Cuartoscuro, hacia los 200
Claudia Canales
El siguiente texto fu leído por la doctora Claudia Canales en la presentación del número 100 de Cuartoscuro, el 24 de febrero, en la Biblioteca México.
Miro con detenimiento la portada número 100 de la revista Cuartoscuro: un close up al perfil de un haitiano en los días posteriores al brutal sacudimiento de su tierra; un retrato captado por Iván Stephens a la manera de un altorrelieve en el que se destacan la piel oscura, los labios apretados y el ojo como un charco de llanto en cuyo centro alcanzan a reflejarse, diminutas, dos figuras humanas. Lejos de la imagen celebratoria que pudiera esperarse de una publicación que llega a sus 100 bimestres de vida, esta fotografía casi parecería condolerse del acontecimiento. Pero no es así. Quienes conocen la trayectoria de Cuartoscuro saben bien que este retrato refrenda sin alardes la vocación documental que ha caracterizado a la revista, así como las inquietudes que, hace casi 17 años, determinaron su creación.
El primer número de esta aventura periodística, allá por el verano de 1993, rezaba en su primera página: «Este espacio que hoy se abre es para estimular a la fotografía que se produce en nuestro país, desde la de los más jóvenes que empiezan hasta la de aquéllos con un buen trecho recorrido». Franqueada así la puerta a los operadores de la cámara de todas las generaciones y de las más variadas tendencias, la publicación se autodefinió desde entonces como «una revista para fotógrafos», tal cual se lee todavía, aunque en letra más pequeña, al lado de su afortunado título: Cuartoscuro. Sin embargo, al repasar las páginas de la revista con motivo de este número emblemático -ese número 100 del que Ana Luisa Anza ha acaparado en su nota todas las metáforas posibles-, me ha parecido advertir un error fundamental en ese lema; un error que hoy, sin ningún espíritu de aguafiestas, deseo denunciar ante todos ustedes. No, no se trata de una revista para fotógrafos; no solamente. Se trata también de una revista para los estudiosos de la imagen, los historiadores de la fotografía, los críticos de arte, los amantes de la memoria y los investigadores de los procesos políticos y sociales de nuestro país.
Yo propondría que todo eso se pusiera en el subtítulo, aunque comprendo que el diseñador gráfico objetará con absoluta vehemencia semejante despropósito. Y bueno, como el no lo va a poner y Pedro Valtierra tampoco va a recoger el guante, me ha parecido esencial decirlo hoy aquí: Cuartoscuro es una publicación que puede y debe interesarle a muchos otros gremios además del fotográfico. Al de nuestros políticos, por poner un ejemplo, quienes comparecen en los números de la revista con esos gestos ya inolvidables por obra y gracia del fotoperiodismo; gestos que evocan desde la casa de la risa un circo trashumante o la simulación teatral de un museo de cera hasta la momentánea ilusión de un fuego de artificio en la larga noche del país.
Yo estuve a punto de no terminar a tiempo estas líneas por estarme horas y horas viendo los muchos números de la revista que Galo Ramírez hizo favor de prestarme. Con ellos me abismé en el pródigo archivo de Antonio Reynoso, la nigromancia óptica de Carlos Jurado, los pasmosos retratos de Rutilo Patiño, los ensayos urbanos de Nacho López, los agudos atisbos de Marco Antonio Cruz y, por supuesto, en la cara de la maestra inefable, quien precisamente en este número 100 aparece captada por la cámara de Moisés Pablo en su faceta más didáctica, es decir, enseñándole la lengua a la nación. Y eso que no me detuve a leer los textos de Alejandro Castellanos, John Mraz, Pedro Valtierra, José Antonio Rodríguez, Alfonso Morales y no sé cuántos colegas y amigos más que han iluminado, con el destello justo, cada rincón de Cuartoscuro.
Aunque muchos autores han entonado el réquiem por ese fotoperiodismo que se abrió paso y se impuso en el mundo entero durante los años treinta del pasado siglo; pese a que no faltan quienes pronostican -y celebran- el fin de la información fotográfica con todo su avasallador potencial crítico; no obstante el general regocijo por la inmediatez de la televisión, el Internet y la telefonía celular -medios todos ellos capaces de producir y transmitir imágenes-, el fotoperiodismo hoy parece beneficiarse no sólo de esos nuevos recursos tecnológicos, sino sobre todo de aquello que más y mejor ha aprehendido y aprendido en su acelerada vida: el arte de la resistencia. Y Cuartoscuro es prueba inequívoca de ello.
No quisiera terminar esta brev presentación sin referirme a mi vínculo inicial con la revista que hoy festejamos, pues me paree que expresa mejor que cualquier cosa la política de puertas abiertas que la ha inspirado a lo largo de cien números. Fue hace apenas un par de años, cuando en mi condición de maestra universitaria del colegio de Historia de la UNAM leí un ensayo estupendo: un ejercicio escolar escrito al alimón por dos brillantes alumnos míos. Se trataba de una inteligente interpretación de una imagen clásica de Henri Cartier-Bresson, interpretación que pensé que valía la pena publicarse. Pero, ¿a quién acudir con semejante propósito, cuando en la propia Facultad de Filosofía y Letras todavía muchos maestros miran con suma desconfianza un seminario en el que «nada más se ven fotos»? Hablé con mi amigo Rodrigo Moya, quien, sin dudarlo un momento, me dijo: «Busca a Pedro Valtierra». Y así, sin conocerme más que de oídas, Pedro me dijo por correo que le mandará el texto a Anasella Acosta, y Anasella Acosta me escribió a los pocos días para comunicarme que el ensayo de mis estudiantes de Historia se publicaría en el número 91, como de hecho sucedió.
¿Puedo pedir algo más de este fantástico grupo de editores, críticos y amigos que conforman Cuartoscuro? Sí, claro, que me vuelvan a invitar cuando lleguen al 200.
Muchas felicidades para todos ellos.