profundidad de la obra de H.G. Cierta desazón quedó en mi ánimo al terminar la mesa redonda.
Nacho tenía un verdadero interés por organizar a los fotógrafos y fue así que compartimos varios proyectos en medio de lo que llamaba “la crisis del gremio” particularmente porque, según él, “algunos de estos fotógrafos sólo hacen fotos los fines de semana” e insistía en que habían aprovechado sus relaciones con el gobierno para impulsar un Consejo Mexicano de Fotografía (CMF) en el que no estaban incluidos fotógrafos de medios o profesionales que vivieran de la imagen. Su preocupación era que la mayor parte de los integrantes del CMF hacían fotografía por hobby solamente, que no representaban a los periodistas ni a una buena parte de los documentalistas.
“No son malos fotógrafos”, me decía Nacho, “sólo que entre sus intereses no está precisamente desarrollar y promover la fotografía mexicana y latinoamericana”. Le parecía que estaban muy alejados de lo social y que, aunque sus imágenes eran bonitas, no tenían fuerza visual.
Aunque había sido uno de los promotores de la formación del CMF, se desligó y buscó otras opciones con una visión más latinoamericana. En ese proyecto trabajó con el fotógrafo ítalo-venezolano Paolo Gasparini; sin embargo, no encontraron muchas opciones ni aliados y poco a poco se diluyó la propuesta de agrupar a fotógrafos de América Latina. La idea de Nacho era crear el Consejo Latinoamericano de Fotografía.
Organizamos el grupo que se llamó El grupo de los siete, integrado por Nacho, Rubén Pax, Alicia Ahumada, David Maawad, Víctor León, Eleazar López Zamora y yo, formalizado con una carne asada en su casa. Después, el fotógrafo José Lavanderos se integró y así nos llamamos El grupo de los ocho. Después llegó Luis Humberto González, un fotógrafo de El Día que se había formado con los Hermanos Mayo, primero en el laboratorio y después en la calle. Organizamos una exposición en Xalapa, Veracruz.
Uno de los grupos importantes que organizamos en 1980 fue precisamente Colectiva de Fotógrafos, AC. Recuerdo las reuniones en la Escuela Nacional de Diseño, ubicada en la Ciudadela del Arte, precisamente en donde está hoy el Centro de la Imagen; en el auditorio del periódico unomásuno y en la casa del fotógrafo Eloy Guinea, en la colonia Narvarte, todas muy concurridas. Nacho López insistía en que el grupo se integrara a otras organizaciones de fotógrafos de América Latina. Sólo pudimos hacer una exposición en Radio Educación. Además de Nacho, recuerdo a Héctor García, Gerardo Suter, Javier Hinojosa, Pedro Hiriart, Arturo Robledo, Agustín Estrada, Lourdes Almeida, Alicia Ahumada, David Maawad, Arturo Rosales, Rubén Pax…
Legendario y siempre nombrado como uno de los grandes del siglo XX mexicano, Nacho López fue un personaje de la cultura mexicana muy importante, fotógrafo, cineasta y documentalista innovador con una eterna preocupación por lograr la fuerza del gremio a través de la asociación y la difusión de la imagen.