La levedad del ser
La levedad del ser
Elena Agudio*
Podríamos seguir viviendo en nuestro maravilloso mundo onírico volando de una fantasía a otra, pero infortunadamente nos encontramos atrapados en nuestra jaula corporal, y cada mañana adoptamos una posición vertical, descargando nuestro peso en los pies. Esta misteriosa energía nos exige reconocernos en relación con la tierra.
En la serie fotográfica La levedad del ser, la artista Alinka Echeverría, se esfuerza en trastocar el estado de cosas invirtiéndolo. La tentativa adquiere, simultáneamente, carácter poético y político; como lo es el espíritu de Alinka: libre de convencionalismos. Estamos en presencia de la obra de una fotógrafa valiente que viaja sola a lugares remotos del planeta buscándose a si misma mediante el descubrimiento del ‘otro’. Estos rasgos de carácter, entrelazados con el destino de ser artista y mujer, originan la lealtad a su vocación y la premura en su producción. La fotografía es su fuente de descubrimiento y medio natural de expresión, su vida.
Sus imágenes, de claridad licuosa, paradójicamente, nos inducen a entender algo totalmente ilógico. En las imágenes las mujeres parecen estar caminando, bien sobre el agua o bien en el agua, y desplazándose libremente a pesar de la gravedad y de la corpulencia de sus robustos cuerpos, otras parecen yacer milagrosamente en la superficie del agua.
Al percibir estas ambiguas imágenes nuestro cerebro se siente desorientado: no está claro si las nadadoras están flotando o desplazándose fuera del agua, algunas dan la sensación de que están suspendidas por un hilo, como títeres. La memoria inconsciente de nuestra vida prenatal instantáneamente se activa, en contraste con el lánguido y errático proceso de familiarización con una perspectiva diferente.
Poco a poco nos damos cuenta de que esta dimensión que Alinka añadió a la realidad cotidiana de la gravedad consistió en la sencilla operación de invertir las imagines, y así nos ha revelado una experiencia estética muy interesante que nos ayuda a comprender el proceso de datos que sucede en nuestro cerebro cada vez que elaboramos un mensaje visual.
El ojo humano, en efecto, registra las imágenes del mundo al revés. La acción de una suerte de espejo interconstruido en nuestro órgano ocular provoca la volcadura de los objetos que percibimos. Le corresponde al cerebro retornar la imágen a una posición erguida. Este misterioso proceso que nos permite pensar que el mundo podría fácilmente ser al revés ha sido revelado poéticamente por Alinka.
Su cámara se ha transformado en un ojo humano, en una máquina perfecta, equiparable a la rudimentaria cámara obscura inventada por Brunelleschi para estudiar los secretos de la perspectiva, y capaz de permitirnos percibir las figuras que nuestros ojos están registrando. Por supuesto, su curiosidad y su fresca intuición no es algo nuevo en la investigación artística.
En la historia más reciente del arte recordamos diversas tentativas sobre la dirección de la realidad (la tercera dimensión referenciada al sistema universal convencional de coordenadas topográficas ) y otras reflexiones sobre la paradoja de la visión, como las realizadas por Bruce Naumann, cartografiando el estudio y la percepción espacial de su cerebro, cuando en 1969 en los Lip Sync volvió la video-cámara boca abajo y rodó a su propia boca hablando. O el más programático y drástico vuelco de Georg Baselitz, el artista alemán,obsesionado con pintar imágenes invertidas en el lienzo, para evocar el dramático vuelco de la condición humana en la historia del siglo XX. Y los experimentos más cercanos de Carsten Höller, con el Upside Down Mushroom Room y los Upside Down Glasses de 2001.
La obra de Alinka es un ensayo delicado y más íntimo; es la investigación silenciosa de una mujer jóven capaz de retrotraernos a nuestros recuerdos amnióticos y a los aun reservados secretos del proceso de la visión.
*Historiadora del arte y curadora independiente