Miradas recientes en torno al 68

Por Alberto del Castillo Troncoso
En la introducción a uno de sus trabajos más recientes, “Una historia contemporánea de México”, el historiador Lorenzo Meyer comienza el primer párrafo de la obra con una cita de la CIA (Agencia Central de Inteligencia en Estados Unidos) que contradice la teoría de la conjura del gobierno de Díaz Ordaz al señalar que el régimen mexicano estaba siendo cuestionado por los estudiantes como parte de un movimiento interno que respondía a intereses reales y no a una lógica complotista orquestada desde el exterior. La cita no es casual, pues comenzar a explicar la historia del México reciente con una referencia al 68 muestra hasta qué punto este episodio representa ya un criterio para periodizar ciertas etapas de la historia patria. De esta manera, existe un consenso en la investigación historiográfica en señalar al 68 como un punto de inflexión en la evolución política y cultural del México actual, que cuestiona e introduce una serie de pautas y lineamientos que gradualmente irían modificando la realidad del país.
La sacralización del movimiento por parte de una buena parte de la clase política constituye una mitificación bastante alejada de las intenciones y el accionar cotidiano de los cientos de miles de jóvenes que conmovieron al país en las jornadas irrepetibles de agosto y septiembre de aquel año de 1968.
A poco más de cuatro décadas, la fotografía sigue siendo uno de los aspectos menos tratados por los investigadores y estudiosos del tema.
Por ello, a partir del mes de octubre de este año se inaugura en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la UNAM, a un costado de la Plaza de las Tres Culturas, un coloquio académico con la participación de 30 investigadores que presentan avances recientes en torno a este episodio tan relevante para la historia del país y una exposición fotográfica que devela algunos de los hallazgos generados en torno al tema en los últimos años y proporciona diversos itinerarios críticos para discutir algunos ángulos del 68, varios de ellos totalmente desconocidos para los propios protagonistas de los sucesos en su momento.
La muestra no pretende construir un mapa exhaustivo del tema. Por el contrario, la guía una reflexión personal que se detendrá en varios puntos estrechamente vinculados al foro académico y la presentación de avances en la investigación histórica producidos en los tiempos recientes en torno al mundo de la imagen: las miradas del poder, la perspectiva de los ciudadanos, las coordenadas siempre cambiantes de la censura y la autocensura gubernamentales con respecto a la publicación de las fotografías y el punto de vista de algunos destacados fotógrafos, activos en aquella importante coyuntura. Todo ello permite valorar la importancia de la investigación documental sobre este y otros temas y pone sobre la mesa  ( en este caso despliega sobre las paredes de un museo ) la idea central de que nuestra visión sobre los acontecimientos se va construyendo con el tiempo y se va modificando a partir del cambio de las coordenadas del presente y la incorporación y discusión de antiguas y nuevas evidencias documentales.
Las miradas del  poder
El secretario de Gobernación Luis Echeverría ordenó en 1968 al fotógrafo Manuel Gutierrez realizar una cobertura documental de algunos de los episodios más relevantes de los sucesos estudiantiles.
A la muerte de Gutierrez, su familia le vendió en 2000 el acervo al CESU (Centro de Estudios sobre la Universidad,  hoy IISUE) de la UNAM;  hoy se puede consultar en el archivo fotográfico de esta institución. Consta de 1200 imágenes en las que se ocupa de las grandes manifestaciones callejeras de agosto y septiembre, así como las ocupaciones militares de CU (Ciudad Universitaria)  y el Politécnico, y otros episodios casi no contemplados por la historia, como es el caso de la represión que acompañó al famoso “bazucazo” que destrozó la puerta barroca de la Preparatoria 1 a finales de julio y que desembocó en la brutal detención de un centenar de estudiantes del INBA, entre ellos algunos destacados estudiantes que años después se convertirían en representantes emblemáticos del teatro y el cine nacional en los setenta y los ochenta, como Salvador Sánchez y Fernando Balzaretti.
