PARACHICOS DE CHIAPA

Fiesta de los parachicos. Foto: Héctor Montaño/INAH
Desde lejos se oye la música del tambor y la flauta, el rumor del zapateado, el alboroto de sonajas de hojalata y los vítores del desfile: “¡Viva San Francisco, muchachos!”, “¡Viva San Benito, muchachos!”, “¡Viva la Virgen de Fátima, muchachos!”… Son los Parachicos de Chiapa de Corzo, que todos los años, del 8 al 23 de enero, realizan la festividad más tradicional y larga del estado de Chiapas.
La danza de los parachicos representa el momento culminante de la Fiesta Grande de Chiapa de Corzo, cuyo vistoso atuendo consta de una máscara laqueada con facciones de un español de ojos azules o verdes, con barba de candado, tocado o “montera” elaborado con fibra de ixtle, un sarape tipo Saltillo, chalina bordada y un chinchín o sonaja de lámina.
Esta tradición comenzó en 1711, es decir se desarrolla desde hace tres siglos, y según algunos registros es una ofrenda colectiva en la que actualmente se calcula participan seis mil personas, y está dedicada al Señor de Esquipulas (o de los Milagros), San Antonio Abad y San Sebastián Mártir, patronos de la comunidad.
Elaboración de máscaras. Foto: Héctor Montaño/INAH
Por ser una manifestación que propicia la cohesión social y además fomenta la transmisión de conocimientos ancestrales heredados, Los parachicos en la fiesta de enero de Chiapa de Corzo fue declarada en 2010 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), luego de varios años de trabajo conjunto entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta) y dicha comunidad chiapaneca, para trazar conjuntamente el expediente de la candidatura.
Cuentan los viejos que a mediados del siglo XVIII, al entonces llamado pueblo de Chiapa de la Real Corona, llegó Doña María de Angulo buscando al curandero indígena para que aliviara a su pequeño hijo de una extraña enfermedad. Después de bañar al niño en las curativas aguas del Cumbujuyú, éste sanó de sus males.
Los parachicos evocan a los antiguos chiapacorceños que se disfrazaron para entretener al niño de doña María Angulo durante su enfermedad, de ahí su nombre, pues lo hacían “para-el-chico”. Mientras, las “chuntas” (hombres vestidos de mujeres) representaban a las mozas de la señora española.
La tradición oral refiere también que una terrible plaga de langosta acabó con las cosechas de la localidad, entre 1767 y 1768, y en 1770 una epidemia provocó la muerte de cientos de personas. Entonces, María de Angulo regresó al pueblo y, en agradecimiento por haber sanado a su hijo, repartió maíz y dinero entre la población.
El parachico no se hace, nace
Nacen, no se hacen. Foto: © Héctor Montaño/INAH
El arqueólogo Víctor Manuel Ortiz Villarreal, investigador del Centro INAH-Chiapas, refirió que, a pesar del crecimiento exponencial en el número de participantes en los últimos años, la danza de parachicos se sigue organizando en forma tradicional y bajo la jerarquía de las mayordomías de los distintos barrios de Chiapa de Corzo.
Esta celebración, abundó, propicia “la integración de la comunidad; son cuestiones familiares y se heredan de generación en generación, a los niños y jóvenes los van introduciendo en la danza, pero tienen que cumplir ciertos requisitos, como llevar flores a las ermitas o cumplir mandas”.
Ortiz Villarreal explicó que toda la fiesta es encabezada por un patrón, cuyo cargo es heredado por los miembros de la familia Nigenda. Desde 1999, Rubicel Nigenda Gómez es quien detenta este cargo. De ahí la frase de que “el parachico no se hace, nace”, que solía repetir Norberto Nigenda Ramos, quien fue patrón de la festividad.
El investigador del INAH dijo que la celebración —que tiene una amplia convocatoria entre los pobladores de la zona centro y barrios antiguos de Chiapa de Corzo— de unos años a la fecha atrae sobre todo a jóvenes de municipios aledaños. “Esto se nota en el desfile principal de los parachicos, donde al frente va el patrón, seguido por los mayordomos y autoridades, más atrás van los jóvenes y niños”.
Destacó que para disfrutar al máximo la festividad “hay que seguir el calendario de actividades que, además del desfile principal, incluye la visita de las capillas de los barrios para participar de la fiesta, porque durante la noche se canta, se reza, se reparte alcohol y distintas viandas”.
