32 AÑOS DESDE EL CUARTOSCURO

por Ana Luisa Anza

Orizaba 13, primer piso. Son casi las cinco de la tarde. Hora de las prisas. Terminadas las órdenes de trabajo auto asignadas, Pedro deja la cámara y se convierte en laboratorista. Un espacio de cuatro por cuatro metros, lo que fuera una cocina y un cuarto de lavado de un edificio estilo de los 50´s, ha sido trasformado en “oficina” y cuarto oscuro.

La ventana, pintada de negro a brochazos. El foco, sustituido por uno de luz ámbar. Un cronómetro con los números fluorescentes junto a la ampliadora, un saco oscuro que permite meter sólo los brazos para maniobrar a punta de sensaciones con los carretes. Espirales para enrollar los negativos que se colocarán en los tanques. Verter el revelador, contar equis minutos, menear, volver a contar, agitar, volver a contar: abrir la tapa con la esperanza de que el negativo no se haya pasado y, ya respirando más tranquilo, colocar los rollos a secar como si fuera un tendedero.

En el piso espera una ampliadora y las tres bandejas de rigor preparadas con líquidos que hoy suenan a prehistoria: revelador, fijador, dektol, sulfatos… En cuclillas, coloca el negativo elegido a través del cuenta hilos y calcula el tiempo de exposición: una tras otra, las imágenes aparecen mágicamente en el papel.

No hay tiempo de fascinarse porque es entonces cuando la tensión desaparece, ese terror de los fotógrafos de rollo, por la impotencia de no contar con la certeza de la calidad de su trabajo hasta terminado el proceso: que sí la preparación exacta del químico, que si la exposición fue adecuada, que si se “pasó” el tiempo de revelado, que habría que palomear más para mejorar esas áreas demasiado oscuras en el negativo… Nada parecido a la inmediatez de las cámaras digitales.

Ya impresas varias copias de cada una de las imágenes, hay que ponerles un pie de foto en la etiqueta, meterlas en un sobre y casi rezar esperando estar a tiempo, antes de que se hayan ido los vuelos que harán llegar las fotos a su destino, gracias a la amabilidad de un pasajero que se presta a hacer de mensajero. Ya alguien del periódico en el que se publicarán se encargará de mandar a recoger el sobre que porta la persona a quien se describe por teléfono previamente.

La agencia tiene apenas un reducido número de clientes: El Norte, de Monterrey; El Mañana, de Reynosa; El Debate, de Sinaloa; Vanguardia, de Saltillo; El Día, que dirigía Socorro Díaz, y Punto, el semanario de Benjamín Wong Castañeda en el Distrito Federal. Hay que cuidarlos: del buen servicio depende su satisfacción… y la supervivencia y el futuro del proyecto.

Es 1986. Afuera, los dos Víctores (Roura y Del Real) se afanan en la confección del periódico cultural Las Horas Extras. Generosos y solidarios, son ellos quienes donan parte de su espacio para un proyecto que da vueltas en la cabeza de Pedro desde que años antes cubrió los conflictos en Centroamérica y comprendió que se podía hacer una agencia independiente, con autonomía financiera, con un estilo propio y que permitiera a los fotógrafos una mayor definición y calidad de trabajo.

Es Roura quien bautiza como Cuarto Oscuro al suplemento de fotografía que agrega a su publicación y el cual se presenta en sociedad en una cantina. Ese nombre permanecería pero perdiendo una de las dos “o” al unirse las palabras que lo componen, una vez que se convierte en agencia. Una amiga, Maru Cázares, diseña “para los cuates” el logo que sigue siendo el símbolo tanto del cuarto oscuro como de Cuartoscuro.

Poco a poco, con el esfuerzo de los fotógrafos que se han ido incorporando, Cuartoscuro comienza a crecer. Ahora ya no todo tiene que hacerse en el piso. A serruchazo limpio, un revuelo de viruta y aserrín, y haciendo gala de sus dotes de carpintero, Don Juan Valtierra fabrica las primeras mesas para la ampliadora y hasta hace una mesa de luz que aún hoy, un cuarto de siglo después, se utiliza en el archivo.

En unos meses, Cuartoscuro tiene el piso completo dejado por Las Horas Extras, archiveros elaborados por un carpintero que jamás ha diseñado un “mueble para guardar sobres”, un laboratorio bien montado gracias a Juan Antonio Sánchez (q.e.p.d.) con sus inolvidables y eternos gabán negro y sombrero, con puerta giratoria y una oficina con todo y escritorio.