La sugerente combinación de testimonios orales y fotográficos ha sido trabajada por la investigadora del IISUE (Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación) Oralia García, y resalta la necesidad de contemplar este tipo de fuentes para la historia del 68.
La contraparte del acervo ordenado por Echeverría está representado por las fotos encargadas por el General Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal. Consta también de cerca de un millar de imágenes; se avoca al registro de mítines y otros episodios callejeros percibidos como una de las expresiones públicas más inquietantes para el régimen de Díaz Ordaz.
Ambos registros (o lo que queda de ellos) muestran la clara preocupación de los responsables del orden público en la ciudad de México por el registro y eventual control de una serie de manifestaciones ciudadanas que escapaban a su régimen corporativo y ponían en jaque la estabilidad gubernamental basada en el manejo de un rompecabezas político que funcionó de manera razonable durante décadas, pero que mostraba evidentes signos de caducidad a finales de los años sesenta.
Una primera clasificación de este importante acervo ha sido realizada por Eduardo Ancira, investigador del MAF. El cruce de ambos registros políticos se plantea por primera vez en esta exposición y también es abordado por ambos académicos en el coloquio.
Fotografías no publicadas
Hace dos años el periódico El Universal dio a conocer la existencia de 400 fotografías no publicadas sobre el 68 y la edición de un libro con la presentación de la mitad de estas imágenes. En la coyuntura estudiantil, el periódico realizó una cobertura convencional de cerca de 400 fotografías sobre los sucesos, muy cercana en términos editoriales a las coordenadas diseñadas desde el Estado, las cuales implicaban la existencia de una supuesta organizada desde el exterior por fuerzas comunistas que intentarían alterar la estabilidad política del país.
El nuevo material, liberado de pies de foto antiestudiantiles, ofrece algunos hallazgos interesantes en torno a personajes clave de la política mexicana en las décadas recientes, como la participación del entonces joven abogado Diego Fernández de Cevallos en un debate público convocado por el Consejo Nacional de Huelga el 23 de agosto en CU, o la golpiza perpetrada por los granaderos al estudiante de la vocacional no. 5, Ernesto Zedillo Ponce de León, en una de las calles aledañas a la Ciudadela el 22 de julio.
Las aportaciones de la rica documentación se centran en la presentación de elocuentes escenas de represión correspondientes al 2 de octubre que no pasaron los límites de la censura y la autocensura, así como en la identificación de secuencias que permiten comprender un poco más la lógica de trabajo de algunos de los colaboradores más importantes del diario, como Daniel Soto o Jesús Fonseca.  La elección de las fotografías publicadas por parte de los directivos del periódico y su cotejo con las secuencias trabajadas por los fotógrafos permite establecer un contrapunto interesante para delinear los contornos del imaginario visual construido por la prensa en aquellos años.
Palabra de fotógrafo
En los últimos dos años se han incorporado los testimonios de algunos destacados profesionales de la lente que tuvieron una participación relevante en el registro de los sucesos estudiantiles. El asunto es importante en la medida en que los fotógrafos tuvieron una actuación significativa en la cobertura documental del 68, pero por lo general no tuvieron ningún peso en las decisiones editoriales en torno a sus imágenes.
Por ello, resulta significativo dar a conocer el testimonio de María García, una espléndida fotógrafa que aportó su visión de género a la cobertura de algunos episodios y cuya autoría siempre quedó subordinada a la firma de su esposo. O el de Enrique Metinides, uno de los  grandes representantes de la nota roja mexicana en el siglo XX, que cubrió el 2 de octubre y otros capítulos importantes con la impronta estética que lo caracterizó dentro de la narrativa policíaca. Él representó para las páginas del periódico La Prensa los sucesos estudiantiles como parte de un gran reportaje policíaco, con todas las connotaciones políticas y culturales que ello implica.
Daniel Soto, jefe del Departamento de Fotografía de El Universal, proporciona elementos claves para entender la ocupación militar de CU como parte de un riguroso operativo de Estado y aporta datos concretos en torno al control y la represión que se ejerció desde la Secretaría de Gobernación en contra de los departamentos fotográficos de los diarios antes y después del 2 de octubre.