Una tradición de tres siglos. Foto: © Héctor Montaño/INAH
Así, los parachicos bailan, al compás del pito y el tambor, acompañados por las chuntas, abrecampos, vaqueros y tehuanos, en señal de manda para el Señor de los Milagros; el 17 de enero en homenaje a San Antonio Abad, y el día 23 en honor de San Sebastián Mártir.
En sus recorridos visitan los templos de Santo Domingo, San Jacinto, Señor del Calvario, la Santa Cruz de Santa Elena, la Santa Cruz de Cunduacan, del Señor de Acapetahua y San Gregorio. Pero también van al panteón municipal para conmemorar a los patrones fallecidos, a la Plaza de Parachicos y las riberas de Nandambúa y de Las Flechas.
Entre máscaras y sones
Si bien, en esta celebración los parachicos son los personajes más visibles, entre los individuos que participan también están los priostes (padrinos) de los santos, los encargados de ermitas, el patronato de la fiesta de San Sebastián, artesanos talladores de madera y laqueadores, ‘comideras’, bordadoras, coheteros y músicos.
No obstante, “la máxima autoridad de los parachicos es el patrón, quien conoce profundamente la tradición y cuyo cargo es vitalicio. Es el encargado de entonar los alabados mientras que los parachicos responden con vivas”, explicó Edaly Quiroz Moreno, especialista en Patrimonio Inmaterial del INAH.
La autoridad de este personaje, dijo, se remarca con el uso de una máscara de hombre maduro, de gesto adusto y cejas prominentes; además de la montera de ixtle que heredó de sus antepasados, porta una guitarra, sarape oaxaqueño y un fuete o “cabresto” para castigar simbólicamente el pecado y la desobediencia.
En este conglomerado de atavíos para los personajes, destacan las singulares máscaras hechas a mano, que de acuerdo con el artesano Antonio “Toñito” López Hernández, Premio Nacional de las Artes 1998 —quien comienza a preparar las máscaras medio año antes de la Fiesta Grande de Chiapa de Corzo—, “hay que conservar la antigua técnica, la tradición”, como el uso de aceite de chía, la madera de huanacaxtle y un instrumento fabricado con esófago de res, que borra totalmente las rayas en la pintura al óleo, que dejan las cerdas del pincel al decorar las caretas.
A su vez, el señor Roberto Solórzano Núñez recordó que “hace 48 años íbamos en bloques de 60, 70 parachicos, salíamos por barrios y nos juntábamos en casa del patrón. Allí se hacía la ‘pandilla rica’, y coreábamos la famosa ¡viva la pandilla rica!, ¡viva la máscara de palo! y ¡viva la mano poderosa!, porque la mano es la que aguanta el chinchín (sonaja)”.
La música que acompaña la danza se denomina genéricamente como de “pito y tambor” y consta de ocho partes. Inicia con la rúbrica, seguida del Son del parachico —chicoteplanta, el nanbujó o alabado, y el zapateado del patrón (tocado con guitarra)—. Además del nandacachumbí o Son de María de Angulo, cuya función es avisar a los parachicos que vienen los zapateados, para regresar al Son de chicoteplanta o Son para recorrer las calles.
Calendario festivo
La tradicional feria de Chiapa de Corzo comienza el 8 de enero y concluye el día 23 del mismo mes. El 15 de enero se conmemora al Señor de Esquipulas, con una suculenta comida grande (pepita con tasajo). El día 17 se celebra a San Antonio Abad (“Sananton”), y el 18 se rinde homenaje póstumo a los patrones de los parachicos fallecidos, con un convite en la casa donde se encuentra la imagen de San Sebastián Mártir.
Para el 20 de enero, cientos de personas del estado y de fuera se visten de parachico y de chiapaneca y se suman a la fiesta (es cuando se admiten “fuereños”). El día 21 se realiza el Combate Naval en el río Grijalva, que consiste en un espectáculo nocturno con pirotecnia, el cual recuerda las batallas entre españoles y los indios chiapanecos en el siglo XVI.
El 22 de enero, además de los parachicos, desfilan las “chuntas” que, al son del pito y del tambor, van bailando y repartiendo dulces. En un carro alegórico va doña María de Angulo, representada por una jovencita que reparte dulces y monedas. La fiesta concluye el día 23 con una misa y el desfile de los parachicos chiapacorceños (solo los de las cofradías), que acuden al Templo de Santo Domingo de Guzmán, y conducen la imagen de su santo patrono (San Sebastián Mártir), a la casa del nuevo “prioste” o familia que cuidará la imagen durante un año.
(Fuente: INAH)

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