Guerra y fotografía(1)

Por Rosa Casanova*
La imagen de una revolución moderna atenta a la cobertura periodística y, por tanto, fotográfica. Este es el sustento de 1911 La batalla de ciudad Juárez en imágenes de Miguel Ángel Berumen, para el cual desentrañó la fina red de mitos, olvidos e inexactitudes que forman la historia visual de la revolución o, más bien, de las revoluciones que tuvieron lugar en México a partir de 1910. De hecho, cierra la primera parte dedicada a explicar su metodología y conclusiones con las siguientes palabras: “La investigación de la fotografía histórica le confiere a la imagen la grandeza documental que no alcanza a simple vista, y otorga al fotógrafo el reconocimiento a su valor y a su trabajo”.(2)
1. Encontrar las imágenes. Los expertos vaticinaban que difícilmente encontraría nuevas fotos. Con obstinación, Berumen revisó los materiales conocidos y trazó un posible itinerario de archivos y colecciones en México y Estados Unidos que también incluye documentos, páginas de revistas y diarios, carteles de cine y películas (más de 200 colecciones en 53 archivos)(3).  Una búsqueda que puede resultar inacabable como bien sabemos los historiadores; por otra parte, la economía del libro obliga siempre a dejar de lado filones de la investigación. Felizmente, el autor tuvo la posibilidad de realizar esta segunda edición, corregida y aumentada con 50 fotos (como dice el prólogo), que abre dos nuevos capítulos de imágenes, relevantes para la reconstrucción del proceso histórico(4).  Desafortunadamente, no se pudo conservar la calidad de impresión lograda en la primera edición, importante porque resta fuerza a las imágenes y a las posibilidades de leer (de ver), aquello a lo que nos incita el autor(5).
2. Ciudad Juárez. La colocación estratégica de la lucha armada en la frontera y la interacción de las ciudades en los márgenes del río Bravo queda muy bien delineada. La inclusión del punto de vista de los espectadores de los hechos resulta fundamental en la construcción del libro: equilibran y se contraponen a las imágenes habituales que se centran en los protagonistas. Son muestra las multitudes de paseños que asistían al cuartel revolucionario —convenientemente situado en la frontera— en una especie de feria o circo popular; o aquellos que observaban los sucesos desde la seguridad del territorio norteamericano. No importa dónde estaban sus simpatías, importa que estuvieran y contribuyeran a fomentar el fenómeno mediático.
Usualmente, los juarenses quedan en las lentes extranjeras como retratos estereotipados, o bien, como parte de las turbas que siguen y aclaman a los revolucionarios. No obstante, el libro da espacio al “Inventario de la ciudad mutilada”, conmovedor repaso de los significados que la batalla tuvo entre la población y perturbador recordatorio de los sucesos de hoy.
3. El manejo mediático. El trabajo de Berumen nos acerca a un Madero eficaz, lejano del presidente débil o del espiritista caricaturesco. El líder tiene una comprensión del rol de los medios, incluyendo el teléfono, el cine y el registro sonoro. No pueden dejar de llamar la atención los discursos pronunciados aprovechando cualquier momento y lugar: desde el lomo del caballo, el flamante automóvil, al pie de un monumento o desde el vagón de un tren. El resultado es una imagen dinámica que bien se contrapone al retrato hierático del vetusto Díaz.
Del lado revolucionario hay un claro manejo de la prensa, en especial la norteamericana, que fue creando márgenes de negociación al generar presencia en el extranjero. Un ejemplo: sobre la serie de fotografías, tomadas el 30 de abril de 1911, en que Madero y sus jefes principales posan vestidos de civiles frente a la famosa casa de adobe, Berumen dice:
En este caso estaba claro que se trataba de una sesión fotográfica planeada, para la cual la Junta Revolucionaria había citado a fotógrafos y periodistas. No era casual que fueran demasiados fotógrafos los que estuvieron enfrente de esos hombres… No es difícil pensar que las imágenes fueron propiciadas como un afán propagandístico. En este momento el futuro de la lucha maderista aún era demasiado incierto, por lo que se seguía demandando la simpatía del pueblo y del gobierno estadounidense por cualquier medio, incluyendo la fotografía(6).
