Ayuujk ääy, SEÑORES DE LA MÚSICA DE VIENTO

 

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Allá, en las lejanías de la Sierra Noreste de Oaxaca, los nunca conquistados tomaron el viento e hicieron de él, el canto del alma Ayuujk ääy. Por veredas y caminos, parajes, laderas, cañadas profundas y altas montañas, la voz de los metales y prolongadas percusiones construyen el himno de este pueblo al que también se le conoce como Mixe y que en siglos pasados derrotó a los invasores zapotecos y dio lecciones de autodeterminación a mixtecos y aztecas, quienes nunca pudieron cultivar su flor en tierras del Zempoaltépetl.

Experiencia, toda ésta, que los llevó a combatir las incursiones de los españoles que, derrotados, fueron expulsados por la fuerza del Rey Condoy, eterno guardián de los hombres y mujeres que hoy hacen de la música de viento el baluarte de su lengua madre, cultura y tradición milenarias.

Cuando el alba amodorrada aún se ve lejana, notas intensas entrelazan su armonía con la espesa neblina avecindada en estas tierras. El trompetista solitario arranca el canto a sus metales, en ese ensayo necio que busca la perfección.

Es la vida ayuujk que habla sin ataduras, libre en cada instrumento; sax tenor, clarinete, trompeta, tarola, trombo… Sonidos que encuentran el camino en los medios, anulares, índices, meñiques, sostenidos a un pulgar, que, como ellos, conoce las labores culturales de la tierra, para preñarla y cosechar sus frutos.

Impertérrito el Cerro Sagrado, escenario ancestral, atestigua el tejido de los hilos de luz y sombra que en la lente del fotógrafo se mezclan para lograr sobrios bordados que expresan en imágenes las notas nativas que arrancan la esencia, con la fuerza de usos y costumbres, al noble acorde del bronce labrado para orgullo de bandas tradicionales y orquestas formales.

El fotógrafo, metido en la espesa neblina de aquella oscuridad gélida, tempranera; afina el pulso. El índice, suave, flotante, sobre el obturador, espera el momento preciso para el disparo… Click; el concierto de luces y sombras, la gama de colores vivos y noctámbulos, frescos, pujantes, rebeldes, se anidan en la imagen. La imagen está en la memoria de la Nikon.

La madrugada, fría, oblicua el andar. Las manos empuñadas se aprietan en los bolsillos del chaleco. La neblina es una caricia recia en el rostro y obliga el uso de doble gorra; sobre la cabellera el de lana tramada con agujas de hueso, capeada por la de lona de manta cruda.

Por primera vez en la penumbra de calles y oscuras veredas fangosas, el paso de los visitantes no es denunciado por el ladrido de los perros, sólo el ronco cantar de los gallos alerta la cercanía del amanecer y acompañan las bromas de buenos camaradas; uno con el equipo fotográfico a cuestas, en la mochila, protegido de la brizna; el otro con el morral de lana cruzado al frente, con libreta y grabadora.

Más tarde, en el ritual de convivencia y hospitalidad ayuujk, tres buenos tragos de mezcal de primer cocimiento, bebida espiritual de este pueblo, historias, leyendas y vivencias. Se abre el morral de los recuerdos: la música a fuerza de varazos en piernas y nudillos, para construir el orgullo musical de esta región.

Y en la remembranza aparecen los escenarios de blancos y mestizos que se deleitaron con la profundidad musical de las bandas de viento de los niños ayuujk: Nueva York, Alemania, Holanda, Francia, Ciudad de México… historia con inicio y un muy temprano destino.

El tiempo sin prisas lleva de la mano los cambios en la formación de las nuevas generaciones de músicos tlahuitoltepecanos. Muchos de ellos cuando apenas pueden cargar el instrumento que por sus capacidades se les asigna. Las pequeñas manos toman la trompeta y se estiran todo lo posible para alcanzar los pistones y no perder la nota, supervisada siempre por el agudo oído del maestro: no admite errores y cuando saltan los corrige enseguida, amable pero firme.

Nuevamente la lente del fotógrafo, con audacia serena se adentra en los momentos y arranca de ellos la imagen precisa, la que ha de decirle al mundo exterior lo que es la grandeza de la educación musical ayuujk.

Cada imagen cuenta una historia; cada historia tiene miles de imágenes. Son los ayuujk ääy un pueblo apegado al Dador de Vida, lleno de fiesta y dignidad, con lo que le rinden tributo y solicitan permiso para construir el andar de la comunidad en el tránsito de las tradiciones y el mundo globalizado.

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Un comentario

  1. Felicidades, es el comienzo de la visión externa de las gentes que nos visitan y fortalecen nuestra cultura e identidad como ayuujjää’y. Espero que sigan mas reportajes de nuestra forma de ser, hacer, ver y soñar de un mundo mejor a partir de la complementariedad de lo nuestro con lo ajeno.

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