Rojo, pasión…
Joel Paredes
Es una terrible equivocación afirmar que la obra de arte termina cuando su creador plasma en ella su nombre, toda creación artística es un campo abierto en donde confluyen la pluralidad, fundamento sobre el cual se ciñe nuestra verdadera esencia, proximidad intervenida por Hermes y Pólemos, intercepción compartida por el creador y el espectador, dando lugar así, al surgimiento de un reino armónico gobernado por la palabra.
Lo experimentado por el artista se postra ante nuestros ojos: la espontaneidad, la sorpresa y el vértigo que experimenta en su vida se extiende a la órbita de lo público a través de su creación. Proceso intimista que recrea el testimonio más allá del instante, universo en donde el espectador toma diferentes rostros con el transcurso del tiempo, la comprensión de la pieza artística varía en la medida en que cualidades y calidades del espectador se confabulan para dar constancia de una diferente captación de la vida en el tiempo. Cada reinvención justifica la confrontación entre la obra y el espectador, invención constante que lleva a precisar la siguiente afirmación: el análisis no solamente es histórico, sino también subjetivo. El carácter relativo que gravita en la lectura deviene de la interpretación que realizamos de los llamados objetos artísticos, cuya naturaleza por sí sola ya es intersubjetiva, valor humano que advierte la presencia de algo similar a él, por tal motivo, la crítica no puede hacerse a espaldas de la creación misma, sino solamente cara a cara.
Toda la historia se construye con heridas, con desgarramientos, en toda historia hay muertes, y en algunos casos resurrecciones. Palabra y mirada, convertida en imágenes, símbolos, componentes sagrados de este mundo ficticio que irradia su verdad. Sustancia que reúne a todas las voces del universo y las transforma en testimonio, no podemos negarlo somos palabra, creación divina, imagen y verbo, origen de los orígenes que con el fluir del tiempo se transforma en poesía, y por que no, también en fotografía.
Recordemos, quien interpreta traición, no cabe duda, el descifrador también es un ser histórico, y por lo tanto, tiene una deuda cruzada con su tiempo. La vida es como una sinfonía, no solamente se siente también se toca, el espectador no puede omitir un juicio o realizar una valoración ajena a sus circunstancias, sus ideales y preocupaciones le pertenecen a toda una generación, sin olvidar que al interior de su cosmogonía cohabitan una serie de principios pertenecientes a anteriores dimensiones históricas, eslabones que nos sujetan a universos temporales que ahora son memoria.
Lo que se busca entre las fisuras y recovecos de la composición fotográfica de Enrique Metinides, o de la nutriente tragedia que desfila ante nuestros ojos, cada vez que nos postramos ante una fotografía utilizada como encabezado surrealista de algun Periódico, es la manifestación de lo inesperado, sensaciones entrelazadas de asfalto, tierra y cuerpos estremecidos, color plasmado en el instante: rojo, rojo encendido que se instala en el excitado espectador del espacio urbano. Punto equidistante en donde comulgan los datos físicos y la riqueza polisemántica de la interpretación voyerista.
Echemos mano de la frase bíblica: En el principio era el Verbo y el Verbo era Dios, y ahora cambiemos el vocablo Verbo por Morbo, y veremos como se acoge y se transforma la mirada en un disfrute malicioso que nos estremece hasta los huesos. Misterio mortuorio, cuyo aroma arroja sobre nuestra casa silencio que hace callar nuestro canto, nos bastaría con un riachuelo de esperanza, pero este aire de fuego se lo lleva todo y conduce al ser humano a una situación límite, en donde la reacción se da sin ningún disfraz: a lo pelón.
Sombras que respiran juntas e involucran al Eros y Tanatos, debajo de esta noche fluye el silencio y todo queda bajo este manto. El que esta solo, el moribundo, se vuelve contra la pared y en silencio ve como el agua se desviste, se pega al cuerpo, busca un cómplice que pronuncie su nombre, que caliente su cama y conozca las cosas que lo animan. Camina de un lado a otro y en el espejo aprende a mirar, a compartir los remansos del día; a escuchar con tus oídos o los míos, aprende a cantar las alabanzas para la vida que se desprenden de tu boca o la mía: capacidad de compartir sensaciones y buscar una explicación al enigma de la existencia.
La fotografía de nota roja nos hechiza, nos cautiva, no están hechas para gustar, sino para ilustrar, sin embargo ante el lente de Metinides se transforman en un manantial de vida, de esta manera, la fotografía es una suerte que busca nutrir el espíritu y elevan al ser humano más allá de sí mismo, negando esta realidad que promueve una ciudad corrupta, violenta y carente imaginación. Las caricias que se desprende de su quehacer artístico son una laguna sobre la tierra que desborda sabores, olores, sudores y gemidos: Murmullos que nos pervierten.
Contagiante soledad que nos convierte en protagonista de sus retratos, las penumbras y la niebla nos acechan hasta transformarnos en un solitario que ve en la infancia las señales de la vejez y en la juventud una belleza breve. El entusiasmo por la vida es eclipsado por la nada. Cuerpo ajeno que se convierte en fuente de nuestras penurias, y al mismo tiempo, una forma de sentir a través del otro los embates de la destrucción, de esta proyección se desprende una descripción vivida de la condición humana en donde se revela el sentido pleno de la realidad: Bajo la belleza vive el otro; el destino absurdo del ser humano es la fuente de inspiración para el historiador del instante, alquimista moderno que con su cámara detiene el tiempo y lo transforma en registro de lo inmediato. Las imágenes revividas provocan una visión que revela a través de la vida ajena nuestra propia vida. El observador sufre, se angustia al tropezar con esta situación accidentada que revela la nota roja, ve disminuido, va por el mundo como un desterrado, un muerto en vida y vuelve la mirada a la infancia, a los momentos de armonía, de cariño, repitiendo en sus adentros ojala los dioses me guarden y yo no termine como aquel cristiano, detiene sus pasos y visualiza la primera plana de un periódico que ilustra su propia muerte.