Una historia para la historia. 25 años de Cuartoscuro
por Luis Felipe Estrada Carreón*
El evento que hoy nos convoca es la celebración de los 25 años de la agencia fotográfica Cuartoscuro, un acontecimiento digno de celebrarse en cuanto a que en sus más de 500 mil negativos y cerca de 30 mil imágenes digitales podemos observar la historia reciente de México y América Latina; pero la importancia de la existencia de Cuartoscuro no es meramente cuantitativa, sobre todo es cualitativa. Entender qué ha aportado esta agencia al México plural que vivimos requiere insertar su historia en otra historia, la de los usos fotográficos.
En su indispensable Fuga mexicana Olivier Debroise señala que desde 1839, cuando el daguerrotipo llega a tierras americanas, la incipiente imagen fotográfica ya maravillaba la visión de los mexicanos de ese siglo, más por sus cualidades de reproducción que de representación. La idea de que se pudiera duplicar detalladamente la vista de un instante, hasta en sus más ínfimos detalles, perturbaba la mirada decimonónica mostrando el poder analítico de la imagen y su aptitud para la meditación.
La fidelidad de la fotografía, nunca antes vista, se incorporó con rapidez a la percepción y sensibilidad de esos tiempos, por lo que al asombro de la reproducción se sumó el descubrimiento de que esta nueva imagen permitía descomponer la realidad, penetrarla y reconstituirla, con lo que las posibilidades de interpretación se expandieron. En esto radicaba el germen revolucionario del nuevo invento.
No obstante, la fotografía se integró velozmente a las necesidades científicas de la época y se asimiló a los gustos y cánones estéticos de las clases privilegiadas. También alimentó el fetichismo de la imagen y ganó un espacio en los altares hogareños, sea con copias de imágenes religiosas o por tratarse de retratos de difuntos y seres queridos distantes que se veneraban en la intimidad.
Paulatinamente, lo que encontramos en los archivos fotográficos es el predominio de la reproducción: poses, motivos y situaciones se repiten incesantemente, los clisés de los estudios fotográficos producen imágenes en serie que brindan información de los gustos e ideas predominantes de una época, pero poco conocimiento de las individualidades y particularidades de lo retratado.
Muchas de esas fotografías han perdido sentido al paso del tiempo, por lo que despiertan poco interés para el observador actual y carecen de sentido para nosotros. Otras, por lo contrario, adquieren una pátina como señala el mismo Debroise, que las erigen en símbolos de una época, y que ofrecen a la mirada del nuevo observador un matiz que no tuvieron en su momento, un sentido de prácticas políticas, sociales y culturales que no habíamos percibido. Un extrañamiento de estas prácticas que por momentos nos evidencia una nueva forma para nuestra comprensión. Esta epifanía fugaz es la que nos recuerda que el aspecto provocador de la fotografía no desparece del todo, se oculta bajo el ropaje de la tradición.
No será hasta finales del siglo XIX cuando las técnicas del medio tono permitirán la irrupción de la fotografía a las páginas de los periódicos y con esto, su integración al discurso periodístico.
La aparición de la fotografía renueva la posibilidad de transformar la percepción de los lectores. Sin embargo, su inclusión al lenguaje sensacionalista nuevamente neutralizó el poder de las imágenes fotográficas, que se vieron como subsidiarias del discurso lingüístico, y relegadas a un papel de “ilustración” de lo enunciado. La fotografía sirve únicamente como testimonio de un momento, debe decir lo mismo que el texto, por lo que su redundancia la limita en su sentido. La restricción del uso de la imagen en la prensa se muestra en la falta de créditos a los artífices de la cámara, y en la valoración meramente técnica de la fotografía, anulando las posibilidades creativas del fotógrafo, que aún no se constituía como fotoperiodista.
Sometida a una concepción de información y de noticia, la fotografía se ajustó a los cánones de la prensa mexicana del siglo XX, en la que prevaleció una mentalidad política de satisfacción a los triunfantes gobiernos posrevolucionarios, cuyas figuras presidenciales y políticas constituían el repertorio a partir de los cuales se construía la noticia y, por ende, la historia. Ahora los clisés no sólo eran de poses y escenografías, también lo eran de arengas y de noticias reiterativas: podios, galas, discursos presidenciales, políticos que abrazan niños y acarician perros; o en otro contexto, fotografías de deportes que llenaban las planas de los grandes diarios “nacionales”.
Es en este contexto en que adquirieron importancia las iniciativas surgidas desde la década de los setenta y que fueron madurando en la década siguiente, cuando los fotógrafos comenzaron a ser críticos de su propio trabajo y de su papel constructivo en lo político, social y cultural, para percatarse del poder revolucionario que tenían en sus manos y que se ejercía al oprimir el obturador de su cámara.
