LA ARTIMAÑA DEL DIABLO
De la fotografía como artimaña del diablo
Fotografías de Gérard Castello-Lopes
Texto de Luis María Marina
Comencemos por el Autorretrato. Representa al artista en 1966, con 41 años de edad, en el punto más álgido del esplendor de un hombre, en esa etapa de la vida en que todas sus potencias han madurado lo suficiente para convertirse en acto. Y no eran pocas las potencialidades que confluían en la personalidad de Gérard Castello-Lopes (1925-2011): heredadas y endógenas, físicas y espirituales.
Hombre nacido en el seno de una familia cosmopolita, con recursos y con un profundo interés por la cultura (el padre de Gérard había fundado en 1916 una de las primeras empresas de producción y distribución cinematográfica del país); gestor de las empresas familiares; diplomático ocasional de su país; comprometido con la modernidad y así apasionado por todas sus manifestaciones (fundó, por ejemplo, en 1948, el Hot Clube, primer club de jazz en el pacato Portugal salazarista). Un verdadero hombre de mundo, con todo para haberse limitado a sentirse à l’aise en su entorno, haberse dejado llevar por la corriente, haber vivido una vida bella y buena y ya.
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