El maestro Enrique Bordes Mangel, quien falleció un par de meses después de nuestra entrevista, aportó información muy valiosa sobre las estrategias de trabajo de los fotógrafos, que en su caso implicó una colaboración con Manuel Álvarez Bravo y un diálogo muy interesante con la obra de otros colegas como Héctor García, quien también aportó su visión personal de los hechos y se proyectó como uno de los fotógrafos más influyentes del 68 al contar con el acompañamiento editorial de la extraordinaria pluma de Carlos Monsiváis en el suplemento cultural de Fernando Benítez en la revista Siempre! El testimonio de todos ellos es recuperado en una de las partes más entrañables de la exposición.
Para cerrar esta breve pero importante lista, hay que tomar en cuenta la lúcida reflexión de Rodrigo Moya, quién con el bagaje profesional de la cobertura de los levantamientos estudiantiles, magisteriales y ferrocarrileros del 58 (una selección de la misma se expone en la muestra), se enfocó al 68 en su calidad de militante de izquierda, sin la pretensión de publicar una serie de imágenes, que hasta esta exposición son presentadas en su totalidad. La urgencia por conseguir la foto adecuada para la noticia es desplazada aquí por una visión de conjunto que acompaña a las marchas y las registra desde todos los ángulos posibles. (Moya no trabajaba para ningún periódico en aquel verano caliente del 68, pero participó en algunas de las marchas como ciudadano de a pie).
Las palabras de Rodrigo nos permiten adentrarnos en la visión del mundo de uno de los fotógrafos más relevantes del México de aquellos años:
Uno envuelve a la manifestación pero la manifestación también lo envuelve a uno: es un acto de amor, así se intrincan el cuerpo del fotógrafo y el cuerpo de la multitud. Entonces el fotógrafo de prensa generalmente va y toma lo que llamaban la “descubierta”, los que encabezaban la manifestación, tomaba alguna foto espectacular y ya, se iba a su periódico y entregaba el trabajo sabiendo que no se lo iban a publicar o que, si lo publicaban, estaba desvinculado de la realidad, ya que publicaban el pie que querían. Y no, yo iba en otro sentido, me gustaba meterme entre la gente, a ratos era manifestante, iba a la retaguardia, subía a la vanguardia. Me adelantaba un kilómetro para esperarlos entrando a “5 de mayo”, por ejemplo, me subía a un edificio alto antes de que llegaran para tomarlos. Después tenía que bajar, cruzar a lo largo la manifestación, es decir, la cubría muy completamente, hacía una disección fotográfica de las manifestaciones. Entonces guardaba un testimonio que no tenía un destinatario. Y ahora, 40 años después, empieza a encontrar ojos que observan y que miran esas fotos, pero yo las hacía por una pura pasión política, ideológica.
El 68 y el mito del eterno retorno
La cobertura de los periódicos y revistas ilustradas en torno al 68 fue amplia y diversa. Con los límites impuestos por un orden gubernamental que no aceptaba la discrepancia y controlaba eficazmente los medios impresos, se pueden rastrear a contracorriente secuencias fotográficas que responden editorialmente a una extensa gama política activa en aquellos años, que va de la derecha institucional a expresiones radicales de la ultraizquierda, pasando por todo tipo de matices y claroscuros.
La investigación de los episodios estudiantiles se ha nutrido de la incorporación de las fuentes documentales fotográficas desde el inicio de los acontecimientos, hace ya más de cuarenta años. La realización simultánea de un amplio coloquio con disertaciones sobre el tema y una exposición fotográfica basada en la presentación de nuevos documentos orales y fotográficos actualiza una parte importante de lo que sabemos en torno a uno de los capítulos centrales de la historia contemporánea del país, propone un debate crítico sobre el mismo y pone en evidencia la importancia del diálogo entre la investigación y la divulgación.
Sin la primera sólo conoceríamos las expresiones más elementales de la memoria oficial y su voluntad homogénea y maniquea, y sin la segunda los avances especializados sobre el 68 no tendrían ningún eco o aportación crítica en la opinión pública.

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