Frágil

por Myriam Meloni

 

Se sataniza al drogadicto y,

sobre todo, al drogadicto pobre,

como se sataniza al pobre que roba,

para absolver a la sociedad que los genera.

Eduardo Galeano, Patas arriba: la escuela del mundo al revés.

 

 

 

©Myriam Meloni, de la serie Frágil
 

 

 

Se pone en rojo el semáforo que separa la avenida Fernando de la Cruz de la villa-miseria más grande de Argentina. El Pelu. Jonathan y María se mueven rápidamente entre los autos parados y las miradas de sus pasajeros. Esperan juntar las monedas suficientes para comprar una de las 50 dosis de droga que cada uno de ellos consume en promedio durante todo el día. Tienen entre 12 y 18 años, miradas esquivas, cuerpos delgados, ropa demasiado grande o demasiado pequeña, nunca suficiente para protegerlos del frío, del calor, de la intemperie de la vida.

 

Son la generación de los «paqueros», jóvenes consumidores de «paco», sustancia obtenida a partir de los residuos del proceso de transformación de la PBC (pasta base de cocaína) en clorhidrato de cocaína (cocaína pura).

 

Esta nueva droga, capaz de generar una fuerte dependencia desde las primeras tomas, encontró su hábitat ideal en el destrozado tejido social de la Argentina post crisis del 2001. Rápidamente se convirtió en el triste emblema de la exclusión social. Vendida a menos de 5 pesos la dosis, es el síntoma más evidente de la pobreza de la periferia urbana de la República Argentina, donde según datos recientes del INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) en una población de 38 millones de habitantes, 18 millones viven por debajo de la línea de la pobreza y 8 millones viven en condición de indigencia.

 

Mientras los laboratorios químicos debaten sobre la nociva composición química del paco  (acetona, éter, ácido clorhídrico, ácido sulfúrico, kerosene) y los medios de comunicación enfatizan la necesidad de ampliar y facilitar el acceso a los centros de desintoxicación, todos aquellos que conviven diariamente con el dolor de las familias y de los consumidores mismos, luchan para que se reconozca que el paco es mucho más que una droga: es la expresión del profundo malestar de toda una sociedad.

 

Darío aspira con fuerza de la improvisada pipa de aluminio que sostiene entre los labios quemados por el calor de la combustión. Con apenas 14 años, una madre inmovilizada en una cama a causa del VIH y un padre del cual no quiere hablar, sabe exactamente lo que está haciendo: se está dejando morir. La droga entró en su vida antes que el juego, ha llenado el vacío dejado por una familia ausente, le ha concedido momentos de efímero placer y le ha quitado lo más importante: las ganas de vivir.

  

 

Como Darío, miles de «muertos vivos» deambulan por las calles pidiendo unas monedas a cambio de una fugaz  limpieza de vidrios, se refugian a fumar en la oscuridad y en la impunidad de los oscuros pasillos de las villas. Abandonaron sus casas generando la ansiedad de familiares que buscan en vano el apoyo judicial para salvar las vidas de sus seres queridos o fueron alejados por padres incapaces de reaccionar frente al ser egoísta y manipulador en el cual ven transformado a su propio hijo a causa del consumo. Son víctimas de una sociedad enferma, abrumada por los efectos devastadores de la desigualdad social que solo en el Gran Buenos Aires hace que el 10 por ciento más rico de la población disponga de ingresos 35 veces superiores a los ingresos del 10 por ciento de la población más pobre.

 

La otra incómoda cara de la moneda es que la presencia del paco como droga residual es un claro indicio de la creciente naturalización de la producción de drogas y del narcotráfico en Argentina.

 

Es en la primera década del 2000 que Argentina empieza a cambiar su papel en el negocio mundial de las drogas, convirtiéndose en un sujeto activo en la producción de cocaína destinada tanto al consumo de los sectores nacionales de medio/alto poder adquisitivo que a la exportación hacia las ciudades del llamado Primer Mundo.

 

La presencia de más de 700 pistas de aterrizaje clandestinas y la falta de radares simplifica la entrada en el país de las materias primas provenientes sobre todo de la vecina Bolivia;  por otro lado, la facilidad con que se pueden adquirir en el territorio argentino los precursores químicos necesarios para el procesamiento de la hoja de coca, primero en pasta base y luego en clorhidrato de cocaína, incentivó la instalación de las cocinas de cocaína en las ciudades y periferias de Argentina .

 

«La prevención, la asistencia a los adictos y la lucha contra el narcotráfico, son los tres pilares que deben sustentar las políticas necesarias para erradicar uno de los principales problemas de nuestro país», dijo José Granero, titular de la SEDRONAR (Secretaría de Estado de Prevención y Lucha contra el Narcotráfico).

 

Mientras tanto, la luz del semáforo se pone verde: El Pelu, Jonathan y María evitan distraídamente los coches en movimiento, recuperan su lugar en la vereda que es su casa, y entre un ¨pipazo¨ y una limosna esperan el transcurrir de un día más o un día menos.

 

 

Publicaciones relacionadas

Un comentario

  1. Éste artículo describe una realidad social bastante deprimente. Lamentablemente, este realidad se encuentra en muchos rincones. El narcotráfico y el consumo de drogas nos lastiman y enferman como comunidad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba
Are you sure want to unlock this post?
Unlock left : 0
Are you sure want to cancel subscription?