LA MUERTE DE ZAPATA

Por Elisa Lozano
A Sergio Bahena, por los tiempos compartidos
En su edición del 11 de abril de 1919, el periódico capitalino Excélsior, con un gran titular en letras rojas anunciaba:
Murió Emiliano Zapata. El zapatismo ha muerto. El sanguinario cabecilla cayó en un ardid hábilmente preparado por el Gral. Pablo González. Fuerzas del gobierno le hicieron creer que se habían pronunciado y cuando lo tuvieron a tiro, lo obligaron a combatir, pereciendo en la lucha el famoso Atila. Su cadáver llevado a la histórica Cuautla, ha sido perfectamente identificado.
Que no existiera la menor duda de que el cuerpo pertenecía a Zapata, fue una de las máximas preocupaciones de González, y un punto reiterado en otros diarios. Al día siguiente, además de publicar una narración detallada de cómo el Coronel Guajardo le tendió la trampa y le dio muerte, se leía:
Las dudas de que los escépticos pudieran abrigar, respecto a la veracidad de la noticia que publicamos ayer, dando cuenta de la muerte del jefe de la insurrección suriana, Emiliano Zapata, quedaron desconocidas ayer, cuando arribó a México el Sr. Coronel y Licenciado Miguel Cid Ricoy, Presidente Municipal de Cuautla, quien procedía de la histórica ciudad y era portador de las primeras fotografías del cadáver del trágico Emiliano(1).
Acompañaba a la nota la conocida fotografía firmada por J. (José) Mora, en la que aparece el cadáver de Zapata rodeado de hombres en un plano abierto, y otra de un acercamiento del rostro en posición lateral. El día 13 de abril, se publican pasajes de su vida ilustrados con otras imágenes del héroe de Anenecuilco, y se informa que “una cinta cinematográfica fue tomada durante los funerales”. En la edición del día 14, el mismo rotativo publica otra imagen signada por José Mora, titulada “Emiliano Zapata visitado por sus primas”, que reiteradamente se publica editada, encuadrando sólo el rostro del difunto.
Por su parte, el periódico El Universal, en su edición de los días 12 y 13 de abril, se promovía como “el único” rotativo que había mandado a un periodista y fotógrafo a Cuautla, a pesar de publicar la misma imagen de Mora. Ahondaba también en el asunto de la identificación del cuerpo:
En un principio no pocas personas dudaban que el cadáver traído por el Coronel Jesús Guajardo fuera de Emiliano Zapata, pero al contemplarlo, no pudieron menos que confesar que sí era, y ahora son ellas las primeras en desvanecer cualquier duda al respecto(2).
No obstante que dichas imágenes circularon ampliamente, numerosas leyendas se tejieron en torno al héroe revolucionario. Tras la emboscada algunos afirmaron que el cuerpo no era el suyo, sino el de un compadre; otros, que lo habían visto cabalgando aquí y allá; algunos, incluso, afirmaron que Zapata partió a lugares tan lejanos como Arabia. Desde entonces, ríos de tinta han corrido en torno a su gesta, su vida, sus amores y su muerte, convirtiéndose en inspiración de varias películas. En particular, la muerte del líder agrario se recrea en ¡Viva Zapata! (Elia Kazan, 1952), Lucio Vázquez (René Cardona, 1966), Emiliano Zapata (Felipe Cazals, 1970) y Zapata, el sueño del héroe (Alfonso Arau, 2005).
El caso más interesante en ese sentido se observa en la cinta de Cazals, quien con ese primer largometraje entraba de lleno al cine industrial. La misma fue producida e interpretada por el actor y cantante Antonio Aguilar, quien invirtió 113 millones de pesos, cifra que la convirtió en la película más costosa del cine mexicano filmado hasta ese 1970. Lo anterior permitió al director dotar al cinefotógrafo Alex Phillips Jr.(3)  de un buen equipo fotográfico, compuesto por una cámara Panavision y una grúa Chapman, operada con la ayuda de El chiquillo de Anda y de Rafael Delón.
