Crisóstomo Méndez: el goce de un secreto
Anasella Acosta
Hacer en secreto, propuesta y consecuente acción que hace de sus actores y del hecho mismo un misterio que aspira a develar el extraño, el ajeno, el que sabe de las formas y sombras de lo clandestino pero desconoce los olores de sus pliegues y el sabor de sus escondrijos.
En secreto, dicen quiénes se han acercado un poco y contextutalizan la época, realizó Juan Crisóstomo Méndez (Puebla 1885-1962) su obra más conocida hoy: los desnudos femeninos.
Corrían los años veinte del siglo XX, y aunque a muchas tareas se dedicara este hombre y fuera de conocimiento público su abordaje de otras temáticas (paisajes, arquitectura, niños) al cerrar la puerta Juan Crisóstomo abría las fantasías que anidaban de forma natural en su ser sensible.
Especulaciones todas hasta hoy sobre la identidad de sus modelos: prostitutas, amigas, necesitadas; igual sobre los motivos de su hacer: una mirada excitada, una perversión, una obsesión. Tesis arraigadas en la historia de una sociedad que halla en la prohibición de lo natural la redención de su culpa, y en la que, por consecuencia, surgen silenciosas trincheras donde se desboca el sentir y se halla el sentido.
El silencio, en el que por años se mantuvo este trabajo, primero por el fotógrafo y, posteriormente, por los familiares, dilata el secreto y la aspiración de su revelación. Y hace suponer más: temor, prudencia, vergüenza quizá…
Pero dadas esas intrincadas cosas de la vida, es justo no tener la certeza de cómo fueron tomados los desnudos femeninos de Juan Crisóstomo, lo que les regala un elemento más de misterio al que se aspira.
Y es justo lo que sí vemos, los detalles entre el blanco y negro, las identidades ocultas, la piel y sus formas que nos conducen hacia el misterio, lo que realmente nos hace presentir la revelación: la suavidad o rugosidad, el calor, un tenue pero escabroso olor que surca entre el ansia de ver y de ser vista, la sensualidad que navega insistente en las piernas, abona la espalda y confirma su autenticidad en la sutileza de las manos.
El escenario exacerba la intimidad, el secreto que en el hogar nace se desdobla y ensancha: el jarrón de flores sobre la mesa cede su lugar el deseo, y se pasea con antifaz y medias por la biblioteca sobre una alfombra persa. Se comprende entonces: No importan las identidades sino el camuflaje de las mismas.
Y todo por obra y gracia de los ojos que saben ver cómo la luz baña la piel, la desnudez del cuerpo, y cómo adornar en una escala variada de grises los misterios con los que fue dotado tal jeroglífico humano.
Las fotos que sobre Juan Crisóstomo se conocieron por vez primera fue gracias al espíritu coleccionista de Ava Vargas, quien aportó el material para la edición de un libro por el CONACULTA, pero cuya impresión lo dejó insatisfecho. En 2004 Ava decide realizar una edición limitada con el trabajo de Méndez, la que fue impresa sobre materiales libres de ácido con pigmentos de carbón (lo que hoy se conoce como piezografía), y que contiene un platino, impreso por el mismo Ava, en 6 x 7 pulgadas. Una delicia.
Así es como surge Ediciones Fósil, cuyo objetivo, explica el propio Ava es hacer de la fotografía, la protagonista de la edición. Posteriormente el coleccionista editó el libro 8×8=69 y, recientemente Fotografía pornográfica mexicana. Los tres libros fueron realizados artesanalmente, es decir, uno por uno, y sin ningún elemento que interfiera entre el espectador y la foto.
La colección Juan Crisóstomo Méndez en manos de Ava Vargas cuenta aproximadamente 7 mil 500 positivos, 3 mil transparencias y más de 500 vistas estereoscópicas.
La selección de fotos que ahora presenta Cuartoscuro se realizó con la autorización y cortesía del coleccionista Ava Vargas, a partir de las fotos publicadas por Ediciones Fósil, y va como reiteración y amplitud al goce que provoca el misterio que revelan.