Agregaría el cuidado que los revolucionarios tuvieron en acentuar los elementos que referenciaran la legitimidad de la lucha y su gobierno. Me refiero al uso de bandas y cocardas tricolores por los jefes militares, o a la celebración del 5 de mayo y los honores a la bandera.
El libro se plantea desde el lado de los revolucionarios y sus espectadores al otro lado de la frontera, y casi olvida las imágenes del enemigo (el ejército federal). Las que conozco resultan poco interesantes visualmente, pero sin duda encierran información dirigida a aquellos sectores de la sociedad que se encontraban cómodos dentro la estructura porfiriana.
4. Fotógrafos y fotografía. Es frecuente que con el tiempo surjan imágenes que resultan más significativas: para los estudiosos por los enfoques historiográficos, para el público por su relación imaginaria con los temas del presente. Tal vez es decisivo el bagaje visual que se va acumulando con el hacer y el ver fotos.
Pero ¿de dónde surgen? Sabemos que sólo una parte mínima de las imágenes producidas durante un evento encuentra difusión inmediata y algunas nunca la tienen. La “censura” inicia con el propio fotógrafo que escoge las que le parecen significativas o de buena factura. En el caso del fotoperiodismo, que atañe a la mayoría de las fotos del libro, siguen “las tijeras” del editor que evalúa la posición política del periódico y el reencuadre que con frecuencia sufren las tomas por necesidades de espacio o para hacer más llamativa la imagen. También se encuentran las fotografías hechas por aficionados, posibles por la facilidad de adquirir y manejar una cámara. Los apuntes hacia la circulación de las imágenes a través de las postales complementan el panorama.
En relación a las prácticas periodísticas de la época, es sugerente la reconstrucción que hace Berumen de la supeditación del fotógrafo al corresponsal y periodista. Eran ellos los que usualmente obtenían el reconocimiento y no los fotógrafos (más de 40, nos dice). Es el caso de Samuel Tinoco y el corresponsal Gonzalo Rivero enviados por La Semana Ilustrada; el libro que publicaron por agosto de 1911, Hacia la verdad, solo da crédito a Rivero. Únicamente autores reconocidos como Jimmy Hare, catapultado a la fama por sus imágenes de la guerra entre España y Estados Unidos en suelo cubano, podían aspirar al reconocimiento autoral. Muestra de su maestría es la fotografía a doble página que, desde lo alto, pone orden al caos después de la batalla: algunos soldados del ejército libertador montan guardia fuera del cuartel federal, otros acarrean heridos, los ciudadanos miran y en el suelo quedan regados ropas y pertrechos(7).
El autor también estudia el encuadre y las estrategias de los fotógrafos. Le preocupó reconstruir secuencias para determinar el momento de la toma (durante la batalla o a menos de una hora de la caída de la ciudad, por ejemplo). Operación que sólo pudo realizar alguien que conoce íntimamente el lugar y los particulares meandros de la lucha revolucionaria en el Norte. Resulta un estimulante trabajo de montaje en el que también se aprecia su formación cinematográfica y donde subyace el valor testimonial que el fotoperiodismo adjudica a la imagen.
En el panorama de las celebraciones centenarias, La batalla de ciudad Juárez resulta una lectura casi obligada para, desde las imágenes, ir comprendiendo el pasado y, quizá, algunos aspectos del presente.
*Museo Nacional de Historia, INAH
(1)  El texto surge de la presentación del libro 1911 La batalla de ciudad Juárez en imágenes (Océano – Cuadro x Cuadro, 2009, 2ª edición) que tuvo lugar en el Centro de la Imagen el 17 de junio de 2010.
(2) Pág. 72.
(3)  Para ello contó con el apoyo del productor Jesús Muñoz, rara avis en un panorama usualmente desolador para la investigación.
(4)  El trabajo se complementa en cierta forma en México: fotografía y revolución, donde Berumen compartió la edición con Claudia Canales (México, Lunwerg–Fundación Televisa, 2010); y esperamos nuevas investigaciones.
(5)  También se resiente la falta de información técnica que ayude a comprender la diversa calidad de las imágenes.
(6) Págs. 62-66.
(7) Págs. 192-193.

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