Montaña Blanca, mito fundacional propuesto por Ortiz Monasterio
Una especie de códice contemporáneo que registra la crónica del mito fundacional de la patria, de acuerdo con el punto de vista, la obsesión y el interés del fotógrafo, editor e investigador Pablo Ortiz Monasterio, es el libro Montaña Blanca (FCE-RM, 2010), que será presentado el miércoles 6 de octubre a las 18:30 horas en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica (Tamaulipas 202, esq, con Benjamín Hill, col. Condesa).
¿Cómo se concibe un libro como Montaña blanca, cómo nace?
—A mí me ha tocado hacer muchos libros, he tenido esa fortuna, algunos míos, muchos de otras personas, hace una década hice con Alfonso Morales el proyecto Asamblea de Ciudades, en el Palacio Bellas Artes, fue una investigación de la ciudad de México de los 20 a los 50, ahí comprendí mucho el periodo del nacionalismo, toda esa construcción posrevolucionaria de México, y cómo en ese momento los volcanes se convierten en símbolo del a nación. En el mundo colonial cuando hacían un poema o pintaban un paisaje, recreaban el Mediterráneo; alababan a los olivos y las vides, pero jamás al desierto o selvas mexicanas. Con la independencia, los criollos dicen “y ahora cómo se inventa un país, qué nos da unidad”. De ahí surge Velasco, el gran paisajista que pinta el valle de México con los volcanes al fondo, y de ahí también surge la necesidad también de retomar las leyendas prehispánicas del guerrero y l a mujer dormida, y tienen auge porque hay necesidad de construir elementos alrededor de los cuales nos identifiquemos. Me fascinó esta invención de la patria y decidí hacer un proyecto sobre los volcanes.
Montaña blanca, libro que destaca por su calidad de impresión, fue editado por el Fondo de Cultura Económica y editorial RM. Incluye textos de Antonio Saborit, Margo Glantz y Alfonso Morales, los que fueron dispuestos a manera de preámbulo de los cuatro capítulos de que consta esta especie de códice: Honores a la bandera, El hombre, La volcana y la Fundación del mundo. El libro termina, paradójicamente, con una Génesis, escrita por Ortiz Monasterio, con lo que la narrativa visual que propone el autor, evidentemente se sale del discurso lineal, y puede leerse de atrás hacia adelante.
Otro de los motivos que desembocaron en este libro fue el aparentemente inofensivo gusto por caminar que tiene Ortiz Monasterio. Así este hombre de escrutadora mirada color caoba y ceño riguroso, anduvo la montaña, y bajo a los pueblos (Tepetlixpa, Yecapixtla, Ozumba, Amecameca, Huamantla, Nepantla, Tetela del Volcán, etc.), donde se topó con variadas representaciones del Popo, las que pronto ocuparon más su atención que el volcán mismo, lo que a un tiempo resolvió un problema inicial: el volcán siempre resultaba más hermoso de lo que podía verse en la toma fotográfica. Así es cómo la representación del símbolo, apropiado por los lugareños, se hizo nueva representación por obra de la escritura con luz.
Sobre la toma fotográfica comenta: “Es un proceso muy intuitivo. Quizá sin reflexionar en lo que ya hiciste, reaccionando a los impulsos que se van presentando”. E inevitable hablar del proceso de edición con una persona que se ha dedicado, de forma obsesiva como él mismo reconoce, a este ámbito: “ La edición lo que es, es revisar el cuerpo de trabajo, leerte a ti mismo, descubrir qué cosas predominan, en qué te has interesado, por qué te gusta una toma y otra no. Y entonces te das cuenta qué reporte traes, qué tipo de línea has seguido. A partir de ese trabajo, me veo en la necesidad de preguntarme cómo voy a armar este libro”.
