Desterrados del Paraíso o dónde quedó la manzana…
Elsa Chabaud
Todo pacto tiene su condición: ser los niños del paraíso significaba quedarse niños. El mito hebraico ha permeado nuestras vidas y se extendió por el mundo a través del cristianismo.
Estamos en deuda con Eva, pues ella anheló el conocimiento. Cambió el curso de la historia, nos regaló la posibilidad de saber, aprender y conocer, y así parecernos a Dios. Adán, a su vez, se hizo el inocente, y así se dio en la historia el primer lavado de manos.
Romper el pacto tuvo su precio: Dios nos desterró de su corazón, dejándonos huérfanos y desamparados.
Paraíso en árabe significa mujer. Qué paradójico que un miedo del cual no tenemos memoria haya llevado a los hombres a lapidar, castrar y maltratar a sus contrapartes, quienes les posibilitan su estancia en el amplio espacio que es la tierra.
Hay que aclarar algo, la ubicuidad del Paraíso se encuentra aquí y no en los cielos, porque ahí no habita nadie.
En el juego del Paraíso, todos pierden: la mujer queda estigmatizada, el hombre destinado a trabajar sufriendo y Dios a ser obedecido por temor.
En el juego del Paraíso también el hombre perdió la posibilidad de una relación clara, abierta y gozosa con Dios y con la mujer.
Por entender que su esencia era divina, la figura de Luzbel ha quedado reducida a cenizas. La esencia divina que, según dicen, tenemos, es indigna porque ha sido tipificada como un acto de soberbia, uno de los siete pecados capitales.
La posibilidad de ejercer el sexo como parte natural de la vida fue satanizada; pero a quien le niegan el placer, también le niegan la libertad y la esencia de vivir con plenitud y gozo, derecho por nacimiento.
Este trabajo es un ejercicio en imágenes que manifiesta un profundo descontento acerca de cómo esta ideología ha tamizado nuestras vidas de manera nefasta y contundente. El placer y el gozo nos liberan, hay que ejercerlos.
