RETRATOS EN TRÁNSITO

Por Carolina Romero
Evane, Karen, Rosa (nombre ficticio para proteger su identidad) y Adriana tienen algo en común: las cuatro son migrantes centroamericanas que salieron de sus países a causa de la violencia, la discriminación y la pobreza. Las tres pasaron meses detenidas en un refugio del Instituto Nacional de Migración en Tapachula, Chiapas.
Sus historias —las que cuentan el porqué de su éxodo, su camino hacia México, cómo fue cruzar la frontera, vivir la detención de las autoridades y seguir soñando con un futuro mejor—  fueron documentadas por la lente de Astrid Rodríguez, quien encontró en ellas los puntos de convergencia precisos para mapear una problemática que ha afectado a México desde inicios del año pasado y que continúa hasta la fecha: la oleada migrante.

Retratos en tránsito «es un proyecto fotográfico de investigación y reflexión sobre la migración en la ciudad fronteriza de Tapachula (…) Históricamente, ese municipio ha sido el punto de ingreso de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos; sin embargo, durante los últimos años se les han sumado personas provenientes de África y Asia. El punto de encuentro es la calle Octava Norte, ubicada a tan sólo una cuadra del centro de la ciudad. Es un limitado perímetro que abarca tres calles, en donde se ha desarrollado una especie de “ciudad refugio” con una singular infraestructura de servicios destinados exclusivamente a los migrantes», dice Rodríguez.

El interés de la fotógrafa en el tema recae en conocer a fondo a las mujeres migrantes que van en tránsito, profundizar con ellas y compartir sus historias.

[slideshow_deploy id=’55939′] Evane. 
«Estar en la estación migratoria en México fue algo horroroso, mi hija se enfermó demasiado pero Dios me ayudó», dice Evane con su pequeña en brazos. La joven hondureña tiene 22 años y estuvo detenida en la ciudad de Tapachula, Chiapas, durante un mes cuando intentó cruzar la frontera entre México y Guatemala junto con la primera caravana migrante el año pasado.
Ella y su hija salieron de su país huyendo de las pandillas, de la violencia de los maras, quienes, asegura, la querían matar. «No ha sido nada fácil porque no tengo familiares, es difícil estar un lugar en el que no tienes una mano derecha. Mi propósito es conseguir papeles mexicanos, mi meta es seguir, trabajar para darle una mejor vida a mi hija… no me quisiera quedar en Tapachula, porque es como estar en mi país: hay discriminación», asegura la joven en uno de los videos que documenta la fotógrafa.
Karen. 

Karen, otra mujer migrante oriunda de San Pedro Sula, una de las ciudades más peligrosas de Honduras, falleció en Tapachula en junio de 2018 a causa de un infarto. «Ese día se despertó con una sonrisa», recuerda su esposo, Keny, quien después de eso se quedó en el país con un muy mal sabor de boca; sin embargo, mantiene la esperanza de llevarse a su hija de un año a Estados Unidos, «a vivir una vida distinta a la que tuvieron ellos».

Rosa.
Rosa salió huyendo sola de Guatemala, donde había sido víctima de violación y era forzada a trabajar para el crimen organizado: «Yo no quise y me amenazaron de muerte», asegura, y dice que para ella ha sido muy difícil enfrentarse a una nueva realidad sin el apoyo de nadie. «Empezar así de cero es muy doloroso».
«La verdad no me gusta estar acá sin mi familia, pero tengo que hacerlo porque no me queda otra. No puedo regresar a Guatemala porque mi vida corre peligro».
Adriana.
La discriminación que Adriana vivió en El Salvador la orilló a abandonar a su familia para migrar a México, donde ha encontrado un lugar abierto y de aceptación a su orientación sexual y expresión de género: ella es una mujer transgénero de 26 años.
«Lo que más quiero es llegar a la Ciudad de México, tengo el objetivo de superarme y ser una chica trans mucho mejor de lo que soy ahora. Lo más difícil ha sido alejarme de la gente que más quiero, pero no tiene que tomar decisiones que duelen bastante», cuenta.
Sin embargo, optimista dice que a México también vino a conocer personas y que, afortunadamente, quienes ha encontrado en su camino han sido buenas con ella y la han apoyado. «Lo que más me gusta de acá es que no hay discriminación, no me miran mal, me siento libre», finaliza.
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