Lo anterior no es una casualidad en una época de grandes movimientos sociales y revoluciones, de insurrecciones a finales de los sesenta, de profundas esperanzas y de gran represión política; la sociedad necesitaba mirarse con otros ojos, precisaba reconstruir una imagen devastada por el autoritarismo y el conflicto. En este momento surgirá la gran apuesta que fue Cuartoscuro.
En la década de los ochenta la mayor parte de nuestro continente estaba dominado por dos grandes azotes: las revoluciones y las dictaduras. América Latina se hundía bajo el peso de su propia historia; no la que había vivido sino la que se había creado: la historia de los caudillos y los grandes hombres responsables del destino de los pueblos y de la vida de las personas. México literalmente se estremecía por los trágicos sucesos de San Juan Ixhuatepec y los terremotos de 1985, y todo el subcontinente atravesaba una profunda crisis económica en los estertores de la Guerra Fría. Este ambiente resultaba propicio para una profunda reflexión del entorno que se experimentaba, pero también para poner de manifiesto la enorme diferencia que había entre lo que se decía, lo que se hacía y lo que se veía.
En el campo histórico los grandes movimientos sociales llevaban a una nueva concepción de la historia: la de las mentalidades, que ponía de manifiesto la importancia de las ideas y percepciones en el actuar de los pueblos, pero también entornaban los ojos para observar una fuerza del cambio histórico que siempre estuvo ahí pero que la historia tradicional no consignaba: el hombre común y corriente, con sus miedos, sus ideas, sus hábitos y supersticiones.
En lo político y lo social quedaba claro que el discurso en los medios de comunicación debía transformarse, y la fotografía era nutrida por una serie de fotógrafos que se rebelaban ante las formas de representación anquilosadas prevalecientes a lo largo del siglo XX.
En ese contexto la prensa recogía las imágenes de la tragedia: desde Centroamérica llegaban fotografías que Pedro Valtierra enviaba de la guerra civil en Nicaragua, y con ellas se mostraba la imagen de esos otros protagonistas de la Historia, el pueblo llano que con su sufrimiento, su trabajo y su esfuerzo marcaba el destino de la naciones.
Pronto, el trabajo de Valtierra y de otros profesionales permitió que la fotografía de prensa dejara de verse como una ilustración y fuera adquiriendo el poder de transformación que siempre le había correspondido, que desplegara un discurso visual acorde a los nuevos tiempos. Primero en el Excélsior de Scherer, y posteiormente en el unomásuno y La Jornada el periodismo pretendió una visión crítica, “Dar voz a los que no la tienen”, fue una consigna de La Jornada en 1984; pero no bastaba con dar voz, había que darle rostro a estos descubiertos actores sociales, dotarlos —como en el inicio de la fotografía— de un espejo ante el cual meditar, que les permitiera analizar su propia realidad.
A un nuevo destino corresponde una nueva historia, y para ello la fotografía abandonó los grandes salones de Palacio, las oficinas de gobierno, los mítines políticos y las caras de funcionarios de alto nivel para retornar a las calles, para mostrar la vida cotidiana, con sus grandezas y sus miserias; y con ello descubrir nuestras continuidades y nuestras rupturas, para dar al fotógrafo un nuevo estatus, el de fotorreportero o fotoperiodista capaz de, en una toma, interpretar un momento, una época, ofrecer un sentido que trascienda la anécdota y lo contingente.
Pero este esfuerzo requería concretarse en un trabajo conjunto y de equipo, que surgió en 1986 de la mano de Pedro Valtierra, Ana Luisa Anza, Juan Antonio Sánchez y Eloy Valtierra: Cuartoscuro, la agencia de fotografías que en el transcurso de un cuarto de siglo ha auspiciado a nuestro país de la materia de su imagen, que ha consignado de manera minuciosa todos los resquicios de la vida nacional: la política, la cultura, la ciudad, las marchas, los festejos populares, los desnudos han encontrado representación plástica gracias a la maestría y destreza de más de 100 fotógrafos que han nutrido este archivo. La vida reciente de nuestro país no podría entenderse ajena a estas imágenes que sintetizan el sentido de una época, que denuncian lo que las palabras callan, que evidencian en posturas y gestos la moralidad de nuestro pueblo.
Por eso estos primeros 25 años de Cuartoscuro son una historia que nos permite crear una nueva historia, un archivo que, parafraseando a Debroise, no es un archivo muerto, sino un repositorio que ante la mirada de cada uno de nosotros siempre tendrá algo nuevo que contar, un relato que reconstruimos cuando lo vemos.
Cuartoscuro, en su trabajo de equipo, ha recuperado lo que durante todos estos años la fotografía ha mantenido: su carácter revolucionario y renovador. Por ello, quizá el mejor homenaje que podemos brindarle es no dejar de mirarnos en ese espejo que son las fotografías, ese acto comunicativo que crea una eternidad instantánea.
México, D. F., 29 de junio de 2011.
* Profesor de Comunicación y Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán. Jefe del Departamento de Desarrollo e Investigación en Comunicación y Estudios Culturales de esa facultad.