Aquí hubo un muro
Anasella Acosta Nieto
Berlín, Alemania.- Sí, aquí hubo un muro. A penas cruzar la puerta, esa de columnas enormes, como gigantes inamovibles y coronada por un carruaje tirado por cuatro briosos caballos, uno se topaba con una larga barda (155 kilómetros) construida a veces de hormigón, a veces de alambrada, a veces de iglesias, edificios, casas, las que fueron, unas desalojadas, otras tapiadas sus puertas y ventanas y más: demolidas. Sí, aquí hubo un muro. Aquí, donde hoy los turistas se toman fotos y los ciclistas no cesan de ir y venir con toda libertad, y uno puede jugar a estar dentro o fuera, según se venga o se vaya, hubo un muro.
Los muros tienen como fin impedir el paso, dividir terrenos, delimitar zonas, pero quienes los construyen, aun con esos tabiques grandes llamados de hormigón, se olvidan de que sus muros no dividen los afectos, ni las filias, ni los aprecios, y que sólo son invitación a ser franqueados de todas las formas imaginables que habiten la necesidad de salir o bien de entrar, incluso, si en ello va la existencia. Por eso no es “lugar común” recordar que aquí, en la puerta de Brandemburgo, y en todo Berlín, señoras y señores, hubo un muro.
En 1989, cuando se consideró que no había ya razón para impedir los trayectos, y entonces el muro comenzó a ser demolido, el alemán Willy Brandt, Premio Nobel de la Paz, sugirió dejar en pie un fragmento del mismo, al que llamó “monstruosa construcción”, a fin de recordar los trágicos hechos que rodearon esa edificación determinada por la República Democrática Alemana (RDA), cuyo régimen dividió la capital germana en oriental y occidental, en socialista y capitalista, en región soviética y de aliados americanos, y que se convirtió, irremediablemente, en símbolo tangible de la llamada Guerra Fría, es decir, de un mundo dividido, en pugna, en guerra silenciosa pero, como toda guerra, con sus muertos a cuestas.
Hoy, han transcurrido ya cincuenta años del inicio de aquélla fatídica construcción, por lo que es oportuno (para no repetir, aprender e impedir) asirse al pretexto de los números redondos y conmemorar, como lo previó Brandt en su momento, aquel hecho, el más cruel, el que culminó con los asesinatos de quienes intentaban franquear la pared para ingresar a Alemania occidental.
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