Según narró el director al crítico Leonardo García Tsao, para filmar la cinta hubo de sortear numerosas dificultades, las principales; un casting inadecuado, la movilización de un numeroso equipo técnico y humano, continuas diferencias con el actor y productor, y el más grave, las deficiencias de un guión en el que “no pasaba nada”. Todo lo anterior dará como resultado una película “narrativamente inerte” (García Taso dixit) en la que a pesar de las batallas es poco lo que sucede.
En la cinta prevalece el uso del plano-secuencia, lo cual no fue suficiente para  despojar a la misma —según su director—  de una atmósfera “claustrofóbica”. A pesar de lo expuesto, Phillps Jr. —al lado de Cazals— tuvo muchos aciertos y logró una proeza técnico-estética al filmar el primer shot de 360º del cine mexicano, precisamente en la secuencia del asesinato, en la que Guajardo (Enrique Lucero) obsequia a Zapata (Aguilar) un caballo como prueba de su buena voluntad y adhesión al movimiento revolucionario. El momento en el que el personaje es acribillado por soldados apostados en un punto elevado, resulta verdaderamente espectacular, gracias a la buena interpretación de Aguilar y a los atinados efectos especiales(4).
La escena final también es excepcional, en ésta se recrea la exposición pública del cadáver de Emiliano Zapata en Cuautla, y aquí destaca la caracterización de Antonio Aguilar, quien gracias al maquillaje, la peluquería y la pérdida de peso, luce por momentos bastante parecido al caudillo.
Por la posición del cuerpo, las manos y el gesto, se infiere que para lograr ese acercamiento al hecho que representa, Cazals, Hernández y Aguilar revisaron la rica iconografía en torno al héroe de Anenecuilco y, específicamente, las imágenes de su cadáver firmadas por José Mora y la Agencia Casasola, así como el fragmento filmado de su funeral.   (5)Algo que no se percibe en las otras cintas mencionadas, aunque todas se basen en hechos reales.
La muerte de Zapata se convierte en documento por medio de la fotografía, que lo retiene y conserva en imagen, situación que no merma, sino por el contrario, parece apuntalar la mitificación del héroe y el imaginario popular. De este modo, al retomar la imagen de la muerte de Zapata el cine creará su propia ficción. La fotografía se confirma así como acicate de la imaginación, más allá de ser testimonio de una verdad.
(1)  Excélsior, 12 de abril de 1919, p.1.
(2)  El Universal, 13 de abril de 1919, p.1.
(3)  Hijo del cinefotógrafo del mismo nombre, Alex Phillips Jr. (Ciudad de México, 1935-2007). En Canadá, país natal de su padre, estudió fotografía y arquitectura. En los años cincuenta, se inició en el cine como asistente de fotografía en documentales y, en la década siguiente, fungió como fotógrafo presidencial de Adolfo López Mateos. Servando González le da su primera oportunidad en la cinta Yanco (1960), trabajo que fue premiado. Aunque el riguroso escalafón sindical le impidió desarrollarse en México, realizó varias cintas en el extranjero e incluso en Hollywood, siendo el cinefotógrafo más internacional de su generación. En México trabajó con directores de la talla de Roberto Gavaldón, Ismael Rodríguez, Arturo Ripstein,  Jorge Fons, y Felipe Cazals. Próximamente dedicaremos este espacio  a su  trayectoria.
(4)Leonardo García Tsao, Felipe Cazals habla de su cine, México, Universidad de Guadalajara, 1994, pp-67-71.
(5)  Una buena reproducción del retrato así como de los fragmentos del funeral pueden verse en Pablo Ortiz Monasterio (Investigación y Edición), Mirada y Memoria. Archivo Fotográfico Casasola. México, 1900-1940, México, CONACULTA, INAH, TURNER,  2002, p. 61, y del mismo autor (Edición y puesta en página), Fragmentos, México, IMCINE, Archivo Toscazo, 2010. En opinión del investigador Ángel Miquel, es probable que fuera Enrique Rosas quien filmara las exequias de Zapata, ya que éste había sido el fotógrafo de Pablo González,  e infiere que posteriormente dicho material fue adquirido por Salvador Toscano.

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