
Su sueño: viajar en combi enseñando fotografía
Texto de Camila Ayala Benabib
“Porque cuando un niño ve una fotografía, se le abre un mundo entero”. Una reflexión de Gabriela Cervantes, quien desde los cinco años hojeaba las enormes revistas tipo atlas de paisajes y distintos lugares del mundo que guardaba su tío abuelo. A través de aquellas páginas llenas de imágenes de lugares lejanos, sentía que un universo entero se le abría. Así, entre aquellas revistas fue educando su mirada. Entonces imaginó que, algún día, ella sería quien tomaría fotos como esas.
Gabriela comenzó a fotografiar con su celular desde que entró a la secundaria y muchos amigos y gente cercana le decían que tenía muy buen ojo, que debía estudiar fotografía. Aunque ella no estaba segura de continuar por el camino de la fotografía, ya que menciona que viene de una familia con pocos recursos y pensaba que para viajar y ser fotógrafo se necesitaría mucho dinero. Aunado a esto, en Culiacán y en Sinaloa en general, no veía fotógrafos de calle como referentes cercanos, pero decidió inventarse su propio camino. Comenzó a imprimir las fotos que tomaba con el celular en papel tipo postal y las vendía en las calles de Culiacán. “Hacía un solazo, pero aun así yo traía mi mesita en la cabeza, mi mochilita con mis fotos, así andaba en la calle, moviéndome para vender mis fotos”.
Al principio su objetivo era irse a Perú, entonces en el cartel que tenía para anunciar sus fotos se leía: “Si compras mis fotos, me ayudas a irme a Perú”. Algunas personas la apoyaban, pero otras la miraban con desdén. “Algunos pensaban que era la loquita que vendía sus fotos en 10 pesos para conocer Perú”, recuerda Gabi. “Muchos no me creían. Pero de vender imágenes en diez pesos, finalmente me fui a Perú”.

Cuando regresó, la gente la miraba distinto. “Ay, sí lo hizo. Creyeron más en mí”. Entonces cambió el cartel: “Ayúdame a pagar mis estudios comprándome una fotografía. Compra una foto y te cuento la historia.” La propuesta llamó la atención de muchos jóvenes y curiosos que pasaban por su puesto. “Yo pienso que a veces me compraban las fotos más por escuchar la historia que por la foto como tal”. Pero saber la historia contada por el fotógrafo es como darle movimiento a la imagen, crea una experiencia integral de lo capturado.
Eventualmente pudo comprarse su primera cámara profesional e ingresó a estudiar Fotografía y Producción en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS). A partir de entonces, su mirada se volvió más consciente al contar las historias de su entorno. En una de sus imágenes aparece una perrita con gafas y el mar de fondo. Cuando la gente empezó a comprar esa foto, algunos le contaron que conocían la historia de la perrita: “Decían que se llamaba Lola; su dueño, un músico callejero, la había perdido y dejó de tocar hasta que la encontró de nuevo”. Así, las fotografías de Gabriela se convirtieron en un punto de encuentro: las historias que ella contaba despertaban las historias de otros.
Mostrar la otra cara de Sinaloa e inspirar a otros fotógrafos a hacerlo
En un viaje a Colombia recibió comentarios negativos sobre su ciudad natal; le decían que Sinaloa solo era conocido por el narco. “Eres de la ciudad donde matan, tu tío el Chapo”. Le molestaba que la gente redujera su tierra a un estereotipo. Ella sabía que en Culiacán existía una escena artística enorme: músicos, fotógrafos, artistas que la “rompen” y a los que casi nadie conoce. Por eso decidió mostrar otra historia. Comenzó a fotografiar las calles, la gente y momentos cotidianos de la ciudad. “Yo le enseñaba a la gente cómo era Culiacán desde mi punto de vista. Cuando nos visitan viajeros yo les doy el tour, y se crea una experiencia compartida”. De ese intercambio cotidiano nació una comunidad en torno a sus fotografías, que sigue sus viajes y su forma de ver el mundo, una convivencia que ella siempre había anhelado.
Más tarde, junto con un par de amigos, fundó el Colectivo FOCA, con la idea de mostrar Culiacán desde sus propias miradas. Querían demostrar que la fotografía no solo podía ser de eventos o moda, sino también de calle, de lo cotidiano. Así nació su iniciativa #TomaLaCalle, que alentó a otros jóvenes a salir a fotografiar su entorno.
“Los fotógrafos de calle empezaron a salir como de las alcantarillas”, dice riendo. “Sí existen, pero casi no se les conoce.”
Su trabajo ha inspirado a muchos. Colectivos de otras ciudades, como en Veracruz, en el que un chico inició un colectivo de fotografía inspirado por ella.
El sueño de la combi
Uno de los sueños de Gabriela desde niña era comprar una combi. Primero lo imaginaba como un medio para viajar y compartir sus experiencias por distintos lugares de Sinaloa. Pero después de haber trabajado un tiempo en una escuela, donde tomaba retratos y coordinaba actividades de promoción, descubrió la fuerza de la curiosidad infantil por las cámaras. “Una vez una niña se acercó y me pidió ver mi cámara; los niños se entusiasman mucho cuando la ven. Y cuando me la piden, se las doy”. Dice que ha visto que algunos fotógrafos tienen miedo de prestar su equipo, pero a ella le gusta cuando ve esa curiosidad que tienen de descubrir lo que es una cámara. “De alguna manera yo me vi en ella, pues a su edad yo hubiera anhelado tener la oportunidad de sostener un equipo así en mis manos”.
Así, el sueño de la combi cobró otro sentido: quería recorrer comunidades para dar talleres gratuitos de fotografía a niños. “Los niños son esponjitas de curiosidad. Sembrar una espinita en un niño es muy importante, porque, aunque yo no tuve muchas cosas de niña, me abrí camino y me pagué mis estudios de grande. Estoy contenta por lo que he logrado”. Insiste en que su propósito no es la fama ni el reconocimiento, sino el compartir. Quiere enseñarles a los niños que documenten su historia desde su perspectiva.
Ahora su letrero dirá:
“Ayúdame a llevar la fotografía a los niños en los ranchos”.
Después de trabajar en tiendas de ropa y en aquella escuela, Gabriela finalmente ha logrado dedicarse por completo a su puesto de fotografía, con el que ya lleva diez años. Cada vez tiene una nueva meta; no tiene prisa, porque para ella lo importante es disfrutar el proceso. “Yo veo la vida como un viaje. Vivir, para mí, es poder crear conexión con tu entorno y con las personas. Para tomar una foto tiene que haber un sentimiento, venir, conectar con el lugar en el que estás y compartir”.
Le gusta una frase de la película Hacia rutas salvajes que resume su forma de mirar el mundo:
“La felicidad solo es real cuando se comparte”.



