SALINEROS, DE RAFAEL DONIZ

Por Carolina Romero
Herederos de un oficio ancestral, los indígenas popolocas y zapotecas han visto cómo, generación tras generación, sus pies y manos se curten por el constante contacto con la sal que  extraen de paisajes cubiertos por una excepcional pureza blanquecina.
Ese contraste entre el blanco salino y el oscuro en las texturas de su piel es el protagonista dialéctico de las imágenes que Rafael Doniz capturó en Zapotitlán de las Salinas, Puebla, y en Juchitán, Oaxaca, para reivindicar, desde la fotografía, el valor de un quehacer que ha permanecido invisible.
En las páginas del fotolibro Salineros, retrato vivo de un oficio olvidado, Rafael comparte la historia de cómo se acercó a los trabajadores de la sal para encontrar escenas, contrastes, composiciones, figuras geométricas y detalles que conformaran una imagen completa de las salinas mexicanas, para lograr darle valor y cautivar al espectador tanto como los salineros a él.
En sus imágenes, ha plasmado aquel “aprender a ver” que le inculcó su maestro Manuel Álvarez Bravo, y que él convirtió en una suerte de filosofía para hacer clic con el ojo y con el corazón, aunque, algunas veces, con la cámara no se pueda.
“Para mí, la fotografía tiene un significado sumamente especial. Me ha dado identidad. Me ha dado razón de ser. Le dio conducción a mi vida. Amo mi país gracias a la fotografía. Soy feliz haciendo fotografía”, finalizó Doniz.
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