PORTAFOLIO. LA TRADICIONAL MATANZA DE HUAJUAPAN

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Texto y fotos de Iván Pacifuentes Guerrero
“Las cabras son sinónimo de la muerte en México, son la ofrenda del festín, la abundancia, la prosperidad y la gratitud a quienes nos brindan su vida para el gozo de la nuestra.”
Soy de Huajuapan de León, Oaxaca, desde niño viví la tradición de la matanza desde su ombligo: mi abuela paterna me llevó todos los años; la acompañábamos mi hermano, mis primos y yo. Cubetas en mano, nos dirigíamos a la hacienda de Santa María Xochixtlapilco, una casa con fachada vieja de adobe que aún lleva en uno de sus muros la leyenda “Matanza, ganado cabrío.”
Jugando nos preparábamos, vestíamos ropas viejas y entre primos hacíamos grupos de dos. Mi abuela nos esperaba en una parte central de la hacienda mientras nosotros entrábamos a una especie de corral de tierra, con bardas muy bajitas a los lados y  gente que se sentaba a la orilla para mirar, entre ellos muchos niños. Una puerta pequeña se abría hacia el corral, dejando escapar a los cabríos y todos intentaban atraparlos para picarlos con cuchillos filosos y luego, en cubetas, recolectar la sangre que mi abuela cocinaría. Era el regalo por ayudar sacrificarlos. En el patio, se extendían muchos petates y un ejercito de personas comenzaban a quitar la piel a los chivos y a descuartizarlos los más rápido posible, al paso del tiempo los olores comenzaban a fundirse en un hibrido de muerte y vida.
De niño veía todo sin morbo. Me sorprendía cómo las personas colgaban tantas cosas de un animal, los olores que desprendían, las texturas que tenían y pensaba en lo que mi abuela cocinaría después de comprar carne, huesos y sangre. Las cabras me daban miedo, pero también me gustaba verlas con sus colores. Parado en un muro observaba con detenimiento todo lo que llevan dentro: tripas, panza, huesos de muchas formas, mientras, imaginaba que así eran los nuestros… Mi abuela compraba todo lo necesario y caminábamos hacia el río; ahí lavaba las ubres, tripas y panza que compraba; todo listo para que después hiciera moronga con panza y tripas hervidas; mole de caderas, que mi abuela le nombraba mole de huesos, caldo de menudo y chicharrón de chivo que comprado en la hacienda; todo tan rico.
15 años después de no ir, me encontré de nuevo en la hacienda, con muchos olores, muy penetrantes: el de la sangre, la carne puesta al sol, sudor y olor a ganado, combinado con carne cociendo, comida recién hecha, todo diferente a como lo tenía en la mente, por lo que decidí tomar fotos de lo que recordaba que veía en mi infancia, sin mostrar la matanza de las cabras. Decidí no encuadrar ese momento, sino más bien caminar por toda la hacienda y recordar aquella época que disfrutaba mucho con mi abuela y primos. Las fotos las realicé en la mañana, en muchos lugares solos o con poca gente, por lo que mis recuerdos fueron menos perturbados. Me concentré en recordar mi infancia con la cámara. El proceso tradicional del trabajo en la matanza la hace parecer un lugar donde el tiempo sigue suspendido, donde las máquinas están prohibidas. Disfrute con mi lente de la belleza de la muerte que se contempla desde el suelo de petates hasta el techo de teja, sorprende ver tanta delicia en la muerte que se ofrece para vida de la mixteca. Eso es lo que mis fotos tienen.
 

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