Aceves y los relámpagos del jazz

Jesús Quintero*
Desde hace más de veinte años Fernando Aceves se ha dedicado a capturar la luz de quienes hacen historia trabajando con un lenguaje signado por la fugacidad y que sabe hallar albergue, paradójicamente, en la memoria: el sonido.
Con una mirada que devela y amplifica los rasgos más hondos de músicos adscritos a diversos géneros, Aceves, antes que elaborar la crónica de conciertos, se dedica a abrir enigmas sobre la relación de los artistas con sus instrumentos y se adentra en detalles que ni desde la primera fila se pueden observar.
A diferencia de cualquier concierto de rock, uno de jazz solicita del público un ejercicio innatural en nuestros días: escuchar. Pocos, por fortuna, son los intérpretes de jazz que buscan recrear sobre el escenario las mismas notas que dieron vida a un álbum, porque de lo que se trata, en realidad, es de conjugar durante las noches las armonías y las melodías antes dormidas en la memoria o en la partitura.
El cliché se ha empeñado en convertir a este género musical en proveedor de melifluas baladas previas a la refocilación de la pareja o en muzak para una cena amable. Por fortuna en los hechos el jazz, particularmente en manos de artistas ajenos a la complacencia, sigue siendo desafiante, inaprensible para oídos laxos y cerrados.
Este portafolio reconoce y celebra la singularidad del individuo que, desde el trabajo en equipo, sale al escenario tras lo sublime. Las imágenes reunidas en Cuartoscuro presentan a seres que, atentos a la premisa de Heráclito, “espera lo inesperado”, crean una compleja urdimbre valiéndose de una tradición centenaria y de llamados que se disuelven en el aire apenas son pronunciados. Lo que la fotografía contiene son fragmentos en los que destella la creación sonora con sus retos, consecuencias y satisfacciones.
Fernando Aceves asegura que su presencia en sinfín de escenarios obedece a un sólo interés: que haya un documento visual que permita confirmar, en el futuro, que se dio ese encuentro entre espectadores y músicos. Este empeño, huelga decirlo, sigue siendo necesario en todos los campos de la música popular y, en particular, en el jazz, género poco atendido por la prensa local y que, por no ser fuente de notas amarillistas, pasa virtualmente desapercibido para los grandes medios.
Aceves, fotógrafo autodidacta, se ha echado entonces a cuestas esta responsabilidad de manera cabal y sin reposo. De la misma manera en que durante una jam session el milagro de la música emerge de manera inesperada, y sólo puede ser percibida por quien está dispuesto a escuchar con todos los sentidos, el espíritu de los músicos —ese gesto de abstracción que denota la fusión del intelecto con el lenguaje instrumental, ese brillo de la mirada ante el diálogo que asciende con solvencia y gracia— es fugitivo y sólo un mirada aguzada puede aprehenderlo.
Una fotografía es un puente entre dos instantes —un antes y un después— desconocidos para quien la contempla. Lo que yace ante la mirada es una fracción eternizada. Si la imagen es elocuente, si en ella residen secretos y revelaciones, su mensaje trasciende la mera captura de un momento y se convierte en historia.
La música, igual que la fotografía, es un diálogo permanente entre el movimiento y el acierto, entre el hallazgo y la experiencia. Aceves, con acercamientos en los que se advierte la fuerza o la tersura del contacto, reconoce y celebra el estilo de cada artista; resaltan, entonces, entre otros, la sutileza del guitarrista Larry Carlton, la exquisitez del bajista Michael Manring y el ensimismamiento del guitarrista Mike Stern.
Las imágenes de este portafolio son también indicadores de la predilección de muchos compositores e intérpretes por dotaciones sonoras pequeñas. El fotógrafo refuerza esta visión con un acertado manejo de la penumbra —no hay en el jazz, además, espacio para espectaculares juegos de luces ni para los trucos pirotécnicos tan comunes en el rock de estadio— y con una reservada proximidad a la textura del instrumento y de la piel.
La atención que la cámara pone en el individuo es un tributo a la voz que aún incorporada a otras, persiste en su estilo particular y destella a pesar de la acumulación de timbres y notas. Este es uno de los rasgos exclusivos del jazz: es posible escuchar a tres o más individuos al mismo tiempo, reconociendo y admirándose ante el tejido que todos consiguen y distinguiendo, de manera simultánea, cada instrumento.
Las imágenes de Fernando Aceves han congelado el tiempo, pero su destello sonoro rebasa a esa fracción del instante. Un concierto de jazz es un encuentro que, para gozarse, solicita nuestro más antiguo oído; ése que un día se encontró por primera vez con el viento, con el sonido quebrado de las hojas en otoño, con un poco de lluvia atrapada en un alto ramaje.
Las notas en el jazz tienen la fugacidad del relámpago. Desde el margen del escenario, Fernando Aceves documenta el encuentro entre el hacer y el percibir con sentidos que saben reconocer los sonido y silencios del movimiento.
*Jesús Quintero (1962), ensayista y melómano.
www.cafenegroenlacama.blogspot.com

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