LA IRREALIDAD EN LA FOTOGRAFÍA DE CHANG CHAO TANG

Por Carolina Romero
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Antes de entrevistar a Chang Chao Tang, el único acercamiento que había tenido a su obra fueron los textos de sala que leí en su exposición Subjetivaciones de la conciencia. Calificativos como “Padre del surrealismo” o “crítico político” rondaron mi cabeza hasta que le pregunté acerca de estos títulos y sus fotografías. Una mueca graciosa se colgó de su boca inmediatamente y me contestó “no creas todo lo que escriben sobre mí”.
Justo a la mitad de una inauguración, y aún con su pequeña cámara digital entre las manos, el fotógrafo taiwanés caminó hacia una puerta para alejarnos del ruido que reinaba en el viejo edificio de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Entró a una covacha oculta junto con su traductor, se sentó en un peldaño de escalera y me hizo espacio para compartir el lugar.
Es un hombre desenfadado, de plática ligera y libre de formalismos. Nuestra charla se vio mediada por el traductor; sin embargo, Chang me acercó a su historia a través de la mímica de sus manos, el énfasis de sus risas y la seriedad de algunas miradas. Esa historia, la que lo puso detrás de una cámara, se remonta a una escena en el lejano Taiwán hace más de cincuenta años.
Iba en la secundaria y le pidió prestada una Aires Automat 120 a su hermano mayor. A partir de ese momento, Chang se describe a sí mismo como “alguien que simplemente hacía foto, hacía foto, hacía foto. No con el afán de convertirme en profesional, sino como cualquier persona que hace lo que le gusta”. Sin embargo, las pasiones conducen los caminos, y su interés por retratar el entorno de Taiwán finalmente se convirtió en su trabajo.
Los críticos de arte han coronado al taiwanés con el título de “Padre del surrealismo” e “hito para la fotografía moderna de oriente”. También han dicho que tiene desdén por el fotoperiodismo y le han atribuido a su obra los dotes de ser crítica política.
Él se deslinda de los cartabones que encasillan su trabajo, pues siempre se ha dedicado a poner la fotografía al servicio de su ideología y ha experimentado con todas las posibilidades que le brinda oprimir el obturador. «Esas son las lecturas de quienes interpretan sus fotos, no la intencionalidad de mi trabajo», me comentó. «Hay que tener cuidado, porque de pronto los críticos del arte o las personas que reseñan o interpretan, a veces pueden llegar a exagerar mucho».
[slideshow_deploy id=’43907′] Antes de la fotografía, Chao Tang tenía una perspectiva abrumadora, aburrida y triste sobre la cotidianidad de las personas. Esta visión de la vida se transformó cuando el taiwanés aprendió a mirar los disfraces de la realidad a través de su lente, fue así como se convirtió en un hacedor de imágenes distintas, fotografías que capturan los aspectos irreales del mundo y las personas.
“Llegó un momento en el que me di cuenta de que dentro de la realidad había mucha irrealidad. No surrealismo, sino irrealismo. Y dentro de mi realidad, cuando comenzó la etapa fotográfica en mi vida, lo que yo hacía era siempre esperar un momento adecuado y, si llegaba a tener suerte, podía llegar a tomar una buena foto”.
Esta irrealidad está plasmada en las imágenes de Chang, que también poseen una parte innegable de surrealismo.
De repente, sacó su celular de un morral que tenía cruzado en el torso. La habitación se quedó en silencio mientras buscaba ávido algunas de sus fotografías. Me acercó el teléfono y mientras me hablaba movía las manos expresivo para darme a entender que las cambiara una tras otra. Eran fotos de cuando hizo fotoperiodismo.
Chao Tang no rechazó el fotoperiodismo, su obra tampoco obedecía a las razones de la crítica política. Dejar a un lado la subjetividad de lo artístico por la objetividad periodística era un precio muy alto, que no estaba dispuesto a pagar. «La subjetividad de poderle mostrar a alguien una fotografía en donde se supiera que era yo quien la estaba tomando, de ese subjetivismo que me podía permear cuando estaba tomando la foto. Supera al fotoperiodismo, va más allá». Las manos de Chang seguían moviéndose en el aire.
La charla terminó apurada por una degustación y brindis en el salón contiguo. Todos nos levantamos, pero antes de salir de la pequeña covacha me pidió afable: “por favor, no sobreinterpretes”.
 
 
 

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