Buscar el paraíso perdido

Blanca Ruíz

Advertencia: estamos a 50 y tantos kilómetros de la ciudad de México, (según la carretera) es temporada de secas y el calor empieza a envolver el cuerpo. Los ojos se encuentran con resplandores de verde montaña tepozteca a lo lejos y bugambilias blancas, rosas, rojas, amarillas, naranjas, a la vuelta de la esquina. Estamos en Cuernavaca y, aquí, la fotografía también florece. Estas páginas dan cuenta de ello.

A los 18 años, cuando Pericles Lavat Guinea (Guerrero, 1954) tomó su primer autorretrato, apenas iniciaba la aventura artística que ahora, a  unos meses de cumplir 55, se ha convertido en su pulsión vital: “He creado a mi alrededor una burbuja, no leo periódicos, no escucho noticias, para dedicarme por completo, con todas mis energías a la producción del arte, a partir de la música y la fotografía”.
Este acapulqueño de lentes estilo John Lenon que se desplaza en motocicleta por las serpenteantes calles de Cuernavaca, convive con éstas dos expresiones como si fueran dos exigentes amantes, y se ha convertido en un reconocido contrabajista de música clásica, hindú o rock, a la par que destacado fotógrafo y maestro, impulsor de la carrera de artes visuales en el Centro Morelense de las Artes (CMA).
Egresado del Conservatorio Nacional de Música, se acercó a las imágenes concretas de manera autodidacta y azarosa: en una ocasión, cuando salía de un concierto de Eduardo Mata, un fotógrafo de la gaceta de la UNAM -donde Lavat trabajaba como reportero-  lo condujo al descubrimiento del cuarto oscuro y un librito adquirido en conocida tienda de búhos, lo adiestró en la técnica.
Entre el inventario fotográfico eligió como maestro a una figura emblemática: Henry Cartier-Bresson, “De Cartier-Bresson me gusta la impecable técnica, la composición, la persistencia, ¡me gusta todo!”; y para apuntalar su búsqueda, partió de la filosofía de Platón para introducirse en los claroscuros de las cavernas y las apariencias.
Si pudiera decirse que una imagen tiene un sabor, sin duda la fotografía de Lavat sabe a Cuernavaca: en sus obras se percibe este espacio y sus habitantes: mira a quien mira la ciudad, al retratar a sus fotógrafos, a sus pintores; a quienes la nombran o la musicalizan, escritores y músicos; mira también ciertos ambientes, pero, por otra parte, su cámara se abre al horizonte que palpita más allá: ciertas atmósferas o ciertos pasajes de Londres, París, algunas ciudades de Estados Unidos.
“Mi actitud es esperar a que algo o alguien despierte mi interés. Creo que honestamente  tienes que responder a aquello que realmente te apasione y, en ese sentido, en estos tiempos la pasión es algo muy difícil de conseguir, porque todo se quiere hacer rápido, sin pensar o reflexionar en la idea que te motiva  a sacar tu cámara y a pasarte horas en el cuarto oscuro, aunque ahora, con las nuevas tecnologías las circunstancias son otras, pero en cualquier caso, ya sea con técnicas análogas o digitales, debes apasionarte con lo que haces y saber dónde estás parado y desde dónde accionas tu cámara”.
Lavat acostumbra trabajar por series; hace dos años les pidió a sus compañeros y colegas que posaran para retratarlos a la manera clásica de Avedon, así desfilaron Bela Limenes,  Rodrigo Moya, Gilberto Chen, Eric Jervaise, Enrique TorresAgatón, Ricardo Vinós, entre otros. “Con esta serie quise regresar a los orígenes de la fotografía, cuando se producían retratos y podías ver, por ejemplo, a Baudelaire”.
Pero lejos, muy lejos de la sentencia del autor de Las flores del mal, en el sentido de que la fotografía sería “la sirvienta de las artes”, para Lavat la fotografía es libre y desde luego muy libre él, para buscar y recrear su propio escenario: Tabula Rasa, Homo, Bestiarium, Héroes, son algunas otras series donde juega con las formas del cuerpo humano o la naturaleza, entre sombras, contrastes, ironías.
Otro rasgo de su producción, especialmente en sus autorretratos, es su irreverente sentido del humor, al personificarse como íconos nacionales: el cura Hidalgo, la Virgen de Guadalupe, Sor Juana Inés de la Cruz, el Santo, el “Valiente” que desafía al mundo.
Y aún cuando rechace mantenerse atento a las noticias, fue un suceso trasmitido por radio lo que a la postre derivó en el trabajo que se ha presentado desde abril en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México, en la colectiva Presuntos culpables.

©Pericles Lavat
©Pericles Lavat

“Iba manejando cuando escuché la noticia del desalojo de una cárcel de Cuernavaca y sin pensarlo dos veces me dirigí para allá, obsesionado por conocer la luz en ese espacio; estuve yendo cerca de un año en diferentes horas del día, hasta que logré hacer una serie que inicialmente iba a presentar en blanco y negro, hasta que el curador de la exposición en el CEMA, Gustavo Pérez, me pidió que imprimiera todas las fotografías en color y realmente me sorprendí al ver los resultados”.
Esta serie, titulada “Aquí estubo su padre, putos”, (sic) documenta no sólo el abandono del espacio, sino el aislamiento social y emocional en que generalmente están los mismos presos, que en este caso tuvieron que salir intempestivamente, sólo con ropa interior, dejando sus cobijas, escasas pertenencias, carteles pornográficos o imágenes religiosas, así como sus incursiones en la pintura mural de bucólicos paisaje o aquellas que recrean armas de fuego.
A diferencia de otras miradas a la cárcel, difundidas recientemente y que conviven en el montaje del MAM; Lavat  representa el vacío, el referente barthesiano del “esto ha sido”: así han vivido, así han alimentado sus cuerpos y sus fantasías, éstas son las huellas del estadío mental  en el cual transitan los presos, controlados por los aparatos del poder.
Como contraste de esa serie, y tal vez, como un respiro, a principios del presente año Lavat decidió unir imágenes sin contexto, realizadas en diferentes momentos y lugares, para presentarlas como sus “equivalentes” a todo color: un hombre que pinta un muro, “en realidad soy yo mismo, ante la inmensidad del mar”; o una cubeta roja ante una superficie gris, “representa a la pasión frente al mundo, porque en realidad no se trata del objeto sino de la metáfora que éste es: “Creo que toda mi obra es una metáfora de la nostalgia, del paraíso perdido que todos llevamos dentro y, también, de la ausencia de mi propio padre”.
Pericles Lavat toma su motocicleta, otras imágenes esperan.

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©Pericles Lavat

© Pericles Lavat
© Pericles Lavat

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