LA LEYENDA DEL CEMPAXÚCHITL

Por Jesús Verdugo/ Fotos de Juan Pablo Zamora/ Cuartoscuro.com
En octubre, los productores de flor en la comunidad de Doxey, en Tlaxcoapan, Hidalgo, comienzan la cosecha del cempaxúchitl, crisalia y mano de león para los festejos de Día de Muertos y el Festival de las Flores que se celebra el 26 de octubre en este municipio.
Los prados que se visten de brillantes amarillo y rojo nos llenan de nostalgia y alegría, pues son un recordatorio de que pronto estaremos más cerca de los que ya se fueron.
Día de Muertos es una festividad paradójica envuelta en mucha tradición e identidad; y es que los mexicanos miramos a la muerte como espejo de la vida: mas que temerle, le profesamos un respeto solemne, aunque llegamos a ser descarados frente a ella.
La leyenda prehispánica del ornamento funerario del cempaxúchitl, hermosa como la misma flor, cuenta que dos jóvenes enamorados subían cada tarde a una montaña a llevar una ofrenda a Tonatiuh, Dios del Sol, y se juraban amor hasta la muerte.
Durante la guerra, el joven Hutzilin fue asesinado en batalla. En su profundo dolor, Xóchitl pidió desesperadamente a Tonatiuh que la uniera de nuevo con su amado.
Entonces, el Sol, bondadoso, acarició la tez de la joven con un rayo de luz, convirtiéndola en una hermosa flor de colores semejantes al amanecer.  En ella, se posó un colibrí. Era Huitzilin, quien acudía a cumplir su promesa de amor eterno.
Ahora, el símbolo del cempaxúchitl es un referente del cruce entre la vida y la muerte, pues nos recuerda que el amor a un ser que ya no está en el mundo de los vivos puede perdurar para siempre.
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