MUERTE Y FOTOGRAFÍA, BERNANDINO HERNÁNDEZ
Por Pedro Anza
Dicen que Bernandino Hernández llega “al muerto” –las escenas del crimen– antes de que el asesino jale el gatillo; que cuando la cabeza del occiso se desploma, apenas golpea el pavimento, la cámara de Bernandino ya busca el encuadre para su primera imagen, y que aún no se extingue el bramido que sigue al disparo cuando presiona el obturador.
Por supuesto, todo esto que se dice de Berna se platica en cantinas y oficinas de prensa para enriquecer la tertulia cotidiana y romantizar más y más la imagen del fotoperiodista acapulqueño, pero él y su cámara ganaron esa fama de impetuoso y veloz a base de llegar siempre primero “al muerto”, al lugar de los hechos.
Imaginemos: Un vocho estacionado afuera de alguna cantina de mala muerte de una ciudad costera asediada por la violencia y el crimen. Berna con una cerveza aguarda dentro el pitazo de algún conocido, ya sea taxista, policía, periodista o transeúnte que le diga “hay un muerto en…” o “se escuchan disparos por…” o “están colgando a tres en el puente de…”. Entonces su celular suena, deja el dinero de su bebida sobre la mesa y sube a su vocho empuñando su cámara, desobedece los semáforos y las flechas de sentido de las calles para llegar al muerto y retratarlo antes que nadie, la sangre aún escurriendo, libre de miradas, de mirones, de perito de policías y a veces de cuchicheo y de lágrimas.
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Claro que este retrato del Berna peca de nuevo de romántico y literario, pero qué cerca está de la realidad. De noche, entre palmeras, postes de luz, clubes, balazos, fotografías y tragos, Bernandino Hernández, esperanza de los últimos bohemios de las últimas redacciones de los últimos periódicos, quien de niño vendía aceite de coco en las playas de la ciudad, hace su trabajo.
“A mi cámara la tocó la muerte”, me platica el Berna, quien se define como ”un simple fotógrafo, un charalito”.
“Neta, una vez ayudaba a un güey de la Semefo a subir un cuerpo a la camilla, era en un monte y estaba empinado y resbaloso ca´on, me caí y mi cámara rodó y quedó en la mano del muerto, no se le quitó el olor en unos días” , relata.
Con 15 años de edad Berna se inició en la fotografía como aprendiz de Alfredo Sánchez Torres, un foto-reportero acapulqueño de aquellos años. Así conoció el laboratorio, las cámaras y la ciudad; empezó a “pesetear” también, haciendo fotos en fiestas y quinceaños. Ya después hizo foto para diarios locales y en la actualidad colabora para Associated Press, Cuartoscuro, La Jornada y el periódico El Sur.
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“La fotografía es mi vieja, ca´on, me ha dado todo, mi casa está hecha de fotografías, ahora la oportunidad de viajar, y yo que no he salido de mi pueblo, sigo siendo un nopalero ca´on”.
Imágenes confrontadoras,duras,reflejo de la realidad que se vive en el país.