Murió Leonora Carrington
Y seguramente cruzará el río Aqueronte en la embarcación Cocodrilo, claro, luego de haber atravesado florestas densas cabalgando junto a Godiva selva, mientras Luna león ilumina su camino y Cuculati I, II y III oran por que llegue a puerto seguro, ya que fue insuficiente la vida para seguir pariendo mundos, y poblando el que habitaba de animales imposibles, de soles y lunas con ojos y boca, de personajes con caras romboides y túnicas que nunca dejan ver su cara pero que la sugieren de forma inequívoca. Leonora, la de los sueños hechos bronce, tela y tinta, ya descansa, Leonora Garrington (Inglaterra 1917-México 2011).
“Nada de homenajes, nada de fotógrafos”, pidió antes de ingresar al nosocomio con el filo de una neumonía que apuntaba a su yugular, y que habría de hundirse sin piedad la la noche del 25 de mayo, así la mañana del jueves 26 México despertó con la noticia de una nueva ausencia, enorme ausencia, en la vida cultural, que se cimbra tristemente como un ciclón en Norteamérica.
A penas el 6 de abril cumplió 94 años. Entonces Elena Poniatowska presentó una novela de la vida de la artista que título sencillamente Leonora. Apenas se inauguró una exposición en el Centro Cultural Estación Indianilla, en la colonia doctores, de su obra más reciente. Por que al parecer hasta esa última noche Carrington no conoció el reposo.
Y su obra, lo que nos debe importar, está ahí al alcance. De su historia ya se hablado: Que si renunció a ser una distinguida dama inglesa, que si escribía al revés, que si la expulsaron de dos colegios, que si a los 20 años se hizo novia del alemán Max Ernst, quien le llevaba 26 años, que se escapó a París yendo tras Max, y ahí conoció al grupo de los surrealistas, y que también ahí llegaron los nazis y apresaron a Max y ella enloquecida vendió todo por una botella de cogñac y luego viajó a España buscándole un visado, que ahí su padre ordenó que se le encerrará en un manicomio del que ella se escapó cuando era trasladada.
Y mucho, mucho más. Qué conoció al poeta mexicano Renato Leduc, que se casó con él para escapar de su padre, que se reencontró con Max en Nueva York, que juntos Leduc y Max la trajeron un día de 1942 a México, donde trajo consigo el surrealismo, lo mismo que su amiga Remedios Varo, y donde produjo la mayor parte de su obra esa que nos es indispensable, donde se nacionalizó y hoy forma parte de la historia de arte en nuestro país.
Los reconocimientos que en vida recibió son innumerables: Uno de ellos en 2005, el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Bellas Artes. Y muchos por parte de universidades e institutos culturales.
Esta tarde la entraña de la tierra recibió el cuerpo de la artista en el Panteón Británico. Pero ella, la mujer que es poema, según el poeta Octavio Paz, nos dejó para deleite cotidiano su escultura Cocodrilo en avenida Paseo de la Reforma, y 10 esculturas de producción reciente en el Centro Cultural Estación Indianilla, en la colonia doctores, donde esta mañana se montó un pequeño retrato con un par de flores y una vela, y muchos dibujos, pinturas mágicas y cuentos que no son lo mismo pero que son igual.
Qué tantas imágenes durmieron en la mente de Carrington a la espera de conocer la forma, de bañarse en la luz. Las que sí nacieron se revelan a nuestros ojos como prueba de una compleja alma humana, de una intrincada mente que ninguna máquina ha podido igualar. Por eso sin temor a exagerar, bien vale decir que Leonora Carrington encarnó el arte y fue la diosa creadora de incontables mundos, estos sí, justos. (Anasella Acosta)