Violencia & fotografía. En línea de fuego
Anasella Acosta
Antes del mediodía en Ciudad Juárez Nacho Ruiz había tomado con su cámara catorce ejecutados en distintos puntos de esta ciudad fronteriza, llevando consigo su reciente equipo de seguridad: un chaleco antibalas y un casco —aunque el chaleco no sirve contra el calibre de los cuernos de chivo, eso lo sabe bien— pero el disfraz se ha vuelto rutina en una ciudad donde los ejecutados aparecen a diario en lugares públicos cual espectáculo de compañía trashumante y donde las armas llueven sus descargas como agua en el Día de San Juan…
A Bernandino le dieron un cachazo por ser puntual. Sí, por ser el primero en llegar al lugar donde yacían un montón de ejecutados y, luego de las primeras tomas, darse cuenta que entre ellos, uno seguía con vida. Cuenta historias de hummers de las que descienden hombres armados y taxistas que transportan armas de alto calibre, y policías municipales que ven y se van, y federales que prefieren pedir apoyo al Ejército, y del Ejército que limpia sin averiguación de por medio. Y como en Acapulco eso de que en el mar la vida es más sabrosa ya no vale, se compró un seguro de vida, no vaya siendo…
Incendiaron un camión de la cocacola, aquello era una tolvanera, iban y venían disparos, y en medio Leovigildo González y su camarita que dispara pero no mata. Fue el nueve de diciembre en Apatzingán, en la comunidad de Alcalde, donde se dice que asesinaron a Nazario Moreno, alias “El Chayo”, el líder de La Familia. Cuando salió de ésa la agencia para la que trabaja le mandó su respectivo chaleco antibalas, ése que no detiene las balas de los cuernos, y que prefiere no usar, no sea que lo vayan a confundir con la policía, la vulnerable…
¿Antes?, antes había tres o cuatro muertitos por choque o por intento de asalto. Por supuesto que ha cambiado, dice sin titubeos, Luz Acevedo. En la actualidad tenemos ejecuciones masivas en La Marquesa, en Ecatepec, en Ixtapaluca. Ellos saben quién toma las fotos. Lo llamaron. Te tenemos un asuntito, le dijeron. Cuando llegó al lugar había dos cabezas ahí tiradas. Le mataron a un amigo. Mejor no involucrarse…
Esa vez no funcionó. Lo sacaron a punta de pistola del velorio. Por más que Saúl López mentó las disculpas y el respeto, y mire que es mi trabajo y que lo siento mucho y que no quiero ofender. No le valió ni una foto. Si hubiera sido como cuando el otro muertito que hasta lo invitaron a echarse un chinguere. Pero ahora sí naranjas pelonas. Tuvo que dar media vuelta y salir por piernas. Y ya iba lejos cuando el don seguía blandiendo su revólver…
Desde sus respectivas trincheras, de las más violentas en el país, los cinco fotoperiodistas coinciden: hay más ejecuciones que antes, sí, hay más trabajo, hay que cuidarse, hay que mirar para todos lados, primero hay que ver si se puede, y si hay elementos de seguridad, si no, mejor ni te acercas. “Nosotros no pedimos la violencia, sólo informamos. Sí tenemos miedo, sí es riesgoso pero alguien tiene que hacerlo, y uno lo hace porque también le gusta”.
Y son enfáticos porque esto no es teoría: No hay preparación para estar en medio de una balacera, para retratar a un desollado, para reaccionar ante una pila de ejecutados, un colgado o un velorio. Cada día tiene sus retos, sus riesgos y su propia suerte.
Sabemos que somos usados, pero no sólo por el crimen, también por las instituciones, por los partidos, por el gobierno en turno, por los propios medios para los que trabajas. Pero eso no es razón suficiente para dejar de registrar lo que pasa todos lo días, nosotros no pedimos la violencia y no es ocultando las cosas como esto va a acabar.