EN CASA DE LA FOTO

En su casa todo fue:
Había una vez un comedor que tenía floreros, saleros y pimenteros en lugar de pilas de negativos; una despensa que servía para guardar comestibles y abarrotes en lugar de cajas Kodak con fotografías impresas; una sala que dejaba ver el tapiz de sus sillones hoy ocupados por cajones repletos de cajas repletas de cajitas repletas con tiras y contactos; una recámara que era para dormir en lugar de servir de biblioteca-archivo-bodega de cuadros.
Y es que en casa de Rogelio Cuéllar –quien está a punto de recibir el Homenaje al Periodismo Cultural Fernando Benítez de la Feria del Libro de Guadalajara– todo fue.
Excepto la foto, que sigue siendo a todo lo ancho y largo de su casa-estudio.
Mientras va por una cámara Hasselblad panorámica que Audelino Macario acaba de regalarle –eso lo tiene conmovido– recorro el espacio: allá al fondo, en la “sala” montada como estudio, las paredes están recubiertas de cuadros y una muestra de impresión en la que “habitan” muchos grandes.
No puedo dejar de observar a ese Julio Cortázar relativamente joven parado cuan alto era junto a un árbol. Y más allá, pegada a una especie de mampara, la sonrisa joven de Elena Poniatowska. Volteo y me sorprende el tamaño de la cara de Fernando Benítez, en una de las fotos que estuviera hace relativamente poco en su homenaje en Bellas Artes.
En realidad, no hay muchos espacios con más de 10 centímetros de distancia entre una y otra pieza, sea ésta un cuadro, una foto, una escultura. Sillas y mesas están ocupadas, los cajones repletos, los clósets abundantes: es el reino de la fotografía.
Rogelio está emocionado con el reconocimiento. Sobre todo, dice, por la dimensión de los 20 que lo han recibido antes que él: Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco, Jaime García Terrés, Vicente Leñero, Raquel Tibol, Emilio García Riera, Cristina Pacheco, Huberto Batis, Armando Ponce y Padilla, Braulio Peralta, Paco Ignacio Taibo I, José de la Colina, Emmanuel Carballo, Héctor García (el único fotógrafo antes que Cuéllar), Ignacio Solares, Roger Bartra, Hugo Gutiérrez Vega y Guillermo Sheridan.
“A todos los he retratado”, dice. Eso me pone a pensar que en la gran galería de los homenajeados faltaría un autorretrato.

Negativos de retratos de Álvarez Bravo.
Rogelio tiene un gran mérito, sin duda. Y lo sabe: el haber conservado todos sus negativos, todos sus originales desde 1967, cuando empezó a trabajar en la revista Sucesos para todos, cuando aún era aquella época en que se compraban las cargas de película, los sobres de 25 fotos, luego las tiras de plástico para los negativos.
Entre las cajas pueden verse aún varias tiras de negativos “selladas” con el método de “calentar” el plástico. Hay otras guardadas en papel bond. Pero eso sí, todas rotuladas con el evento, fecha y personaje… un escollo menos en la organización definitiva a la que se dedica en cualquier tiempo que tiene libre.
Aunque siempre conservó sus negativos, muy al principio, cuando vendía alguna foto a a una revista o periódico dejaba la impresión. Dejó de hacerlo cuando, en uno de sus pocos encuentros con Manuel Álvarez Bravo, éste le dijo que no dejara sus originales: “Si yo fuera grabador no dejaría mis grabados en el periódico después de publicados…Lo mismo con la foto”. Y Rogelio aprendió.
En el cuarto oscuro.
Por alguna razón que no hizo consciente en ese entonces, siempre conservó su material y organizó su archivo. Menuda sorpresa fue cuando Jesús Reyes Heroles le comentó que la revista Humanidades de la UNAM cumpliría 40 años… y tenía si acaso unas 20 a 30 fotos en el archivo.
“Ése fue otro campanazo”, dice Rogelio.
Para el fotógrafo, por cuyo lente han pasado más de mil creadores – especialmente del mundo de la plástica y la literatura– el archivo es un ser vivo, al cual sigue alimentando y del cual sigue viviendo.
Por ello, le es muy importante pensar en que alguna institución, como la UNAM concretamente, debería comprarlo pero no sólo para conservarlo, sino para seguir dándole uso, “para que siga vivo cuando yo ya no esté”.
Pero ese tiempo aún no llega. Rogelio todavía tiene muchos planes para los miles de retratos de inundan su casa-estudio. Ahora trabaja en el diseño de dos libros de los rostros de la plástica y la literatura en nuestro país. Los tiene armados, diseñados, maquetados… pero no ha logrado conseguir el patrocinio para poder publicarlos.
“¿Qué mejor homenaje para un fotógrafo que ver publicado su trabajo?”, se pregunta. Así que en ello seguirá esforzándose.
Vamos por último al cuarto oscuro. Ahí, en un cuarto junto a la cocina, alcanza a verse la ampliadora Leitz y huele… huele a químicos, a revelador, a fijador. A foto. A la foto que aún ahora, aunque haya incursionado en lo digital, Rogelio sigue haciendo en su casa estudio en la que la imagen es reina absoluta.

(Ana Luisa Anza)

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