A la pregunta anterior Ortiz Monasterio hallo respuesta en su convivencia con los huicholes, de quienes, dice ha aprendido mucho. Hablan con soltura y reiteradamente de su mito fundacional, de su génesis, en el que hay un nacimiento del sol y una pareja fundacional, “y me dije, ¿y si yo armó una especie de génesis ya que tengo la pareja fundacional?, es decir, el volcán (Popocatepetl) y la volcana (Iztaccihuatl), que forman parte del mito fundacional, pues por qué no, degusta la idea. Así lo intento armar como un génesis de la nación mexicana”.
La estructura general tiene génesis, continúa el editor, una génesis precaria porque con la fotografía no cuento cosas muy especificas, hay otras capas: hay un proceso histórico, una de las capas es el paisaje mismo que es la montaña, otra es el uso de la iconografía prehispánica pero en lo contemporáneo —cómo está en el imaginario colectivo el prehispánico—, el asunto de los géneros como pretexto para hablar del hombre y la mujer, ahí me veo en la necesidad de hacer una especie de retrato de género, aparece la sexualidad, no como iconografía del deseo sino como una necesidad para la procreación y nacimiento del mundo.
“Uso símbolos de distintos lugares para construir sentido, eso es lo que me interesa de los libros. Una foto que en otro contexto podría haberse hecho como de salubridad en el rastro, aquí lo meto en un nuevo contexto, y me permite construir sentido polisémico, no literal”.
¿Cómo han evolucionado las narrativas visuales?
—Esa ha sido mi obsesión desde que inicié en la fotografía. Los libros son una plataforma muy antigua, sus bisabuelos son esas piedras en las que se picaba, o las estelas mayas pero que tienen una lógica específica, un pasar de las páginas de cierta manera. Cuando la foto alcanza madurez se monta en géneros como el cómic, la fotonovela, el cine, que son géneros narrativos, característica no necesariamente de la foto, pero ésta utiliza esas influencia al momento de construirse cómo libro, pero esto no es una fotonovela, es un libro en el que si bien tengo influencia de aquello, uso esta plataforma antigua para hacer con un lenguaje visual un producto hibrido, que también tiene antecedente en los códices, libros visuales que contaban con imágenes, y cuya lectura tenía una interpretación múltiple dependiendo de quien lo leía, quien interpretaba a su manera las imágenes, en literatura esto es más restringido
Es probable que el género de los libros visuales haya cobrado madurez a mediados del siglo pasado con The americans, de Robert Frank; Sweet Life, de Ed Van der Elsken; New York, de William Klein, impresos maravillosamente, esa es ya la madurez de los libros. A mí lo que me fascina de estos es que tienen una manera discreta de llegar a ti, y brindan posibilidad de articular un discurso más complejo, no sólo se trata de hacer fotos geniales, que a veces sucede, como “volando bajo”, pero los libros no son catálogos de grandes fotos sino un discurso en donde yo puedo meter una foto que no es buena, pero me ayuda a armar una idea y a construir un sentido, me permite a mí como autor no sólo ser un animal que reaccionó ante el momento decisivo y hace fotos prodigiosas, sino articular un discurso, y comunicarme con un tercero que no conozco y plantearle un punto de vista de un asunto que me parece importante, en este caso los volcanes, la fundación de esta raza de bronce, la idea mítica de lo mexicano desde lo popular y la fotografía contemporánea.
¿Cómo se hace un buen libro de foto?
—Lo fundamental es tener qué decir, no haces un libro con buenas fotos, un libro es una unidad, para eso tienes que tener qué decir, la compulsión, la necesidad de contar, de decir, y un conjunto de fotos ordenadas de manera específica, no para contar un cuento como lo hace la literatura, esto tiene sus propias reglas. Otra cosa fundamental es la cuestión de honestidad de bonhomía, de calidad humana, de honestidad, ser fiel a lo que tu sientes, piensas y has comprendido, porque la fotografía es un modo de conocimiento.
Cómo se hace un buen libro: teniendo algo qué decir y siendo radical y profundamente honesto contigo mismo, con lo que tienes que decir, la realidad, contar lo que hay, ser cronista, esto es una crónica. (Anasella Acosta Nieto)