Yo veía maíz en lugar de estrellas: Malena Díaz
Texto y portafolio publicado en la revista Cuartoscuro 179 (diciembre-febrero)
Luego de casi tres horas de viaje, Huamantla me recibe con el sol del mediodía. Se siente como un abrazo, como si los rayos hablaran y me dijeran: “¡qué bueno que llegaste!” Era mi primera vez en tierras tlaxcaltecas y sólo sabía dos cosas: que se prepara un gran pulque y que en este lugar habitan guardianes del maíz, así que, ¡claro!, estaba entusiasmada con esta visita, además sería la fotógrafa Malena Díaz quien me llevaría a comprobar éstas y muchas otras cosas más que desconocía de Tlaxcala.
Antes de hablar sobre ella, Malena me cuenta de la gente que vive en este estado, de la importante labor de los productores del maíz nativo en San Juan Ixtenco y de los tlachiqueros en Altzayanca. Me doy cuenta que ama esta tierra de la que estuvo alejada muchos años cuando, por el acelere de la juventud, decidió irse a la Ciudad de México para aprender más sobre fotografía. Quería estar cerca de la acción, así que tocó las puertas de Cuartoscuro y consiguió vender publicidad en la revista, aunque sólo sería el pretexto, pues a ella le interesaba aprender de los fotógrafos. Después de un tiempo, se fue de “mochilazo” a Toulouse, Francia, con unos pocos billetes en la maleta, pero con muchas ganas de cosechar experiencias nuevas. Durante diez años La Ville Rose se vuelve el hogar de Malena, el colectivo de artistas Mix_Art Myrys la acoge y ahí comienza su exploración como fotógrafa. Aunque en Francia enriqueció su ojo y descubrió nuevas pasiones artísticas, decidió que era hora de volver a su país: la vida trajo a Malena de regreso a Huamantla, pero el maíz la hizo quedarse.
“Te vas a descubrir el mundo, pero regresas a tu origen”, dice.
Nos dirigimos a la Hacienda Santa Bárbara, un lugar mágico que parece inspirado por un cuento de Juan Rulfo. Ahí me habla de La Trenza, una serie fotográfica en la que Luna, hija y fuente de inspiración de Malena, posa para ella sosteniendo enormes y pesadas trenzas hechas con maíces de colores intensos que se producen y preservan en Ixtenco. Malena se suma a esta serie con un par de autorretratos que, si los comparamos con los que produjo para su serie Ocho Días, ahora vemos a una Malena más feliz que ha encontrado su identidad, sin las angustias provocadas por las preguntas. La escritora Rosario Castellanos dice en su libro Mujeres que Saben Latín: “Cuando el cristal de las aguas se enturbia y los ojos del hombre enamorado se cierran y las letanías de los poetas se agotan y la lira enmudece, aún queda un recurso: construir la imagen propia, autorretratarse”.
La Trenza surge por un cúmulo de necesidades personales, entre ellas la de atrapar en el tiempo el legado histórico del maíz sembrado en Ixtenco y así dejar un testimonio vivo de lo que decenas de generaciones se han encargado de preservar, como ahora lo hacen Simón y su familia: los Angoa. “Mi obra es un canto a la vida, a los sueños, a la gente que cree todos los días en lo que hace, en el amor a la tierra, a los animales”.
La Trenza funge también como símbolo de unidad no sólo entre Luna y Malena, sino también entre el sembrador y el que come; una trenza que da vida a las comunidades y las mantiene. “Yo no soy guardiana del maíz, este título implica mucha responsabilidad: los verdaderos guardianes son aquéllos que trabajan todo el año en los sembradíos. Yo sólo documento el trabajo de los otros porque admiro lo que hacen y me parece importante que otras personas lo conozcan. Si mis fotografías pueden acercar esta riqueza y herencia ancestral a los demás, lo seguiré haciendo”.
El volcán Matlalcueyetl, mejor conocido como La Malinche, se impone ante nosotros y sobre él, nubes negras y “pesadas” anuncian una posible lluvia: una buena noticia en el campo, pero termina el día y el agua no llega. Mientras veo el paisaje, pienso en las veces que he escuchado la broma “Tlaxcala no existe”. Estando aquí, no sólo puedo afirmar lo que no necesita ser afirmado, sino que me consume un sentimiento de tristeza, pues negar su existencia es negar la de su gente, de su historia ancestral, de estos paisajes que no había visto en ningún otro lugar.
Es hora de dormir, la oscuridad aquí es profunda y tan silenciosa que casi puede escucharse el susurro de la noche. Despierto a las seis de la mañana y el cielo se viste de rosa y naranja para iluminar al Pico de Orizaba. Pasadas unas horas visitamos a Simón y Ana en Ixtenco, sobre un petate descansan las mazorcas que ellos mismos producen; Sangre de Cristo, Cacahuacintle, Morado, Canela, Arrocillo, Negro, Gato, Ajo, Teocintle, conocido como el abuelo de todos los maíces. Todas únicas en colores y sabores.
Mientras Malena observa con detenimiento cada peculiaridad de las mazorcas y las retrata, Simón me cuenta que: “El maíz tiene un plazo de vida, con el tiempo termina en polvo, como los seres humanos. Por más que intentamos mantenernos jóvenes y busquemos la eternidad acabamos hechos polvo, pero la vida continúa, no acaba, como el maíz. Tal vez morimos, pero la vida sigue y nunca sabremos si hay un fin”. Me doy cuenta de que todos ahí son personas sensibles, preocupadas por vivir en el presente, pero sin dejar de lado a sus ancestros. Malena se incorpora a la plática y nos dice que su abuelo le colgaba mazorcas en el techo: “Recuerdo que cuando era niña, antes de dormir, yo veía maíz en lugar de estrellas”.
Visitar el lugar donde nació Malena me hace entender mejor su amor por el maíz, por su gente y su motivación por documentar a través de La Trenza este tesoro de Tlaxcala, pues como ella misma lo describe: “La trenza representa muchas historias, de quien siembra, de quien vende, de quien compra, de quien come. Es una obra onírica que manifiesta mi relación con los campos de cultivo de la milpa y el maíz. La trenza es el tejido social que se crea durante el intercambio de semillas y cosechas”.
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