Los malabares de la vida: un trabajo de Ian Lima

Foto y texto por Ian Lima

Hace un mes concluyó el taller de fotografía periodística y documental, organizado por Cuartoscuro e impartido por Moises Pablo, el editor de la agencia.

Cada alumno entregó un proyecto final al culminar el curso. Hoy te presentamos el trabajo de Ian Lima, que acompañó sus fotografías con un texto de su autoría.

LOS MALABARES DE LA VIDA 

Caminaba como siempre, observando lo de siempre, saludando a los de siempre y aburrido como siempre. El aura de mi pequeña ciudad no parecía tener algo fuera de la rutinaria cotidianidad, andar por las calles a las que ya me he acostumbrado, habían opacado la inquietud de encontrar algo diferente.

Pero sin debería ni temerla, mientras miraba lo de siempre, algo no se sentía igual. De repente las calles tenían algo inusual; música brotando de trovadores desconocidos, y entre avenidas y semáforos malabaristas con aros, mazas, pelotas y machetes, hacían suyas las cebras de las calles, que, desde luego, dejaron de ser las mismas de siempre.

El siguiente proyecto fotográfico pretende dar a conocer a los juglares que cambiaron el aura de mi ciudad. Conocer sus historias me ha llevado a acercarme a quienes han hecho de su vida un malabar.

RATONCINI SHOWS

Todas las mañanas en el semáforo de mi trabajo, en la ciudad de Pachuca, Hidalgo, una figura plateada se alista desde muy temprano. Y durante horas y horas, día tras día, efectúa su show de semáforo una y otra vez, no importa cómo, ya sea bajo el sol intenso, en la incomodidad de la Iluvia o durante los días de invierno.

¿Qué podría motivar a una persona a dedicarle tantas horas a la misma actividad?

“Pues es mi única chamba, de aquí sale para mi familia y si te soy sincero me gusta mucho mi trabajo, hasta doy shows en fiestas los fines de semana”.

 “Sé hacer trucos de magia y me rifo números chidos en el monociclo y bicicleta, hasta tengo un truco donde parece que estoy levitando, pero ese solo lo hago en las fiestas de niños”.

 ”La calle fue donde encontré una oportunidad de hacer las cosas que me gustan, ya llevo unos añitos en este jale, a veces sale y a veces no tanto, pero así es la vida, valedor y ni modo… a veces solo hace falta una sonrisa o un toque de magia en nuestro día para seguir creyendo”.

Describir a un personaje como Ratoncini podría hacerse de manera sencilla, pues él se percibe como una persona sencilla, pero la magia que irradia con su platinado ser y su gran actitud hacen que este personaje solo pueda ser descrito de la misma forma con la que efectúa su show

“El Juglar de mi semáforo”

Caminando entre las cebras lo veo llegar,

con sus mazas a la mano y su singular andar, deja su mochila a un Iado y se comienza a alistar.

Con su botellita gris, perlina pintura se empieza asomar,

y poco a poco con esta se empieza a disfrazar,

de un lado a otro la va dispersando, hasta que el hombre que era se va disipando,

pues en “Ratonsini” el malabarista del asfalto se va transformando.

Con la mirada fija en las clavas de sus manos,

a diestra y siniestra vuelan que parecen marihuanos.

Concentrado en el movimiento, la gravedad, el roce y el tiento,

calcula su caída para darle fin a este momento.

El semáforo en verde y su acto finiquita, no falta el culero que ni una mirada le dedica,

como sea no hay falla entre risas y un chiflido este vato no se agüita.

Así es “Ratonsini” el juglar de mi semáforo, es inconfundible porque brilla como astro, es un vato humilde que prefiere el malabar, que andar en malos pasos en el oficio de atracar.

Si lo ves hazle el paro y tírale una Iuz,

que la vida es una chinga y para algunos una cruz.

Autor: Ian Lima

COMO ISLAS EN EL MAR

Mientras uno lanza, el otro recibe, sus miradas no se cansan ni se distraen, ambos concuerdan en cada movida, en cada lanzamiento, su sincronía es casi perfecta.

Luigi y Mau, dos hermanos tan diferentes como la ropa que traen, pero con un talento tan idéntico que es casi surreal.

De familia cirquera pasan sus días libres practicando sus números y movimientos, sobre las cebras que pintan el río de las avenidas de la ciudad de Pachuca, Hidalgo.

Y aunque no comparten muchos detalles de su vida conmigo, la estrecha relación que se guardan es evidente, después de todo quienes tenemos hermanos, sabemos que a pesar de las diferencias que nos describen, siempre hay algo que nos conecta, como la profundidad del mar que une hasta a las islas más distantes.

JOKER MACHETES 

«Alejandro, me llamo Alejandro, pero la bandita me conoce como el Joker, el Joker Machetes”.

 – ¿Y dónde aprendiste a malabarear machetes?-pregunté-

“Unos carnales me enseñaron cuando estuve preso unos años, empecé haciendo flores con latas de refresco y de ahí fui aprendiendo varias cositas, me enseñaron que hay mejores formas de ganarse la vida y también me sacaron del vicio”.

Robo a mano armada, me lo dijo sin titubear, una decisión tomada no por malicia, si no por necesidad y desesperación.

«Tengo una hija, carnal y no me quedó de otra, el bisne me salió mal y pagué mis consecuencias, pero aquí andamos macheteándole duro, aaah”.

Contrario a lo que muchos pensarían, el miedo en su actuación no lo domina, el lanza sus afilados machetes y los equilibra sin temor a lacerarse, pues según sus palabras, hay cosas peores que cortarse con el filo de un machete…

Por último y antes de despedirme, Alejandro poza para mi lente una vez más… observo a través de la cámara y siento su mirada fija. Por un momento antes de disparar, todo se pausa a mi alrededor, todo entra en silencio y por un breve momento, solo estamos Alejandro y yo.

Después de tomar esta última foto, me hace ver que la única diferencia entre Alejandro y yo… es que yo tuve una mejor suerte.

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