Una foto una historia: la caída de Vicente Fox
Texto y foto: Moisés Pablo
Hay instantes únicos y difícilmente repetibles. Son el oro molido que un fotoperiodista puede esperar toda su vida profesional. A veces es difícil que ocurran, pero cuando suceden se trata de algo fugaz que, de ser captado con la cámara, alcanza un carácter completamente opuesto, si bien no eterno, sí más duradero.
Si el presidente de una nación que atraviesa por algunas dificultades se cae y estás ahí para registrarlo, y luego esa fotografía es publicada al día siguiente por la prensa nacional, descubres que algo hay en ti para ejercer esta profesión.
A mí me pasó recién iniciaba como fotoperiodista en Cuartoscuro. Fue el 18 de diciembre de 2003, era un joven aspirante y todas las órdenes me parecían un descubrimiento, tierra nueva que conquistar con mi cámara.
Germán Romero –quien coordinaba la agencia en ese tiempo– me dijo que me había acreditado para la posada decembrina en Los Pinos. En aquel entonces yo no solía cubrir la fuente de Presidencia, pues generalmente era asignada a los fotógrafos con más experiencia. Aun así, sin dudarlo le dije:“¿A qué hora hay que estar?” Preparé mi cámara digital –una gloriosa Canon 10D– y me lancé.
Entrar a la “casa de todos y todas”, como le decía Vicente Fox , era un ritual. Tenías que esperar más de una hora, aguantar hasta que la gente de prensa se dignara a darte un pegote, no sin antes verificar si estabas en la lista. Hacías una fila, pasabas el arco detector de armas, te revisaban la mochila los elementos del hoy extinto Estado Mayor Presidencial, y volvías a hacer una fila hasta que por fin te conducían al lugar donde sería el evento. Esa noche era en La Hondonada, un sitio restringido para los mortales.
En aquellos días, los Fox aún gozaban del capital político que les había dado haber sacado al PRI del poder y querían llevar al “pueblo” a que conocieran lo que antes no les estaba permitido.
La pareja presidencial arribó. Martha Sahagún vestía de negro y un abrigo rojo; su esposo, el señor Presidente, de pantalón gris y una chamarra de piel de color negro, tipo cazadora; obviamente, no podían faltar sus botas.
Inmediatamente empezaron a organizar a los niños –todos traídos de colonias populares– para que le pegaran a la piñata; pasaron tres pequeños y luego con ese carácter de rancho con el que se describía el propio exmandatario, no se aguantó las ganas de darle él también.
De tres garrotazos, Fox rompió la piñata. Los niños se abalanzaron por los dulces, nada pudieron hacer los militares entrenados en Israel contra esa estampida. Se le incrustaron entre las piernas, lo que le hizo perder el equilibrio. El extitular del Ejecutivo trató de no aplastar a los niños al caer.
Entre risas, su esposa intentaba levantarlo. Por unos instantes me miró –al menos yo sentí eso– y fue cuando, yo pienso, que cayó en cuenta de lo que ese instante significaría para él como mandatario una vez que la foto fuera publicada por los diarios.
Todos los seres humanos caemos, de una u otra manera, a veces de todas las formas posibles, es parte de nuestra naturaleza, pero en la política todo lo que se haga o no, la propia condición humana y, sobre todo, sus pueriles debilidades, son exponencialmente sujetas al desprestigio. Caer frente a los medios es una premonición, un mal augurio, el destino, la síntesis de la historia.
En ese momento, yo le tomaba fotos con la ingenuidad de creer que ver caer a un mandatario era algo cotidiano, cosa natural de este oficio.