ARCÓN DE IMÁGENES

Sólo quedan cuatro días para disfrutar de una gran exposición: El arcón de los recuerdos, la cual se muestra en el patio central de la Fototeca de Zacatecas hasta el domingo 17 de febrero.
Derivada del concurso El arcón de los recuerdos, organizado por el CUNorte en coordinación con la Fototeca de Zacatecas y Cultura UDG, cumplió su objetivo: recuperar parte de la historia del norte de Jalisco por medio de la imagen.
Ahora se cuenta con un archivo de 701 fotografías que reflejan los distintos momentos históricos de Bolaños, San Martín de Bolaños, Chimaltitán, Villa Guerrero, Totatiche, Colotlán, Santa María de los Ángeles, Huejúcar, Mezquitic y Huejuquilla, entre el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.
A un jurado experimentado le tocó la difícil tarea de premiar las mejores fotografías dentro de las categorías de Retrato, Actividades Sociales, Paisaje Rural y Urbano y Arquitectura, bajo los criterios de valor histórico, conservación y valor estético.
Son entonces las fotografías ganadoras, las reconocidas con Mención Honorífica, junto con otra selección las que conforman esta exposición que no sólo describe la vida cotidiana de aquellos años, sino que por su historia de vida nos muestran el carácter, el valor, el amor y la inteligencia con que esos personajes del pasado construyeron su presente.
Todos esos personajes con ropas “curiosas”, posturas tiesas, caras serias y miradas profundas, son nuestro pasado; nuestro pasado que está presente y que gracias a esta exposición permanecerá también en el recuerdo y la conciencia de las nuevas generaciones.
La exposición El arcón de los recuerdos. Memoria histórica visual del norte de Jalisco se compone de 54 fotografías. Es una muestra representativa de nuestra región, nuestra “patria chica”. Un norte de Jalisco que comparte territorio, historia e identidad con el sur de Zacatecas.

Vale la pena escribir lo que Jean Meyer escribió a propósito y especialmente para esta exposición:
«Todos nacimos en un ambiente concreto que muchos factores geográficos, históricos, sociales, contribuyen a definir. Cuerpo y alma, bañamos en ese ambiente que resulta psicológico, fisiológico y espiritual. La patria chica, la suave patria que Luis González llamaba afectuosamente “la matria”, es la expresión de un contacto físico entre el hombre y el medio en el cual vive: está definida y limitada en el espacio. El ser humano no puede identificarse realmente, sensiblemente, si no es a unidades geográficas regionales, medianas y chicas. Es decir, que la patria chica se asemeja a la familia; como ella, por más extensa que sea, tiene límites. Los pueblos del Norte de Jalisco y del Sur de Zacatecas, esos “pueblos del viento norte”, como bien los llaman Luis de la Torre y Manuel Caldera, forman una de esas patrias chicas y nada como las fotos antiguas para evocarlos en el tiempo.
Las fotos que pueden ver ahora cubren un amplio periodo que va desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX, y en una de estas fotografías se encuentran el jinete, fiel representante del siglo XVI, y el avión, emblema de la modernidad mecanizada.
Esas fotos, además del interés folklórico o romántico, ofrecen enseñanzas: más allá de lo pintoresco, de lo hermoso, de lo conmovedor, atestiguan la capacidad del hombre (y de la mujer, claro) para crear lo que es necesario, sin grandes recursos, en un mundo tan rudo como generoso, que alguna vez supo amansar, para provecho mutuo.
En la sequía presente que nos aflige desde hace casi dos años, recuerdo lo escrito por Antonio Estrada hace medio siglo: “Arroyos y ríos, cada vez más flacos. Bajíos, montes y laderas, sin pizca de hierba. Muerte en el llano y la cordillera. Sepultura las quebradas. Nuestras famosas huertas a orillas de las corrientes, nuestras sementeras que siempre fueron envidia del xiximie, del huachichil y aún del nuevo azteca, apenas florecieron y fructificaron en unos cuantos capullos y en esmirriadas mazorcas, en una que otra calabaza, en algún puñado de frijol”.
No se trata de un mundo perfecto y admirable, tampoco de un modelo que habría que conservar y reproducir; pero este patrimonio fotográfico nos permite ver, en lo que tiene de humilde y cotidiano, un pueblo trabajador, aguantador y festivo de la cuna a la sepultura, que resiste lo mismo a las balas que a la intemperie. Permite valorizar nuestra sociedad rural de ayer y anteayer, tan despreciada como desconocida, pero que podría inspirarnos para inventar algo, más allá de nuestra sociedad de despilfarro y destrucción de la naturaleza.
Les invito a poner una mirada atenta sobre este pasado que se aleja cada día, hasta perderse en el misterio de la historia. Bien nos aclara Goethe, en un párrafo singular de su Poesía y Verdad, que la conciencia de lo que nuestra existencia tiene de histórico es, a la vez, segura riqueza y también inquietud y remordimiento, por lo que se perdió:

Mas era un sentimiento que en mí crecía con potencia,
y no podía expresarse con suficiente misterio,
la sensación conjunta del pasado y del presente:
una intuición que traía al presente lo fantasmagórico.
La historia está en todas partes; está en las fotografías que nos permiten ver algo que ha pasado, definitivamente pasado y que no volverá. Para el historiador, la fotografía es una fuente de información, “documento y monumento”, que hay que conservar para las generaciones futuras, adaptándola a los cambios tecnológicos, desde las placas de cristal hasta la digitalización. Por eso el historiador saluda con alegría la iniciativa de lanzar un concurso para rescatar el mayor número posible de fotografías de la patria chica, de la “matria”.
Demasiado acostumbrados a las imágenes a colores de nuestros aparatos digitales, redescubrimos con placer las fotografías en blanco y negro o color sepia. Se parecen a cuadros de pintura, son, de manera involuntaria, obras de arte, creaciones. Al mismo tiempo, con la sola excepción de los retratos posados en la oficina del fotógrafo profesional, ofrecen un producto bruto, sin puesta en escena, ángulos rebuscados, luz artificial. Eso les da una fuerza extraordinaria. Sin embargo, por más cercanas que estén a la realidad del momento, en su sencillez misma, las fotografías que van a ver llevan una carga subjetiva y emocional. ¿Por qué? Porque “re-presentan” algo, nos dan a ver cosas preciosas cuya forma ha desaparecido, hombres trabajando en el campo, mujeres preparando tamales, animales, paisajes… cosas todas que piden un lugar en los archivos de la memoria.
Esta meritoria labor de colecta fotográfica prolonga el esfuerzo admirable del equipo de Mi Pueblo, de personas queridas como lo son Manuel Caldera, Luis De la Torre, Luis Sandoval Godoy el Padre Nicolás Valdés».
La Fototeca de Zacatecas está ubicada en Fernando Villalpando 406, centro histórico, Zacatecas. Teléfono (492) 92 4 20 15

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba
Are you sure want to unlock this post?
Unlock left : 0
Are you sure want to cancel subscription?