DE CRUISING CON LOS CHILANGOS

Por Martha Patricia Montero
Herederas de los automóviles customizados por los chicanos a partir de los años 50 —ya saben, achaparrados y con fuelles especiales para hacerlos brincar— y de las motocicletas chopperas —favoritas de muchos amantes de las carreteras—, las bicicletas lowrider son, hoy día, el elemento de unión e identidad de un grupo amplio de jóvenes de las colonias periféricas de la zona metropolitana del Valle de México.
Desde febrero de 2012 dejaron atrás las clikas de los barrios, para dedicarse a brillar de otra manera —“Los domingos nos guachamos pa’rodar”—, recorriendo diferentes avenidas de la Ciudad de México en sus bikas, teniendo como punto de reunión y partida el metro Hidalgo.
Puesto que las originales “son cariñosas” —y de todas maneras hay que darles un toque personal— en la mayoría de los casos las arman ellos mismos, de principio a fin. El cuadro es siempre bajo y alargado —haciendo que las bicicletas lleguen a medir hasta dos metros y medio— y dependiendo del modelo es el espacio perfecto para plasmar sus ideas gráficas, ya sea utilizando aerógrafos o mediante selecciones audaces de color. Muchas incluyen asientos curvados conocidos como banana —forrados de piel o terciopelo— con una delicada barra de respaldo. Otros de sus elementos distintivos son: llantas carablanca sobrecargadas de rayos, las infaltables suspensiones hidráulicas, así como un alto, elevado y bien pulido manubrio, conocido como apehanger, donde se agregan aditamentos propios de los ciclistas, como timbres, espejos retrovisores, luces reflejantes y adornos varios.
“Agabachadas”, dirían algunos, lo cierto es que impactan, atraen, surgen los admiradores que buscan un retrato con ellas, con ellos.
Provenientes de las esquinas de esta metrópoli que no acaba de crecer, es decir, de lugares como Neza, Pantitlán, Chimalhuacán, Xalostoc, Ecatepec, Martín Carrera, Tultitlán, La Paz y Chalco, entre otros, se integran en el autodenominado Chilangos Lowbike Club México, que impone como primera condición para pertenecer “dejar los putazos a un lado” y rodar en santa paz.
Pero no es sólo la lowbike la que une a estos homies a la hora de los cruisings. Aunque no es una imposición del club, su férrea personalidad y la impronta con que la lucen los destaca de la multitud: tatuajes, expansores, anillos, cadenas al cuello, pantalones tumbados (anchos y bajos) y una actitud de apuesta por la vida.
[slideshow_deploy id=’54919′] Fue justo en una de sus rodadas, cuando recién estaban haciendo un paro para descansar un rato y habían dejado sus lowrider a modo de exposición espontánea en la Estela de Luz, que se topó con ellas el fotoperiodista Cristopher Rogel Blanquet, otro orgulloso chilango.
“Eran como 40 bicicletas y pues es inevitable no voltear a verlas, son muy bellas. Estaban solas, me acerco a tomar las fotografías y de repente me veo rodeado por ellos. Llegaron muy emocionados, porque estaba tomándoles fotos a las bicicletas, luego dijeron ‘ahora tómeme una foto a mí y una a mí’. Ahí comenzó todo”.
Con la certeza de tener ante sí una gran historia, tanto documental como visual, Cristopher fue gestando una relación de tiempo con los Chilangos.
“Me eché unas chelas, fui a las rodadas, conviví con ellos. Hasta tengo una playera, porque uno de los requisitos para ser Chilango es que debes de tener cuatro rodadas y yo me aventé más. Como soy parte de ellos, tengo mi playera que dice Chilangos y trae mi nombre”.
Gracias a la convivencia pudo conocer sus historias con mayor profundidad, como la de David Tavira El Pizarrón, quien comenzó a tatuarse tras la muerte de sus padres, y otros casos en voz de ic Santana, el Mupet, el Texas, Fernando Brown Pride y Héctor Low, entre muchos otros. Logró exhibir sus fotografías en el Festival Internacional de Fotografía de Lima, Perú, además de obtener una beca del Fonca, la que le permitió extender su trabajo por dos años.
En algunos casos eligió la propia calle como escenario, ya que es el hogar común que los Chilangos reconocen propio; pero también los invitó a su estudio, con el propósito de omitir su contexto cotidiano y poder resaltar los detalles de su asombrosa singularidad. “Como fotoperiodista, la razón fundamental de mi labor es darle voz a los que no la tienen. Siempre trato de lograr un impacto visual, porque al final eso es lo que va a llamar a mi audiencia y va a ayudar a que se conozca la historia”.
Rogel Blanquet tiene fotorreportajes que surgen de intereses diversos —refugiados sirios en Turquía, el cultivo de la amapola en Guerrero, las manifestaciones, la frágil situación de su gremio en la actualidad, el jaripeo…—, pero eso no impide que cada tanto se pueda ir de cruising con los Chilangos: “Tengo mi bici y es un arte manejarla”. Un club abierto a todo homie interesado en crear comunidad, como bien retrataron en una rola que compusieron como homenaje a su primer aniversario los raperos Magdo Mc & Eddie Low:

Se conoce este chilango en toda la nación
El bike club más respetado por su ejemplo de unión
No somos clika y mucho menos somos pandilla
Chilangos Lowbike México somos también familia
Aquí todos son carnales sin importar los lugares
Ni el barrio de donde vengan aquí todos son iguales
No importa colonia o credo en el club hay un respeto
Fomentamos la cultura y rodamos al parejo
Compartimos experiencias y ese gusto por las bikes
Modificadas, en distintas rodadas, también los likes
Hoy hacemos nuestras calles en esta gran ciudad
En rodadas y en eventos somos una realidad
Zona sur poniente oriente homies de distintos barrios
En las cintas y en las calles cuando hay cruising el llamado
Siempre andamos en familia, nunca nos van a ver solos
Somos el mejor pachuco aquí en las calles va rodando
Somos esa gran familia que conocen por chilangos
Hacemos de nuestros cruisings toda una tradición
La cultura de lowrider pa’ nosotros es pasión…

 

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