Crónica visual de un rescate improbable

Pasta de Conchos

Anasella Acosta

Kilómetro y medio bajo tierra. Diagonal cuarenta y dos. Sesenta y cinco trabajadores. Alto nivel de gas metano, probable oxígeno y un chispazo. Explosión. Derrumbe. Silencio…
Cuatro meses después. El descenso incrementa la temperatura. La visibilidad es proporcional a la capacidad de las lámparas de los cascos, sólo la necesaria para dar los siguientes dos pasos. El equipo: overol, guantes, en el cinturón: batería de lámpara y rescatadores con oxígeno para setenta y dos horas, no más. Sobre el casco, la luz, y bajo éste una idea: Pasta de Conchos. Frente de rescate. El objetivo: un testimonio, una imagen.
Acceso proporcionado por Grupo México, dueño de las vetas más importantes en el país. Previamente un curso de inducción: cómo bajar, cómo usar las máscaras de oxígeno. Firma que libera de responsabilidad a la empresa.
Descenso. Ningún fotógrafo ha estado antes en el interior de la mina durante las labores de rescate de los cuerpos sepultados, luego de la explosión en febrero de 2006. Las rocas cortan el paso en la diagonal ocho, para la cuarenta y dos, donde estaba la mina ciega y se realizaban los trabajos antes del derrumbe, dista seis veces lo ya recorrido, una hora más o menos. El hallazgo de cuerpos es casi improbable. A pesar de esto, los mineros siguen buscando. Los hermana su condición con los sepultos.
El jefe de los rescatistas carga un medidor de nivel de gas metano. El flash de la cámara es una amenaza bajo tierra. Puede ser equivalente a un chispazo.
Una vez medidos los niveles y esparcidos polvos aniquiladores de gases explosivos, el jefe del cuerpo de rescate indica la hora del disparo. Intuir las formas que están más allá de dos metros es la estrategia. Los encuadres y las composiciones están supeditadas a la circunstancia, el punto de vista y la subjetividad trabajan en los límites del contexto.
Aquí no cabe el atrevimiento. Un disparo no convenido implica la vida. No es colarse en la instalaciones de Pemex para registrar un incendio, o retratar a Norberto Rivera sin permiso, donde el grado de peligrosidad mayor es ser ex comulgado, o jugar al valiente y llevarse una madriza de los granaderos o el Estado Mayor Presidencial. No. Aquí no.

El pequeño mazo dirigido por el rescatista golpea una roca del tamaño de un auto, como llamar con ahínco a una puerta que nunca se abre. En cada golpe valor, convicción, fuerza, fe. Cada toque del mazo en la piedra es un golpe certero, la probabilidad no.
Antes del derrumbe tres turnos de ochos horas. El trabajo en la minas era permanente. Producción diaria calculada en tres millones de dólares. El diecinueve de febrero, cuando ingresaron los sesenta y cinco mineros del turno de las diez de la noche, a las seis de la mañana, nunca imaginaron que sería la última vez que realizarían aquel recorrido otrora rutinario.
Ese mismo fin de semana estaba planeado el descenso de Rodolfo Valtierra para el registro de imágenes que conformarían el stock para Grupo México. Hubo de posponerse para dar una manita de gato a la mina. Pero el desastre, ya anunciado por los trabajadores ante los altos niveles de gas metano, se adelantó.
Cuatro mese después. Tiempo bajo tierra: dos horas. Disparos realizados: doscientos. Polines ajustados: menos de diez. Rocas movidas: Ninguna. Cuerpos rescatados: Ninguno.
Los trabajos de salvamento se realizaron durante diez meses más. Aunque cada día implicara menor probabilidad de éxito y mayor riesgo para el cuerpo de rescatistas. Los niveles de gas siguieron tan altos como el día de las explosión.
La mina de carbón ha permanecido cerrada con algunas intentonas por reiniciar las jugosas actividades. Sólo ganan en dolor los que se quedaron. Las familias siguen pugnando por el rescate de sus muertos. Las entrañas de la tierra poseen sus tesoros.

Recuadro

Este texto fue escrito a partir de la información obtenida de una entrevista realizada al fotógrafo Rodolfo Valtierra, el único que logró un registro del interior de Pasta de Conchos, durante los trabajos de rescate, luego del desastre. Este trabajo se publica aquí por primera vez. Su valor histórico, testimonial y humano, aporta a la memoria que es lección permanente para el presente.

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