Ahí llegan los primeros aspirantes a fotoperiodistas. Liliana Contreras, Miriam Hernández, Juan Antonio Sánchez y Tomás Martínez, quien fue sin pena ni cita a mostrar las fotos que había tomado de una manifestación en el Zócalo, y los recién egresados y jovencísimos Víctor Mendiola y Julio Candelaria, o Eloy Valtierra, Gerardo Moctezuma, Francisco Segura, Joel Merino y Adrián Álvarez, entre los primeros que dejarían su lugar a muchos otros después.

No hay días de descanso, todos entran y salen corriendo en una batalla contra el tiempo porque, a diferencia de quienes laboran en diarios del Distrito Federal, los de la agencia tienen que hacer llegar sus imágenes a las más diversas ciudades.

Aunque no se tiene entonces idea de la revolución digital que habría de transformarlo todo, Cuartoscuro compra un costosísimo equipo de transmisión. En ese sentido, se convierte en pionero entre las agencias en tecnología para envío, independientemente de la paciencia que se ha de tenerle a la máquina para que len-ta-men-te haga llegar las imágenes a su destino. Pero el gusto dura poco. Nadie se había imaginado que los 18 mil dólares se invirtieron en un aparato que se hace obsoleto en menos de un año. ¡Dieciocho mil dólares, una fortuna!

Había llegado ya la avalancha de módems, computadoras y la Internet. El famoso Leafax descansa entre los “tesoros” acumulados de una especie de museo de la tecnología fotográfica, lo mismo que uno de las antecesores de lo que se convertiría después en “laptop”, una especie de computadoras portátiles que contaban una memoria suficiente para escribir… ¡un artículo completo de máximo 4 mil caracteres!

Cubiertas las necesidades nacionales, Pedro decide –¿por qué no?­– lanzarse al extranjero. Sus fotógrafos son los primeros de una agencia nacional en cubrir eventos a nivel internacional como la invasión de Estados Unidos a Panamá, las elecciones en la enredada Nicaragua con las fotos de Víctor Mendiola, parte de la guerra en El Salvador con Tomás Martínez y Eloy Valtierra, y los conflictos políticos en Guatemala, a los que iría el entonces jovencísimo Rodolfo Valtierra.

La idea era exponerse, pero no necesariamente al peligro, sino a la competencia internacional, al aprendizaje de trabajar con fotógrafos de todos lados del mundo, de convivir en el medio como una forma de crecer personal y profesionalmente. Contar con estas imágenes hace que se incremente la presencia de la agencia en el mercado de medios mexicano.

Frontera 102. Es ya 1994. Son sólo unas cuantas cuadras más al sureste en la misma colonia Roma, pero Cuartoscuro ha crecido y necesita más espacio. La casona construida en 1912 alberga ya no sólo a la agencia sino a la revista, su hermana menor, nacida a partir de la idea original de crear también un espacio en donde publicar las fotos que se quedaban fuera de las páginas de los periódicos y atender un viejo reclamo de los fotógrafos en general que se quejaban siempre por la falta de espacios para publicar y exponer sus portafolios en México. Esta revista, que llega a su mayoría de edad este junio, y se fundó con recursos de la agencia y la solidaridad de los anunciantes, nace también para incluir a todos los géneros fotográficos de los que se hace no sólo en el Distrito Federal sino en todos los estados.

Ante la acumulación de negativos, se implementa un archivo de negativos organizado mediante un novedoso sistema de catalogación sugerido por la Fototeca Nacional y se comienza a armar un equipo administrativo.

Y comienza la modernización, con un sistema de digitalización de negativos y transparencias, a través de un escáner, lo que facilita la transmisión, los tiempos se hacen más cortos. Claro, no es la digitalización tal cual se concibe ahora: para escanear, hay que introducir el negativo o la transparencia en un soporte, proceso que hoy sería considerado lento e impráctico.

Al lado, en un cuarto oscuro que inexplicablemente siempre tuvo un problema de humedad –¿sería la localización en el sótano?– se siguen procesando tiras y tiras de negativos, aunque poco a poco el blanco y negro es sustituido por el color de las transparencias. Los periódicos quieren color, se vuelve como una moda.

En cámaras y computadoras aparece día a día la historia del país: el levantamiento zapatista, la muerte de Fidel Velázquez, la masacre de Aguas Blancas, los estragos del huracán Dolly, la tragedia de Acteal, la huelga estudiantil en la UNAM, el paso por la presidencia de Carlos Salinas de Gortari y de Ernesto Zedillo, el triunfo de Vicente Fox, huelgas de hambre, manifestaciones al desnudo, conciertos masivos y espectáculos, goles y el sudor en el juego… Se trata de contarlo todo, de relatar la vida en todos sus ángulos.

