EL ROSTRO DE LAS LETRAS
Pensé un buen rato –por no decir unos días– sobre la forma de abordar el libro El rostro de las letras, de Rogelio Cuéllar, una recopilación de retratos de 155 escritores que iniciara en 1969 y que continua armando hasta la fecha. Me refiero a “abordarlo” en aras de hacer una breve reseña.
¿Teorizar sobre el retrato? ¡Si ya tanto se ha dicho! Si tanto nos explica la investigadora Laura González Flores en un claro e interesante prólogo. ¿Y si sólo escribo lo que me vino a la mente cuando lo hojeé por primera –y segunda y tercera– vez? Dos puntos se repitieron en mi mente a lo largo de las páginas.
- Estuve pensando que cuando lees, tienes el privilegio de imaginar a los personajes: plantarles un rostro, definir su forma de moverse, retocarlos con un gesto imaginario, diseñarles el vestuario y hasta darles complexión, si el autor nos lo permite ante la omisión de esos detalles.
Por eso la decepción o gozo cuando el libro en cuestión es llevado al cine o a una serie de televisión y “alguien” decide por ti cómo son los personajes: les da una forma física-fisonómica que no necesariamente coincide con los que guardaste en mente.
No es que uno se imagine necesariamente a los autores, pero si no se es un consumidor insaciable de revistas literarias o gran lector de entrevistas, la fisonomía de los escritores-personajes sí queda un poco a las alas de la mente.
Claro, hay escritores más que vistos porque aparecen en todos lados. Pero muchos, quizá una gran mayoría para nosotros, los lectores promedio, son sólo nombres en la portada.
Por eso es emocionante también “ponerles rostro”. Y, al tiempo, encontrar algo de su personalidad que se refleja en los retratos realizados por Cuéllar, detalles que no tienen por qué aflorar en su literatura.
Me encantó, por ejemplo, la apasionada gesticulación de Hugo Hiriart, los ojos inquisidores pero a la vez de gran ternura de Ramón Xirau y la presencia –en toda la extensión de la palabra– de Rosario Castellanos.
A otros personajes ya “los conocía”, digamos. Los había visto. Pero me encantó encontrarme con la frescura del joven de afilada pluma (en mano) Carlos Monsiváis en 1969, en una imagen tan alejada de las del hombre tras el escritorio plagado de gatos, o re-conocer el rostro actual que alguna vez vi en persona de la María Baranda que fue hace más de 20 años.
Dos. Dado que no soy ninguna experta en retrato, evité intentar forzarme para reflexionar sobre composición, intención, contraposiciones, luces y sombras, etc. para, en su lugar, convertir el libro en una experiencia lúdica.
Hay retratos claramente concebidos como tales, tanto por el fotógrafo como por el sujeto. Hay una pose, la elección de un sitio, posiblemente una serie de tomas hasta lograr la elegida para formar parte de esta selección, y otras que son quizá resultado de una cita concertada específicamente porque Cuéllar quería tener el retrato de un escritor en específico.
Como reportera –y fotógrafa forzada por circunstancias periodísticas que alguna vez fui– me imaginé todo el preludio antes de la decisión final. La discusión de la toma, el relajarse o no del personaje, su facilidad o no para dejarse retratar, el “destensar” el ambiente…Todo lo ocurrido, platicado, discutido, antes de que el obturador hiciera la toma final. ¡Y qué grandes historias se guardan detrás de cada una!
Otras fotos, sin embargo, son más un producto de la improvisación, en el mejor sentido de la palabra. Digamos que estaban ahí y Cuéllar los atrapó en el momento para hacerlos parte de su colección. Porque a ella pertenecen y en ella tenían que estar.
Digamos que autor y personaje coincidieron en un tiempo y en un espacio y, de alguna manera, la cámara apareció. Pero sólo me imagino. Y entonces, igual que en el otro caso, se permite uno el juego de la imaginación para saber qué pasó antes y después, quiénes más fueron testigos de aquella u otra toma, cuál sería la relación de Cuéllar con cada uno de los escritores…
Finalmente, y aunque son las obras las que pasan a la historia (o no), éste es un libro de fotografía que habla de los autores de las letras que han pasado a formar parte del panorama literario cercano. Y se debe, sin duda, a la tenacidad de Rogelio Cuéllar por ponerle rostro a los que tras sus páginas están.
El rostro de las letras, de Rogelio Cuéllar, es una coedición de La Cabra Ediciones y la Dirección General de Publicaciones del Conaculta, 2014.
Gracias por esta reseña y a Rogelio Cuéllar por generar curiosidad ante «el rostro de las letras». La imágen de los autores nos brindan siempre otra oportunidad de esa otra lectura.