Por Ana Luisa Anza Escúchame, quinceañera, este pase sabroso, eres flor de primavera, tu cuerpo es maravilloso. Ven a bailar, quinceañera ven a gozar, quinceañera quiéreme a mí, quinceañera ándele sí, quinceañera Eres la chica ye yé de quien yo me enamoré. Eres mi chica go-gó por eso te quiero yo Es tu sonrisa tan pura, me cautiva tu mirar, es tu boquita dulzura que yo quisiera probar. (Fragmento de la cumbia colombiana de Los Vlamers, 1966) Inicias el rito tempranito en la mañana. Sola o tal vez en grupo con las amigas como para acelerar más la emoción, te armas de crinolinas que esponjan tu caminar pero te afilan la cintura; te decoras con lazos y moños, te cuelgas dijes y aretes, cubres tus brazos con guantes largos o tus muñecas con el ramillete de flores que afrancesadamente llamamos corsage; permites que tu cabeza se llene de rizos, de crepés, chongos, degrafilados, trencitas, alaciados extremos o sutiles ondulaciones y te coronas reina por un día. Te ves en el espejo y no reconoces a la chavita que ayer masticaba la punta de un lápiz tratando de investigar para qué servirán las ecuaciones de cuadrados o la perfección del binomio; no puedes ser la misma que, vestida con unos simples jeans y una camiseta que ha visto mejores tiempos, bromeaba con los compañeros de la secundaria apiñados en la tienda de la esquina, compartiendo una bolsa de papitas con chile y un refresco para todos; seguro que no eres ésa que luego tomó el metrobús de vuelta a casa para enrolarse en la rutina recoge-mesa-limpia-platos-dobla-ropa. Y no eres la misma; frente al espejo, sin ratones costureros ni pajarillos parlantes, sin calabaza mutada en carroza real, eres ya otra, una princesa. Abres la puerta y quieres pisar la realidad pero no puedes evitar sentirte en un cuento de hadas. Das los primeros pasos fuera de casa, del salón de belleza o del lugar en el que la vecina o una madrina alborotada te ayudaron a darte los últimos toques para, como si tuvieran varita mágica, convertirte en blanco de miradas. Alguien te sigue en tu trayecto y, por un momento, te sientes como la actriz de cine asediada por los paparazzi, o procuras ocultar la pena de ser el centro de atención. Respiras profundo. Ahí vas y a tu paso encuentras a otra como tú. Una más sube al transporte. Otra aparece por la esquina. Te sientes acompañada por las decenas de quinceañeras que van poblando la ciudad, transformándola en un cuento que narra la increíble historia de la reproducción de las princesas ante la mirada asombrada de quienes no estamos acostumbrados a ver tantos personajes fantásticos juntos por las calles. Allá va aquélla que se detiene a posar frente a los rollos herrumbrosos de metal que, en perfecta armonía con su vestido, se convierten en paisaje espectacular. O las otras que detienen su paso para posar como esculturas sonrientes y coquetas sin hacer caso a la velocidad del metro. Otras más, amponas y presurosas, dejan atrás sus barrios convertidas en las reinas del día, se asoman pacientes desde los autobuses que las llevan a la fiesta, dominan las azoteas, los techos, las alturas, o posan en un contraste de colores con las chillones flores de las trajineras. Allá van más. Se asoman sonrientes tras los árboles como niñas traviesas convertidas en señoritas; destilan su belleza ante el asombro de un adolescente entre feliz y avergonzado en el lago de Chapultepec; descienden de escalinatas, así sea las del paso a desnivel; improvisan un desfile entre las frutas y verduras de los puestos del mercado que hoy se convierte en pasarela; sabedoras de que en su día se vale todo, se detienen ante el comal de las quesadillas cuidando de no arriesgar con grasa la gasa, o se integran, cual heroínas, como parte del mural de quienes nos dieron Patria. Hoy es tu fiesta, la de tus quince, como lo ha sido para muchas durante cientos de años, quizá desde que las culturas prehispánicas celebraban la iniciación de las doncellas, separándolas de los niños para recibir otra educación sobre su futuro rol en la sociedad. O tal vez desde cuando se instituyeron los llamados bailes de debutantes de la nobleza inglesa y la alta burguesía francesa que, traducidos por el Porfiriato, se convirtieron en las “temporadas de baile” que habrían de dar pie a las fiestas que después —¿por decreto? ¿por elección fortuita? ¿por decisión comercial?— se convirtieron en la celebración de los quince años. Te dejas llevar por las notas que se escuchan, por la algarabía, por la fiesta que te llevas grabada en la memoria, a la que recurrirás cuando, al día siguiente, vuelvas a preguntarte sobre necesidad de conocer todo acerca de la respiración de los anfibios o de la perfección del binomio, y compartas una torta a la salida de la escuela. Sólo que ahora cuando cierres los ojos, o mejor, los abras para ver la foto, podrás imaginarte dando vueltas mientras sientes el roce del vestido ampón en un baile interminable. Recuadro Un quinceaños masivo es una fiesta: 182 jóvenes juntas son un festín de colores, listones, zapatillas, peinados y tocados casi imposibles de abarcar para las 27 cámaras que las siguieron para documentar el proyecto organizado —como en años anteriores— por el Instituto de la Juventud del Distrito Federal (INJUVE), y cuyo aspecto fotográfico coordinó Hermes Quetzalcóatl en el marco del Festival Fotoctubre, un evento dedicado por entero a la foto e integrado además por un ciclo de cine, talleres y conferencias. En años anteriores hubo patrocinadores de vestido, último juguete, maquillaje y zapatilla, entre otros, pero faltaba contar con los padrinos de fotografía. Así que Quetzalcóatl se ofreció para conseguir a los 27 que participaron no sólo con la foto de estudio sino para dejar constancia de la imagen de la fiesta en cada una de las delegaciones de la ciudad. De las 250 imágenes seleccionadas, se eligieron después 63 para integrar una exposición con la que habría además de inaugurarse El Sub, un paso peatonal en desnivel que se encuentra en la unión de las avenidas 20 de Noviembre, Fray Servando, Tlalpan y Tlaxcoaque, convertido en galería. El nombre de la exposición fue, por supuesto, “La ciudad y sus quinceañeras”. Además de Quetzalcóatl participaron los fotógrafos Diego Treviño, Laura Cano, Jesús Beltrán, Rodrigo González, Tirzo Hernández, Saulo Ruiz, Sara Escobar, Javier Hidalgo, Ismael Ochoa, Alejandro Salazar, Alfa Quiles, Antonio Castro, Acmed H. González, Francisco Gómez (de Prensa-Internacional Inc)., Emmanuel Moreno, Sari Denisse, Eder López, Yair Cabrera, Ana Morales, Nicolás Tavira, Juan Pablo Zamora, José Antonio Cruz, Jorge Mexicano, Rodolfo Angulo, Mauricio Carbajal y Patricia Aridjis, quien además realizó la curaduría de la muestra.