Y aunque en los principios de la agencia, en la calle de Frontera, se sigue utilizando, finalmente el cuarto oscuro se convierte en un remanso de paz olvidado –pero aún existente– para quien no puede dejar el aroma de los químicos, las manchas de revelador en las manos, las maniobras en la oscuridad. Está ahí, para quien ama la magia de la impresión, del blanco y negro, de las imágenes que pueden tocarse con las manos.

Juan Escutia 55. La agencia se muda de nuevo. Es plena era digital. Atrás quedaron las cámaras análogas, los rollos, los negativos. Las cámaras logran una inmediatez que parece milagrosa, excepto para aquellos que prácticamente nacieron con la existencia del Internet, de los celulares, de los CD’s. Varios de quienes trabajan ahí en este momento, no habían siquiera nacido cuando se fundó Cuartoscuro.

Hoy, el equipo coordinado por Moisés Pablo, está conformado por Iván Stephens, Rodolfo Angulo, Isaac Esquivel, Guillermo Perea, Saúl López y, los más jóvenes, Misael Valtierra y Enrique Ordóñez, el colaborador Hermes Quetzalcóatl, además de los corresponsales Ignacio Ruiz, en Ciudad Juárez; Demián Chávez, en Querétaro; Félix Márquez, en Veracruz; Marco Polo Hernández, en Tabasco; Francisco Guasco, en Puebla; Bernandino Hernández, en Guerrero; Chiapas, Moysés Zúñiga.

Es la primera vez, en muchos años, que no hay mujeres en el equipo de base. Las fotógrafas han formado parte esencial de la agencia desde sus inicios como el caso de Liliana Contreras, Elena Ayala, Miriam Hernández, Alejandra Chombo y de Elizabeth Ruiz, quien es ahora corresponsal en el sureste y es parte de la larga red de corresponsales que se han ido sumando a este proyecto.

Si hasta hace pocos años los fotógrafos tenían que viajar para abarcar en lo posible los eventos más importantes a lo largo de la República, se puede decir que hoy está todo cubierto, gracias a que están ahí, dispersos por todos lados. Y en un clic, literalmente en un clic, las imágenes llegan para verlas en una pantalla.

Es la época de los videoescándalos, del desafuero de Andrés Manuel López Obrador, de las momias de Guanajuato en gira por la República, el triunfo de Felipe Calderón, de la era del terror y las ejecuciones, de la muerte por avionazo de un secretario de Gobernación, del sexto campeonato de los Pumas, de las inundaciones en Tabasco, de las muertas de Juárez, de la desaparición de Angangueo bajo el lodo…

A lo largo de 25 años, también el número de clientes ha crecido. De los cinco originales –entre los cuales El Debate ha permanecido fiel por un cuarto de siglo–  las imágenes se “suben” hoy a la página electrónica www.cuartoscuro.com, la cual tiene más de 5 millones de visitas al año… ¿Quién podría imaginarse en la tensión del cuarto oscuro que algo así ocurriría?

Hoy, las fotos viajan por el ciberespacio desde Baja California hasta Yucatán con más de 100 suscriptores a nivel nacional, periódicos, revistas y publicaciones electrónicas, y más de 10 fuera del país…

Por supuesto, en la historia de este cuarto de siglo ha habido también tiempos malos ante las crisis económicas, errores, (el peor: perder una orden de trascendencia noticiosa), golpes y tropiezos.

Es imposible enumerar lo que día a día, durante 25 años, se ha retratado en la agencia. De ahí que hoy, en este aniversario, se haga un reducida selección en agradecimiento a todos los que ayudaron a hacer crecer con su mirada un proyecto que muchos calificaban de imposible.

De igual forma, es también complicado tratar de mencionar el nombre de todos los fotógrafos que han trabajado en Cuartoscuro. Unos se quedan años; otros duran días o meses; algunos emigran a diversos medios después de un periodo de aprendizaje e inmersión en lo que se llamaba en un principio el oficio de “reportero gráfico”.

Alimentada por jóvenes, Cuartoscuro mantiene siempre vigencia, visiones distintas, propuestas novedosas que la conforman y crean su historia. “Que sea un semillero”, le gusta decir a Pedro.

Porque Cuartoscuro es todos y cada uno de los fotógrafos que han pasado por la agencia. Porque cada uno ha aportado una manera de ver, una propuesta de descubrimiento de realidades ignoradas, el entusiasmo joven de iniciarse en un largo camino, la convicción de que se puede hacer algo desde esa trinchera, una opinión para comprender el mundo, una mirada única de lo que nos rodea.

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Un comentario

  1. FELICIDADES,CUANDO LEIA ESTO PARECIA QUE ESTABA DE NUEVO EN UN CUARTO OSCURO,YO TRABAJE MUCHO COMO UDS LO DESCRIBEN.BENDICIONES

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